‘Nada que decir’: prosa lacerante para ganar el Premio Tusquets

Silvia Hidalgo sosteniendo el premio Tusquets de novela.
Silvia Hidalgo sosteniendo el premio Tusquets. Fuente: Tusquets editores

Silvia Hidalgo compone en su nueva novela una trama en la que la desorientación y la obsesión cobran un papel protagonista

Una mujer en su coche esperando a que cambie algo. Concretamente, que cambie la pantalla de un teléfono móvil. Que se ilumine, que le regale una notificación. «Vía libre, puedes venir». Algo así. Que le haga sentir viva o, al menos, un calor que confunda durante unos minutos con la vida. Mientras tanto, una hija desgañitándose en el asiento de atrás y un exmarido al trote bajo la lluvia que viene a reclamar a su prole durante la semana alterna dictaminada por un juez. Así comienza Nada que decir, la nueva novela de Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978), ganadora de la XIX edición del Premio Tusquets de Novela.

A partir de este inicio, Hidalgo da paso a una trama en la que priman el tono ácido y la representación de una realidad que es descrita entre unos dientes apretados, chirriantes, desquiciados. El jurado responsable de otorgar el premio describe la novela como «Una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo una mujer se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido». Pero este deseo, esta pasión, no se viven con libertad o alegría. Se viven con rabia, con desprecio, con desorientación. Todo dentro de un bucle de autosabotaje del que Eva, la protagonista, no sabe salir. O no quiere. O le da igual.

El atractivo y original estilo de la novela se construye en gran medida gracias a un logrado vocabulario despersonalizador, casi bestializador, que lleva a la objetificación de casi todo el elenco de personajes. Un claro ejemplo de esto son las escenas sexuales en las que la protagonista parece ajena al propio acto. Eva no mantiene sexo oral, simplemente «entrega un trozo de carne rosado». Al mismo tiempo, los hombres ya no tienen nombre, sino cualidades que los define: «el hombre azul», «el hombre tumor», «el hombre que escribe sin haches». Por su parte, no obstante, las mujeres protagonistas comparten un nombre: «Eva» es la hija, «Eva» es la madre, «Eva» es incluso la mascota, todas son Eva, todas parecen compartir el pecado original, o quizás la maldición hereditaria de un desapego que cobra tintes de condena.

Es este desapego el que parece ser el motivo del desarraigo y desbalance emocional que sufre la protagonista. Al principio de la obra, Eva es una mujer que primero es carne, y solo después, mucho después, madre.

Portada de la novela 'Nada que decir' de Silvia Hidalgo

Silvia Hidalgo, que combina el oficio de escritora con su profesión en el campo de la ingeniería informática, ya exploró la situación de desorientación y despersonalización de una madre primeriza en su anterior libro Yo, mentira, publicado por la editorial Tránsito en 2021. Además de estas dos novelas, la escritora sevillana es autora de Dejarse flequillo, su primera obra, publicada por la editorial Amor de madre en 2016.

La fijación obsesiva es uno de los núcleos en torno a los que gira la novela. Una obsesión que es, además, de naturaleza animal. Cuando percibe al objeto de su fijación, la protagonista ya no es un ser autoconsciente, es una bestia, o quizás una alimaña, a la que se le afilan los colmillos, tal y como afirma la propia narradora.

Todo esto lleva a Eva a una desesperación que tiene el color de la luz de la pantalla del móvil reflejada sobre su rostro. Así lo vemos representado en la ilustración de la portada de la primera edición, obra de la ilustradora Liz Slome. En ese blanco artificial, que maquilla la cara de Eva con tonos sepulcrales, se percibe la tensión de una mujer desesperada por ser necesitada por aquel que menos la necesita.

La obra de Hidalgo es una historia incómoda, que levanta ampollas y enfurece porque es reconocible. O más bien es esa voz tan bien construida la que hace que una trama tan ajena para muchos se vuelva de repente propia y empatizable. Eva se desespera y nosotros nos desquiciamos con ella, se precipita a un vacío de impersonalidad y nosotros dejamos de reconocernos frente al espejo. Es en esta capacidad que tiene la escritora sevillana para clavarnos las garras de sus palabras y arrastrarnos con ella a donde no queremos ir, la que le ha hecho merecedora de un galardón tan prestigioso como es el Premio Tusquets. A veces, merece la pena sumergir los pies en el charco de la desesperación, sobre todo, si es bajo el amparo de una escritora de la calidad de Hidalgo.

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