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El Prado, la mejor escuela de arte II

'Las meninas' de Velázquez en el Museo Nacional del Prado
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. 'Las meninas' (1656). Óleo sobre lienzo. ©Museo Nacional del Prado.

En su segunda visita al Museo Nacional del Prado, los estudiantes del Máster de Periodismo Cultural redescubren las Pinturas negras de Goya, los retratos reales de Velázquez, la expresión surrealista de El Bosco o los juegos de perspectivas de Tintoretto, entre otros maestros.

El pintor francés Pierre-Auguste Renoir manifestó en una ocasión que “la pintura se aprende en los museos”. Y es que, siendo uno de los máximos exponentes del impresionismo, Renoir no podía sino opinar justamente eso. Caracterizados por la búsqueda de la experiencia directa con el objeto y la luz, los artistas impresionistas renegaban de representar la realidad según se enseñaba en la academia. “En el museo se encuentra el gusto por la pintura, que la naturaleza por sí sola no puede dar. No se dice ‘Quiero ser pintor’ ante un paisaje hermoso, sino ante un cuadro”, remata Renoir.

Esta cuestión no es desconocida para los alumnos del Máster en Periodismo Cultural de la Universidad CEU San Pablo, que tras su primera visita al Museo Nacional del Prado decidieron repetir la experiencia. ¿Se puede acaso escribir de arte sin verlo?

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Dan las cuatro y veinte de la tarde del último viernes de enero. Un grupo de estudiantes se aglomera en semicírculo alrededor del Tríptico del Jardín de las delicias (1490-1500), de El Bosco. En silencio escuchan la explicación de la profesora María Fernández-Shaw: “Lo que tenéis delante es una obra maestra pintada al óleo sobre madera”. En el tríptico el pintor representó de forma surrealista tres escenas que tienen como denominador común el pecado. Se inicia en el Paraíso del panel izquierdo, con Adán y Eva, y finaliza con el castigo en el Infierno del panel derecho. Por su parte, el central muestra un falso Paraíso entregado al desenfreno de los Pecados Capitales, en especial la lujuria.

'Tríptico del Jardín de las Delicias', de El Bosco
El Bosco. ‘Tríptico del Jardín de las delicias’ (1490-1500). Óleo sobre tabla de madera de roble. ©Museo Nacional del Prado.

Los alumnos volvieron a encontrarse con las figuras de Adán y Eva en la Galería Central de la pinacoteca, donde yacen colgadas entre muchas otras las pinturas homónimas de Tiziano y Rubens. Ambos cuadros reflejan el pasaje bíblico del Génesis 3,6-7, en el que se responsabiliza a Eva de coger el fruto prohibido (aunque no se especifica cuál, el pintor siguió la tradición de la manzana).

Durante su estancia en Madrid, Rubens tuvo la oportunidad de admirar las pinturas de Tiziano e inspirarse para copiar muchas de ellas. En el caso de Adán y Eva, Rubens introdujo varios cambios significativos respecto a la pintura del veneciano. Mientras que en la figura de Eva, así como en parte de la vegetación, conserva la técnica y el diseño original, Adán se muestra en una postura diferente y con mayor musculatura, que recuerda a la escultura Torso de Belvedere. Asimismo, la introducción del loro como símbolo del bien –ausente en la original– contrasta con la idea del mal y la lujuria que representa el zorro en Tiziano.

Aún en la Galería Central y siguiendo la temática religiosa, los estudiantes observaron El Lavatorio, de Jacopo Tintoretto. Aquel que se acerque al cuadro sin conocer su historia se extrañará al ver que la figura central de la obra es un perro, mientras que el resto de personajes aparecen distribuidos aleatoriamente. Sin embargo, según les contó Fernández-Shaw a los alumnos, todo es cuestión de perspectiva. Fruto del manierismo toscano, El Lavatorio es el resultado de un concienzudo estudio espacial. Tintoretto pintó los personajes pensando en el punto de vista del espectador, ya que el cuadro iba a ser contemplado desde la derecha en el interior de la Iglesia de San Marcuola.

'El lavatorio' de Tintoretto en el Museo Nacional del Prado.
Tintoretto. ‘El lavatorio’ (1548-1549). Óleo sobre lienzo. ©Museo Nacional del Prado.

