La Valenti, una oda al legado musical de su tierra

La Valenti desenfadada sobre el escenario durante el concierto. Fuente: @soylavalenti Imagen: Dara Christine
La Valenti se adueña del escenario con soltura. Fuente: Instagram @soylavalenti Imagen: Dara Christine

La cantante argentina ofreció en el bar Intruso, en Madrid, un concierto que fusionó tradición y modernidad reforzando la herencia cultural latinoamericana desde una mirada cautivadora

Cuando improvisas una tarde de música en Madrid, a veces acabas adorando más la melodía que sale del grifo de cerveza que la que emana del escenario. Pocas veces, sin embargo, lo que pasa es que te topas con La Valenti. Pero pasa.

La Valenti. Valentina Soria. Cantante. Artista. Neuquina, Argentina. La Valenti: La Venus de Neuquén.

En 2022 lanzó su álbum debut, R Chop, una declaración de principios que rebela la miscelánea de géneros que esculpen su estilo: raíces de folclore, melodías de jazz, quiebres de blues, guiños de pop, vaivenes de bolero, resistencia de rap y formas de hiphop.

En 2024 publicó La capitana, un álbum que pone en evidencia los referentes que cimentaron la tradición desde la que ella se reinventa. Con su edición especial de 2025, el folclore que ya se intuía convive con las dinámicas de la electrónica y su desmesura contemporánea.

La Valenti sobre el escenario

Durante la hora que duró su concierto este pasado 22 de octubre en el bar Intruso, La Valenti se convirtió en la diosa de las letras sobre el amor a las raíces y la belleza de lo trascendental. Demostró ser una de las promesas más singulares del panorama musical emergente. Sin ataduras a los convencionalismos ni a los excesos de la modernidad, con los pies sobre el folclore de su tierra y la mirada en los pulsos electrónicos del presente. Ella misma se define con tres palabras: pop, folclore y demencia.

Esperó a la segunda o tercera canción para presentarse. Con susurros de poesía vanguardista del siglo XX en Latinoamérica, su acento argentino y los brazos prestados de la Venus de Milo, la artista se aferró al micrófono y dijo: «Yo soy La Valenti y él es Nan, a la guitarra». Su mirada sincera al presentarse, su voz atrevida al decirte que eres sus penas, y de repente, su voz en rubato y seductora dispara con la letra: «Si me miras así te ra-ta-ta-ta sin previo aviso», en la canción Medusa del álbum R Chop.

Su actuación fue más que un concierto: una performance, un ritual, una quedada con textura de mármol, imperfecta, natural y luminosa. Su figura emanaba un aire empoderado y melancólico, como Eva Green en The Dreamers: una belleza que, en su fractura, en su disfraz sin brazos, encuentra lo divino.

Cantaba con la complicidad de quien no interpreta para ti, sino por ti, contigo. Daba igual que la sala estuviera llena, por momentos, todos sentimos que éramos su único espectador. Entre movimientos sutiles, te cedía un lugar en su mirada y te remataba apuntándote con el dedo: «No sabes en cuántas partes vos me partiste», en la canción Vino No del álbum R Chop. Cuando ese dedo se desviaba a otra persona, sentías una tregua. Pero deseabas que su mirada volviese a ti para volver a ser la culpable de su canto.

Con abanico en mano que movía con gracia marcando el compás de un folclore imaginario, La Valenti nos anunciaba el comienzo del final de show. Aquel movimiento fue un gesto sencillo de valentía heredada de las mujeres a las que les debemos nuestras desmesuras. Y lo acompañó con las palabras tomadas de Mercedes Sosa: «Uno vuelve siempre a los viejos tiempos donde amó la vida».

Tras esa revelación la electrónica irrumpió en escena mezclando el techo beat con el folclore de su tierra y el pop del que muchos habían renegado. Con el rock porteño bombeando en las venas de sus brazos, La Valenti conectó su raíz con nuestro presente.

El abrazo íntimo con la herencia musical

La artista se dibuja en el panorama musical abrazando a los grandes que dejaron su legado. Entre relatos que evocan a Mercedes Sosa y su eterno Gracias a la vida, se deslizan acordes de superación que recuerdan a Natalia Lafourcade cuando canta «¿Para qué sufrir si no hace falta?».

Sus ritmos rurales arrastran la nostalgia que Piero legó en aquella oda al padre que «tiene los ojos buenos y una figura pesada». También se cuela el orgullo pesado de Quimey Neuquén, poema de Milton Aguilar musicalizado por Marcelo Berbel y popularizado por José Larralde. Y una herencia del ritmo del tango argentino que se resignifica con Volver al Sur de Astor Piazzola.

Y todavía hay espacio para una entrada de la guitarra eléctrica del acompañante de la cantante, Nan, que rescata el temblor de I’m Still Loving You de Scorpions antes de volver a hundirse de nuevo en sus raíces. Por momentos, su universo sonoro se cruza con la resiliencia lírica que la poeta y rapera Gata Cattana dejó en el panorama musical español.

«El proyecto de La Valenti siempre tuvo muchos tintes, y entre ellos el folclore es la raíz». Palabras textuales que La Valenti dijo en La Une, programa de radio dónde habló de su último disco.

La Venus de Neuquén

No sé si fue por su voz, por su mirada o, incluso, por su acento, pero esa noche la morriña guacha por las creaciones artísticas del sur pareció, por fin, apaciguarse. Entre mármol y melodía, entre raíz y reinterpretación, La Valenti se erigió como La Venus de Neuquén. La Venus de Milo estaría orgullosa de ella, al igual que todas esas voces del folclore latinoamericano que estaban presentes en la mirada rotunda de la cantante. 5 minutos+ de concierto no habrían estado nada mal.

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