El Reina Sofía convierte en protagonista a la artista gallega con una exposición que ofrece, hasta el 16 de marzo, un repaso de toda su trayectoria y material de archivo inédito
Todo el que camine por la plaza de Juan Goytisolo será testigo de la importancia que ha elegido dar el museo Reina Sofía a la exposición temporal que alberga el Edificio Sabatini. Esto no será por los enormes carteles que cuelgan de los andamios de la fachada principal, desde hace un tiempo en obras, sino por una fuerza magnética mucho mayor que le invitará a acercarse a la puerta central: el poder de la masa. Y es que la masa lleva ya unos días reuniéndose en torno al mar de color que recubre el suelo de la escalera de acceso. Se trata de un imponente mural temporal, hecho de conchas y arena, que celebra la obra de la artista Maruja Mallo, aunque, más que eso, es una invitación a pararse y mirar.

Precisamente eso es lo que ha elegido hacer el museo Reina Sofía durante los próximos meses: pararse, por fin, a mirar a la gran artista gallega. La colorida alfombra marca el recorrido hacia el interior, donde los caminantes podrán unirse a la celebración y disfrutar de la versión larga, programada hasta el 16 de marzo. La entrada tiene un precio estándar de 12 euros, aunque es posible acceder de forma gratuita en determinados horarios.
La mujer que no cabía en un nombre
La exposición, que ya se pudo ver en el Centro Botín de Santander, está comisariada por Patricia Molins y ofrece un repaso a la trayectoria de la polifacética creadora. Se trata de un ambicioso proyecto que reúne piezas de distintos momentos vitales y artísticos de una mujer difícil de categorizar. Aunque llamada Ana María Gómez González, el que podría ser el nombre más corriente de España, ella eligió responder como Maruja Mallo.
El pequeño pero gran gesto de darse a sí misma nombre suponía una importante reivindicación simbólica de su capacidad autorial y de las mujeres que la habían llevado hasta allí. Mallo era, en realidad, el apellido de su abuela, después heredado por su madre y por ella; el cuarto de su lista, que ella decidió convertir en el primero. Su identidad como artista, la que sería recordada –aunque quizás no lo suficiente-, sería marcadamente femenina, lo que sea que signifique eso.
Un recorrido por su vida y obra
A lo largo del siglo XX, que vivió casi en su totalidad (del 1902 al 1995 -nada menos que 93 años-), Maruja Mallo habitó muchos mundos, que para ella fueron uno solo. Su arte es testigo y expresión de los cambios de una vida que viajó en paralelo a un siglo de grandes transformaciones históricas. A pesar de la falta de reconocimiento, como defiende Manuel Segade, director del museo, “ella es la que da imaginería estética y contenido plástico a la generación del 27; es la que recoge todas las fuerzas del momento, del arte popular, de las fuerzas de las masas”.
Para revisitar esta trayectoria se ha trazado un recorrido cronológico dividido en salas que agrupan las piezas por etapas. Las Verbenas, que solo se habían expuesto juntas en su primera exposición (1928), dan la bienvenida al caminante. Junto a las Estampas (1927-28), que se encuentran a continuación, reflejan una particular manera de mirar a lo popular: como color, ritmo y forma, pero también como hibridación, reunión, cuestionamiento, fuerza creadora y magia. En las Estampas ya se observa una tensión entre lo animado y lo inanimado, el movimiento y lo atemporal, que se convierte en protagonista en la serie siguiente: las Cloacas y Campanarios (1929-32). En estas piezas solo quedan los restos de la humanidad, que hacen visible una presencia pasada. Casi como un juego, podemos ver las huellas de Maruja en la textura incorporada en estos cuadros.

Después de la destrucción, llega la reconstrucción. Para ello acude a una nueva arquitectura geométrica, que conserva su interés por la mitología y los motivos naturales. Al estallar la guerra, Maruja recuperó en su arte, desde el exilio, imágenes de su tierra natal de Galicia. Las trabajadoras ocupan en ellas un lugar casi divino por su relación con la naturaleza. En los años siguientes, trabajó la relación entre cuerpo y mundo a través de sus series de Máscaras y Naturalezas vivas o la hibridación de géneros y razas con sus Cabezas bidimensionales. La culminación de su proyecto la alcanzó con Viajeros del Éter, una superación de lo terrenal en la que todo queda finalmente ligado por leyes geométricas.
El mundo como continuo
Desde Galicia, Madrid o Latinoamérica, donde estuvo exiliada 25 años, exploró la unión, la conciliación y la hibridación. La exposición mantiene esta idea, que persiste a lo largo de toda su trayectoria, a modo de hilo conductor. Como explica Molins, Mallo estaba convencida de que el universo es un sistema en el que todo está relacionado, “donde hay una unión fundamental entre todos los reinos: animales, vegetales, minerales…”.
Su trayectoria es tan inmensa que ofrece muchas posibilidades de interpretación. No resulta sorprendente que todo en la exposición parezca fresco, joven, sin gastar. La labor de la comisaria invita, además, al espectador a observar los cuadros desde ópticas nuevas, actuales. Se trata de una exposición de ella, de Maruja, en la que se busca profundizar en las distintas capas de su creación artística, desde sus bocetos, hasta sus obsesivas anotaciones, sus cartas, sus fabricaciones para teatro o sus autorretratos.

Para dibujar esta mirada tan personal, Mallo se sirve de los elementos más abstractos y de los más corpóreos, de lo visible y de lo interpretable, de lo lógico y de lo que no se puede explicar. El nombre de la exposición, Maruja Mallo. Máscara y compás, alude a esta dualidad que habita su obra, a la precisión geométrica y a la transformación. Proyectó una humanidad que se daba la mano con la magia y con la naturaleza, con el arte y con la ciencia. Por eso Ramón Gómez de la Serna le dio el apodo de «la bruja joven». Su vida y obra recorrían un mismo camino, así lo consideró ella, en el que el arte fue su gran compromiso. Un cuarto de siglo después de que su vida acabase, su obra sigue deambulando. No se agota si los caminantes siguen deteniéndose a mirar.
