La miniserie de Netflix apuesta fuerte por una estética espejo del estado mental de la protagonista.
En un edificio cualquiera de una calle sin nombre, se oye el eco del último disco de Justin Bieber, Purpose, e inevitablemente –y exceptuando a las proliferadas believers– un escalofrío recorre la espalda de algún vecino mientras balbucea “vaya música de mierda”