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En la visita no faltaron tampoco los retratos de la Familia Real. Felipe II, de Sofonisba Anguissola, fue la primera interacción de los estudiantes con la corte española. Este retrato encaja con la proyección que el rey –llamado el Prudente– quería hacer de su propia imagen: apartada de la militar de su padre Carlos I de España. Anguissola consigue reproducir esa imagen que él tenía de sí mismo en el lienzo, tan elegante como distante. Distinguido solo por la postura y por el Toisón de Oro que luce sobe el jubón negro.

En el interior de la Sala O12 están colgados varios retratos ecuestres: Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, La reina Margarita de Austria, El príncipe Baltasar Carlos, Felipe IV, Felipe III y La reina Isabel de Borbón. Todos ellos flanquean el retrato estrella de la sala: Las meninas. Y todos ellos pintados por Velázquez.

De este cuadro queda ya poco por decir, puesto que son numerosas las teorías que se han formulado respecto a qué quiso representar Velázquez en realidad. Durante la contemplación de la obra, Fernández-Shaw nombró de pasada uno de los aspectos más curiosos, interesantes y representativos de la época: la bucarofagia, una costumbre que se estableció entre las damas de la corte y la nobleza de los siglos XVI y XVII. Si se observa con detenimiento, se puede apreciar cómo una de las meninas, María Agustina Sarmiento, ofrece un pequeño búcaro rojizo a la infanta Margarita.

“Niña de color quebrado, o tienes amor o comes barro”, escribió Lope de Vega en su obra El acero de Madrid (1608). El consumo de búcaros era bastante popular en la época, aunque la ingesta continuada de estas jarritas de barro producía anemia y envenenamiento por mercurio, plomo y arsénico. También era causante de obstrucción intestinal, que era lo que paraba el ciclo menstrual. Como curiosidad, la iglesia se oponía a la ingesta de búcaros debido a que en ocasiones se usaba como método anticonceptivo.

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El recorrido por los retratos reales no podía terminar sin antes ver los realizados por Goya, desde La familia de Carlos IV hasta Los duques de Osuna y sus hijos. Esta última pintura viene acompañada de una anécdota un tanto curiosa, pues el niño que aparece sentado en un cojín a los pies de su madre no es otro que don Pedro de Alcántara, el futuro príncipe de Anglona y primer director del Museo del Prado.

'Los duques de Osuna y sus hijos' de Goya en el Museo del Prado
Goya. ‘Los duques de Osuna y sus hijos’ (1787-1788). Óleo sobre lienzo. ©Museo Nacional del Prado.

La visita a la pinacoteca casi ha culminado, pero a los estudiantes aún les queda una sala por ver. Aquella que alberga las conocidas como Pinturas negras de Goya, un conjunto de catorce pinturas que el artista realizó al óleo directamente sobre las paredes de la Quinta del Sordo, próxima al río Manzanares. Bajo una luz muy tenue que crea alargadas sombras en el suelo, se puede apreciar Una manola: Leocadia Zorrilla; El Santo Oficio, Asmodea, Las parcas (Atropos), Duelo a garrotazos, Dos viejos, La romería de San Isidro, El aquelarre o El gran cabrón, Dos viejos comiendo, Saturno, Judit y Holofernes, Dos mujeres y un hombre, La lectura y Perro semihundido. Gracias a los estudios radiográficos que se han realizado posteriormente de las pinturas se conoce que debajo de éstas había otras, de distintos motivos y técnica estilística, parcialmente utilizadas por Goya y parcialmente tapadas.

Con un último vistazo a Perro semihundido, el grupo de alumnos abandona la sala. De camino a la salida pasan frente a la escultura Isabel II, velada, que resume casualmente a la perfección esta visita. Caído el tupido velo, el grupo mira ahora las pinturas con otros ojos.


A continuación, puedes ver todos los cuadros mencionados en este artículo y expuestos en la colección permanente del Museo Nacional del Prado.

Nerea Méndez Pérez

Periodista a tiempo parcial, cinéfila a tiempo completo. Nacida en la tierra de los limones, Murcia, y a mucha honra. Es friki por vocación y escritora por elección.

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