Todos somos familia de Fellini

Amarcord

 Este enero el cineasta Federico Fellini habría cumplido 91 años y lo mejor de todo es que, si levantara la cabeza y la girase hacia algunas de las mesas en las que estos días muchas familias se reúnen, quizás tampoco vería cosas tan distintas de las que retrató en sus películas, en especial, en la más autobiográfica de todas, Amarcord (Yo recuerdo).

En Amarcord hay muchas escenas memorables, puede que todas lo sean, pero una se lleva la palma por su capacidad de retratar a la familia mediterránea, esa institución nerviosa y gritona. Es la de la comida, la misma que termina con un patriarca que amenaza con suicidarse desencajándose la mandíbula con sus propias manos.

 

Para aquellos que no hayan visto la película, a este extremo desatado se llega tras una sucesión de detalles, nimios en apariencia, que generan una tensión in crescendo, insólita y cómica cuando la acción se contempla desde fuera, pero que cobraría, seguro, todo su sentido si nosotros también formáramos parte de la familia que la protagoniza, y entendiéramos que ese tic nervioso que empezó hace 15 minutos en el labio de papá era la señal de que el cataclismo se acercaba.

Sí, bueno, en realidad, si lo piensas… son cositas, ¿no?: la dieta del abuelo, que pasa del médico, de nosotros, su familia, y de lo que le dice el tensiómetro y sigue dándole a la sal con frenesí; la cara larga de mamá, que, por supuesto, no para quieta y es incapaz de sentarse con nosotros a comer porque tiene mil cosas que hacer; este cuñado nuestro, que es un caprichoso y arma una ceremonia casi barroca para comerse la sopa, porque no le gusta ni fría ni caliente, ni clara ni espesa… y, claro está, el teléfono o el timbre, que siempre suenan en el momento más inoportuno.

Cositas que se van acumulando y que agujerean poco a poco el casco del barco familiar hasta arrastrarlo al naufragio. Casi veinte años después de su muerte Fellini nos sigue demostrando que nuestros recuerdos no serán tan distintos de los suyos (aunque nosotros no seamos italianos, seamos menos a la mesa, el gobierno no sea fascista y los profesores no sean curas), y que en el esperpento y la hipérbole, si se hacen de forma inteligente, siempre hay un sentido homenaje a la realidad.

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