Se cumplen 30 años del estreno de la cinta de Clint Eastwood, una oportunidad espléndida para sumergirse en el melancólico y sensual universo de la que es una de las mejores películas del cineasta de San Francisco, que rompió moldes saliéndose de su estilo habitual, para ofrecer un drama romántico cargado de grandeza y de ingredientes propios del buen cine.
En 1995 Clint Eastwood (San Francisco, EE.UU 1930), era ya un reconocido director de cine que desde el inicio de su carrera había mostrado una variedad de géneros en sus películas, haciendo dramas, thrillers, westerns (uno de sus géneros fetiche y con el que ya había brillado delante de la cámara), incluso atreviéndose con el biopic en el caso de Bird (1988), en el que cuenta la historia del saxofonista Charlie Parker.
A Eastwood solo le faltaba el género romántico, en el cual era impensable imaginárselo, estando tan encasillado en esa faceta de tipo duro dentro del canon masculino, visible en películas como Harry el sucio [Don Siegel, 1971], en la piel del implacable detective Harry Callahan; El sargento de hierro (1986), donde el título describe a la perfección al personaje que da vida o en su obra maestra Sin perdón (1992) en la que da vida; al forajido retirado William Munny, un viudo dolido con su pasado criminal que decide hacer un último trabajo para ajusticiar a unos vaqueros que agredieron sexual y físicamente a una prostituta de la zona.
Basada en el best-seller homónimo de Robert James Waller; Sidney Pollack y Steven Spielberg fueron los primeros nombres que sonaron para hacerse cargo de la adaptación, pero fue Clint Eastwood el que, finalmente, se hizo cargo del proyecto al aceptar, junto con Spielberg (propietario de la productora que adquirió los derechos de la novela para rodar la película), la versión del guion de Richard LaGravenese.
Cuando la vida te cambia en el sitio menos esperado
En 1965, Francesca, a la que da vida una maravillosa Meryl Streep nominada al Oscar [por este personaje], es un ama de casa italiana que vive con su marido Richard (Jim Haynie) y sus hijos Michael y Caroline en el condado de Madison (Iowa). Ella lleva una vida agradable y aparentemente tranquila y va a poder disfrutar de esa soledad que tanto le gusta, mientras Richard, Michael y Caroline se van unos días a una feria dejando a Francesca sola en casa. Todo resultará tranquilo y agradable, hasta el momento en el que aparece un atractivo hombre llamado Robert (Clint Eastwood), un fotógrafo del National Geographic que llega al pueblo para hacer un reportaje sobre los puentes de Madison. Desde el momento en que Francesca le acompaña en su camioneta, todo empieza a cambiar. Ese roce se ve en pequeños detalles, como cuando, durante el trayecto, Robert se enciende un cigarro y al mismo tiempo le ofrece uno a Francesca, quien no fuma, pero aún así lo acepta por acompañarle, creándose un momento de magia entre los dos.
Cabe añadir que la película hace un extraordinario juego entre el presente y el pasado. Por un lado, tenemos la actualidad en la que los hijos de la difunta Francesca se reúnen con el testamentario en casa de ella para gestionar su herencia. Mientras observan sus objetos personales se encuentran con algo que no se esperaban, una serie de fotografías de Robert, al que ven en una con el medallón de su madre, y unos cuadernos de Francesca en forma de diario en los que relata sus cuatro días de aventuras amorosas con el fotógrafo. Se producen reacciones contrapuestas ante este descubrimiento. Mientras que Caroline, a medida que va leyendo los diarios, entiende a la madre, Michael no quiere saber nada de que su madre hubiera sido infiel a su padre. Con este paralelismo entre presente y pasado, Eastwood entra de lleno en el tema de la familia y en cómo el hallazgo de esta serie de hechos, hace que Caroline y Michael hagan una reflexión sobre sus matrimonios, que se encuentran en un momento de crisis y haciendo un esfuerzo por mantenerlos, demostrando que son lo más importante de sus vidas.
La cinta también ahonda en las peculiaridades de la vida rural, algo que se muestra cuando Robert baja hasta una cafetería en el pueblo, cuando de repente entra una mujer y todos se quedan mirándola, dándose cuenta de que es la comidilla del local a cuenta de su vida privada. Robert está citado ese mismo día con Francesca en su casa y éste la llama para contarle lo que ha presenciado, por si acaso su aventura pudiera causarle problemas también a ella.
En la intimidad de los amantes, vemos una sucesión de momentos repletos de diversos temas, como el amor más sincero y puro, ya que Robert abre un mundo nuevo a Francesca repleto de magia y sexualidad que ella echaba mucho de menos en su vida conyugal o como cuando él le cuenta sus aventuras en África y ella le pide que la lleve allí. Uno de los momentos más destacables es después de la primera cita, cuando Francesca se queda sola mirándose al espejo desnuda, en una clara muestra de sexualidad femenina, como si de un autoexamen por su parte se tratara, para ver si de verdad puede seguir enamorando a los hombres. La toma de decisiones es otro de los temas que plantea la película, por ejemplo cuando discuten acerca de la continuidad de su aventura y él le espeta a ella esa frase: «No quiero necesitarte, porque no puedo tenerte», y cómo olvidar ese mágico y triste momento con Clint llorando bajo la lluvia, ofreciendo a Francesca una última oportunidad, poniéndole en un dilema cuando, agarrada al manillar de la puerta del coche se debate entre si abrirla o no, dejando todo aquello en una aventura de cuatro días. Eastwood dota de hermosura a la película cuando vemos a Francesca envejecida y paseando por aquellos lugares donde fue feliz con Robert.
Una banda sonora inolvidable
La banda sonora de Lennie Niehaus es otro elemento que aporta riqueza y frescura a la película, así como los temas de jazz de Dinah Washington (Soft winds y I’ll close your eyes) y Johnny Hartman (It was almost like a song y Easy living) que representan la parte más elegante y sensual del film. La fotografía de Jack N. Green tampoco puede pasar desapercibida, ya que la película tiene unos paisajes rurales y campestres de una belleza única, además de un uso de la luz muy acertado, como cuando Francesca y Robert cenan juntos iluminados tan solo por dos velas sobre la mesa. En lo que se refiere a las interpretaciones, Clint Eastwood realiza un gran trabajo, tanto delante como detrás de la cámara, y Meryl Streep está espléndida, realizando una de las mejores interpretaciones de su carrera demostrando una vez más, que es un fenómeno cinematográfico, al lograr su décima nominación al Óscar, cuando ya tenía dos estatuillas en su haber, una por Kramer vs Kramer [Robert Benton, 1979] y otra por La decisión de Sophie [1982, Alan J. Pakula].
En definitiva, una película inolvidable y que hay que ver por lo menos una vez en la vida.
