Pasarón de la Vera amaneció el 11 de octubre con un aire especial: aroma a tierra mojada, hojas que cambian de color, y el latido cercano de los tamboriles anunciando que el Tinajero Folk volvía a llenar sus plazas de música, tradición y encuentro.
Desde las primeras horas, el sonido del tamboril, rico en matices y ecos rurales atrajo a los paseantes hacia los escenarios principales. Llegaron agrupaciones desde distintas regiones: Asturias, Zamora, Huelva, Navarra… todos con distintas maneras de acariciar las flautas, golpear el tamboril o trazar danzas que abrazan siglos de memoria.
Un artista del tamborileo explicaba:»A todos nos gusta escuchar música pop,»reggaeton»,»rock» en discotecas, pero el arte folclórico lleva en nosotros mucho tiempo y es una manera de que personas más jóvenes lo escuchen y entiendan de donde venimos».
Los pasacalles fueron un punto culminante: tamborileros procedentes de pueblos vecinos se mezclaban con los locales, desfilando por calles empedradas, quizá precedidos por la Rondalla Pencona de La Vera, que fungió de guía para los visitantes culturales.
Una de las novedades que generó más expectación fue la sesión de “folktrónica” del DJ Castora Herz, que al filo de la medianoche convirtió la Plaza de España y la Plaza de la Iglesia en un puente entre lo ancestral y lo contemporáneo el tamboril, las voces tradicionales y los ritmos electrónicos fusionándose bajo un cielo estrellado que parecía vibrar con cada beat.
Javi, un visitante que había aprovechado el fin de semana para visitar el evento decía sobre la sesión «folktrónica: » Nunca había escuchado una mezcla entre dos estilos tan diferentes de música y me ha gustado mucho. Ojalá puedan volver en las fiestas de verano.»
Sesión de «folktrónica» de Castora Herz. Fuente: Propia
Raíces que abrazan gente
Más allá de las actuaciones musicales, el Tinajero Folk demostró ser un festival de comunidad: se compartieron cenas bajo luces cálidas, se saborearon platos típicos de la Vera y se conversó con artesanos que hilaban historias mientras trabajaban. Había talleres infantiles, demostraciones de danza en plazas históricas, momentos de silencio que dejaban escuchar sólo el viento, la guitarra, el susurro de las gaitas. También se pudo conversar con algunos artesanos de algunos puestos que tenían unas historias particulares sobre la creación de sus productos.
Un artesano que vendía productos propios contaba: «Mis productos son creados con materiales que representan las culturas de diferentes continentes y al final lo que hace especial no es que sea un collar, una pulsera o un anillo sino el alma del oficio y la memoria de quien lo posee.
Fotografía de productos artesanales. Fuente: Propia
Un fabricante de dulces artesanos explicaba que había gente que prefería comerse un huesillo hecho, poco hecho, pero que al final el producto estrella de su puesto eran las perrunillas.
La convocatoria atrajo a una audiencia diversa: jóvenes interesados en el folk moderno, mayores con memorias de canciones tradicionales o familias que aprovechaban el puente del Pilar para reconectar con la tierra y las raíces. Y no faltó ese sentimiento de orgullo local: ver a los pasaroniegos celebrando su identidad, vistiendo trajes tradicionales, tocando sus instrumentos o simplemente, escuchando atentamente, fue parte esencial del festival.
Grupo de coros y danzas de Alcázar de San Juan. Fuente: Propia
Sensaciones finales
Cuando la noche avanzaba, y la última canción había resonado, quedó la impresión de que algo importante había ocurrido: no sólo una fiesta de música, sino una reafirmación de identidad, un recordatorio de que las tradiciones no se quedan en el pasado, sino que siguen vivas, mutan, se reinventan.
En resumen, Tinajero Folk cerró su día grande con el eco de los tambores resonando en las calles empedradas, dejando tras de sí risas, recuerdos y ganas de que el año que viene la cita vuelva con más fuerza. Porque lo que se vive allí no es sólo folclore: es memoria, es comunidad, es la Vera encontrándose a sí misma.

