No debería nunca pasarse por alto ni caer en el olvido: la historia habla de unos 500 muertos durante el periodo de la transición. Quinientas personas perdieron la vida luchando por la causa. Hombres y mujeres de toda condición social, trabajadores, célebres, artistas, abogados, pero, sobre todo, y todavía hoy, anónimos. Todos ellos tenían algo en común: hacer una realidad la voluntad de cambio. Todos ellos creían en lo mismo: un futuro mejor se vislumbraba en el horizonte, más allá de los disturbios, de la represión, de la censura. Eran otros tiempos.
De todo aquello -que comenzó dos días después de la muerte del general Francisco Franco en 1975- han pasado 41 años y, con la efeméride de este acontecimiento este mes de noviembre, toca echar la vista atrás, que nunca está de más, para recordar qué ocurrió en esa época que fue capaz de cambiar el transcurso de la historia, aunque no exenta de dificultades.
Esa es la principal motivación de la muestra que el Museo Reina Sofía de Madrid, que vistió sus paredes en noviembre del año pasado y que permanecerá abierta hasta finales de este mes de junio (tras prolongarse seis meses más), la de traer al presente, merecidamente, las voces, mentes y manos, de aquellos que no pudieron callar sus pensamientos. Y es que solo conociendo nuestro pasado sabremos hacia dónde se dirige nuestro futuro. Mediante las Poéticas de la Democracia, nos sumergiremos en un maremágnum de 250 muestras de arte que marcaron una época y crearon una identidad. La de la España patria, la que añoraban Zambrano, Alberti, Ayala o Semprún desde su exilio.
El recorrido por la exposición ha de ser obligatoriamente cronológica dado que, solo así se entienden los guiños a la historia y se consiguen reconocer todas las caras. Las primeras imágenes de la represión por las fuerzas militares, los primeros exiliados arribando de vuelta, las primeras reuniones vecinales… Comienza con la bienal de Venecia y termina con los últimos años de redacción de la Carta Magna, nuestra actual Constitución.
La mayoría de elementos expuestos pertenecen al pueblo. Pronto nos damos cuenta de que las imágenes dicen mucho más que las voces de la audioguía. Los paisajes alzan la voz. La calle tiene historias que contarnos.
La exposición parece perder una parte de su significado si se obvia que fue hecha por y para gente de la calle, negando su contexto (en parte) y, por tanto, desechando parte del relato de la gente, de las tabernas, de los pisos francos, de las asociaciones de vecinos…
Las imágenes son absoluto reflejo de contratiempos y disonancias sociales de las clases que comenzaban a adquirir conciencia de lo que eran, forjando una identidad y una ideología. Y es justo aquí cuando vuelve a entrar en juego el origen de estas reivindicaciones. La calle ha sido el lugar, desde tiempos inmemoriales, donde surge el deber de estar (y sentirse) representados en la política en un territorio plural y con posibilidad de diálogo. De ahí el valor del escenario.
De Venecia a Madrid
La muestra se constituye en base a dos pilares fundamentales: la Bienal de Venecia de 1976 (justo después de la muerte de Franco) y la Modernidad Artística, traducida en el nacimiento de una cultura juvenil y ciudadana que se enfrenta a instituciones ya consolidadas como el ejército o la Iglesia. Muerte y nacimiento. Una paradoja brillante.
La Bienal ya había homenajeado, dos años antes, a la resistencia contra Pinochet, por lo que los dirigentes decidieron convocar a los españoles para la misma causa. La muestra iba a ser mayoritariamente pictórica, pero, dada la muerte reciente de Franco, se cambió la temática, creando una relación de arte y política diferente a la que se conocía, no exenta de polémica. Una muestra militante totalmente izquierdista que buscaba dar visibilidad a los 40 años de dictadura.
El icónico cuadro El abrazo de Juan Genovés se exhibe en la primera sala para recordar el momento de euforia que se vivía entre familiares y amigos al salir de la cárcel. La sala contigua nos lleva de la mano por los entresijos de la Bienal, tanto desde su formación como a su instalación en las calles (y en las mentes de las personas) mediante manifiestos, carteles, vídeos, cine, poesía…
Cultura revolucionaria
La “segunda pata” de la exposición pone el foco en las corrientes culturales que emergen durante la Transición española. Los jóvenes de la época están cansados de ataduras, de estar silenciados. Todos ellos empiezan a cuestionarse diferentes aspectos de la vida. ¿Por qué hay ejercito? ¿Para qué sirve la iglesia? La ideología del franquismo ya no se sostiene. La sociedad ya no es lo que era. Me reitero, eran otros tiempos.
Este revuelo en las conciencias juveniles se traduce en nuevas formas de organización civil que antes estaban prohibidas (como las asociaciones en un barrio, los primeros pasos de los grupos feministas…) en los que se fraguarán las nuevas corrientes estéticas. Los medios de comunicación ya no están controlados como antes. Ajobanco es la prueba de que ya se puede parodiar lo que había sido máxima autoridad. Las opiniones contrarias al régimen empiezan a publicarse. Las mentes revolucionarias del momento empiezan a interesarse por la cultura. Ven en ella una forma muy dinámica de comunicarse. Por eso, plasman sus ideas en cómics, en las artes plásticas o usan el teatro independiente como vehículo para explorar las esperanzas e ilusiones de un momento que se prometía decisivo para el mañana. Son abanderados del dinamismo. La cultura empieza a calar en las conciencias, se expande como la pólvora en los puntos de reunión.
La calle es nuestra es el nombre de la siguiente sala, donde podemos ver los primeros pasos del fotoperiodismo de la época, que reflejan las protestas, las reuniones, los alzamientos de voz… Los héroes más olvidados de la transición se hacen un hueco entre estas cuatro paredes.
El broche de oro lo pone la última sala, la 1978, dedicada exclusivamente a la Constitución, dando testimonios tanto a favor como en contra mediante libros, fotos, pintadas en los muros urbanos… La guinda del pastel es el ‘Dossier Constitución’ de la revista Ajoblanco, en la que se critica duramente la arrogancia de la Carta Magna por no verse como un texto a caballo entre dos épicas, sino como un todo absolutista.
Sin ninguna duda, la exposición constituye una aproximación a un momento histórico de verdadera importancia para nuestra nación al alcance de jóvenes y adultos (e incluso para aquellos que vivieron esa época) que pueden todavía, a día de hoy, ver cómo de importante fue atreverse a alzar la voz y reivindicar la necesidad de paz y de avance. El artículo 20 de la constitución reza: se reconocen y protegen los derechos a la producción y creación literaria, artística, científica. ¿Qué seríamos hoy en día sin ese articulo 20?