Tras dos años de residencia en la capital, el musical del exMecano rinde homenaje tanto a la historia de dos naciones como a la suya propia
De camino al Ifema y con música de Mecano de fondo, nos preguntábamos si lo que íbamos a ver sería algo parecido a las historias que cuenta Cruz de Navajas o Hijo de la luna, cuentos llenos de misticismos y despropósitos que conquistaron muchas de las radios españolas durante sus once años de trayectoria. En parte, así fue. Bajo el reflejo y al son de la luna de México, leyendas y destinos inevitables fueron lo que el público escuchó y vivió desde sus butacas.
“Tonto el que no entienda, cuenta una leyenda…” que Malinche ha dado mucho de qué hablar en las calles de la capital, en su residencia prolongada durante dos años, ahora ubicada en el escenario más grande de Europa en uno de los pabellones de Ifema. Prejuicios, estereotipos o discordancias, han sido algunas de las palabras que se han escuchado acerca de esta experiencia audiovisual de la mano de su productor y compositor Nacho Cano, de dos horas y media de duración.
Nada más entrar en la inmensa carpa que da la bienvenida a todos sus visitantes, Malinche supuso desde el principio una vivencia inmersiva. En un entorno iluminado con colores y plataformas, tras escuchar un par de canciones de Mecano de fondo y comer un par de tacos, nos sentamos a disfrutar del espectáculo.
Se iluminó una escenografía exótica, recargada, que adornaba a unos artistas con vestuarios y maquillajes étnicos. De pronto estaba en otra época, en otro continente. Con instrumentos y músicos escondidos tras dianas, la música empezó a sonar. Malinche había comenzado.
Desde las junglas de Veracruz hasta las grandiosas pirámides de Tenochtitlán, la leyenda de la figura de Malinche se contó a través de unas canciones compuestas por Nacho Cano, en las que había introducidos elementos tradicionales mexicanos y contemporáneos. Cantadas sobre bailes diversos por parte de unos fantásticos actores, se contaron los tiempos de la conquista del país de México desde una visión conciliadora.
Coreografías folclóricas y contemporáneas, toques de humor y pinchazos de emoción, el musical cantaba por la búsqueda de la identidad, del amor y del legado de dos imperios que se convertirían en uno. Hernán Cortés y Malinche como los padres del primer niño mestizo y de una nación de naciones. Frente a unas eternas filas de butacas, se relató el legado de la historia de México y de su nuevo comienzo.
Más allá de la posible sobrecarga de emociones, actuaciones y estímulos que ofrece el musical, no cabe duda de que este proyecto ha sido labrado en un largo proceso de más de diez años con una intención pacífica, respetuosa y honoraría, tanto para el legado de México y como para la historia de España. No todo es blanco o negro, a veces es mestizo.
Con propias burlas hacia el orgullo y la arrogancia española, y admiración a las tradiciones y costumbres mexicanas, Malinche toma el papel de la cultura como unión de diferencias y discrepancias. A través de unas actuaciones muy sentidas por parte de los actores, se palpó mucho cariño por Tenochtitlán y mucha ilusión por su nuevo futuro.
El telón se cerró con los aplausos del público y los saludos de los artistas al son de algunas canciones del grupo de la Movida, como Maquillaje, y otras del propio musical, demostrando que Nacho Cano rinde también un homenaje a su pasado, con agradecimiento a su presente e ilusión hacia su futuro.