Círculo de Bellas Artes. Cae la tarde y la fauna habitual de las presentaciones culturales toma asiento en el Salón de Columnas. La tarde está más concurrida de lo normal. Lógico si tenemos en cuenta que quien presenta novela es Mario Vargas Llosa, único Nobel con vida que tenemos en la Península y que la relación de éste con Isabel Preysler genera interés más allá (o más acá) de la literatura.
En las primeras filas se acomodan y se mezclan Marily Coll con el cineasta Pedro Olea o Rosa Montero con una máscara de bótox bajo la que se oculta Marisa de Borbón-Yoldi. El grupo cultureta hace piña con las pititas pero poco. El hilo conductor entre ambos mundos es Elena Benarroch, peletera de la high society e íntima de los aledaños del grupo PRISA. Vamos, lo que en Francia llaman izquierda-caviar.
Quien esto escribe estaba una fila detrás del clan de coleguis de Preysler. Hice lo lógico en estas situaciones. Pegar oreja. Llega Jesús Mariñas, el midnight-cawboy de la crónica social nacional, e intercambia saludos con un toque de mala uva con la Borbón-Yoldi y con una recién llegada Nuria González, la benjamina del clan. También se saluda con Pedro Olea y con Rosa Montero. No es tan raro esto último ya que, años antes de ser una de las mejores escritoras de su generación, practicó el periodismo verité en Fotogramas y en El País, antes de ser junto a Manuel Jabois (casi) el único gran valor de dicho periódico.
Hago moviola. Uno de los mejores retratos del escritor peruano se debe a Montero, quien lo describió como “guapo y caimán”. Ella sabrá. Vuelvo al presente. Una de las pitirasse pregunta el porqué de la no asistencia de algunas otras. La Borbón-Yodi explica: “Isabel me ha dicho personalmente que sólo ha invitado a quien realmente estaba interesado en el libro”. Recalca al hablar el adverbio, de lo cual se deduce que el grado de aproximación a la viuda de Miguel Boyer suma puntos entre las señoras bien, señoras fetén.
Llega con cierto retraso (no me hagan chistes) Ana Botella, ex alcaldesa, ex concejala y señora de José María Aznar. Botella tiene ese aire de señora de derechas de toda la vida, que en el fondo tranquiliza. No representa la extrema derecha, ni la derechona de origen falangista de su marido. Ni siquiera a la derecha neoliberal. Lo suyo es territorio poco temible por conocido. Esa derecha de provincias con un pie en el siglo XIX y otro en las nuevas tecnologías. La derecha de noviazgos largos, bodas en la iglesia del pueblo y viajes al extranjero por el aniversario matrimonial. Ésa que contempla con una mezcla de asombro y condescendencia cómo los divorciados y los homosexuales se han convertido en ciudadanos.
Los últimos en llegar son el trío protagonista. A saber, Vargas Llosa, Preysler y Aitana Sánchez-Gijón. Esta última ha compartido durante tres años escenario con el escritor. Tiene ese toque de izquierda caviar que da el ser hija de rojeras con pasta y educación en el Liceo italiano. Una de esas mujeres igual de elegantes vestidas que desnudas, lo cual no es nada fácil.
El acto empieza con la lectura del primer capítulo de la novela, Cinco esquinas, a cargo de la actriz con una dicción cuidada y clara. No en vano pertenece a la última generación en la que el teatro era la escuela y no el refugio profesional cuando la tele se acaba que es ahora. La voz de Sánchez Gijón, un tanto oscura y ronca, ayuda a dibujar en la cabeza las escenas que el peruano ha creado. En este caso, un encuentro lésbico casual relatado con sutileza, pero sin renunciar al erotismo. Ante las frases más gráficas, mis ojos, como los de un cocodrilo, miran uno a Isabel Preysler y otro a Ana Botella. En ambos casos sonríen. Con arrobo la novia del Nobel y con circunstancias la ex edil de Madrid. Algo así como “esto me parece una guarrada, por será que las cosas de la cultura han de ser así”.
Tras la lectura, Vargas Llosa mantiene una charla con la periodista Montserrat Domínguez en la que desgrana su nueva novela. Como casi toda la obra del autor de La ciudad y los perros, la Historia del Perú discurre paralela a la historia del relato. En este caso se centra en un período que él conoce bien: la dictadura de Alberto Fujimori. Tiene en esto un marcado carácter personal ya que, en 1990, Mario Vargas Llosa fue candidato a la presidencia del Perú teniendo como rival al propio Fujimori. Relata en la novela cómo este lider ultraderechista usó a la prensa y cómo ésta se dejó usar sin pudor.
La charla discurrió por territorios políticos. El Nobel atacó a Donald Trump, al que calificó de “chalado,” y hablando de populismo dejó caer su opinión sobre la formación de Pablo Iglesias. Sobre la situación de su país de origen mostró su malestar ante la candidatura en los próximos comicios de Keiko Fujimori, hija del dictador procesado por malversación de caudales públicos, que es la actual lideresa de los neofascistas peruanos. La indignación de Vargas Llosa estaba justificada en que, según las encuestas, la tamagochi andina es la favorita para presidir el Perú.
Con respecto a su situación personal, Domínguez arrancó al escritor que está “muy, muy enamorado” y que tiene muchos proyectos. Tantos que “siento no tener tanto tiempo como proyectos”.
Tras el fin del acto, el habitual revuelo, fotos, intento de firma de libros (servidor lo consiguió), bronca de Mariñas con los seguratas… La pareja convertida en trío gracias a la Sánchez-Gijón dejó el Centro seguido de una cohorte de cámaras de televisión y fotógrafos.
En el exterior la noche es ya cruda aunque la iluminación de Gran Vía lo disimule. La gente charla en la puerta sobre el peligro del populismo. En una librería cercana venden libros del Nobel. Hay una foto de él en la portada de Pez en el agua, sus memorias como candidato a la presidencia del Perú. La sonrisa era similar a la de esta tarde. El viento es frío y se clava en mi cara como cuchillos. Intento taparme con el abrigo. A mi lado un señora vestida de Anna Karenina. Solo falta que nos atropelle un tren para parecer una novela.