Valery Gergiev y la Filarmónica de Múnich brillan en el Auditorio Nacional

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El reconocido director de orquesta Valery Gergiev ha vuelto a Madrid, pero en esta ocasión acompañado por primera vez por la Filarmónica de Múnich. Gergiev es el Zar que ha revivido el teatro Mariinsky. Como director general y artístico de la formación, toda actividad, incluido el ballet, está bajo su mandato y es más que reconocido el renacimiento que ha vivido este teatro desde que se pusiera al mando en 1988.

Además, este moscovita, que también es director titular desde 2015 de la Filarmónica de Múnich, es director asociado de la Ópera del Metropolitan, la Orquesta Filarmónica de Róterdam y la Orquesta Sinfónica de Londres, además de multitud de festivales a lo largo de todo el mundo. Gergiev subió al podio del Auditorio Nacional el pasado día 15 de enero, velada en la que contó con la violinista Janine Jansen y que dedicó a obras de Debussy, Shostakovich y Berlioz. En cambio el 16 de enero, su segunda y última actuación de esta temporada en el coliseo madrileño, ante un Auditorio Nacional a rebosar decidió apostar por un programa puramente romántico y post-romántico: Wagner, Scriabin y Tchaikovsky.

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Gergiev y la orquesta del Mariinsky de San Petersburgo

El concierto comenzó con una delicada melodía interpretada por los violines, a los que se fueron sumando el resto de instrumentos de la orquesta. Y es que el Preludio del primer acto de Lohengrin es un canto a la esperanza, a la lucha y, sobre todo, a la búsqueda del grial, de la felicidad. Una pieza como todas las de Wagner, que bien interpretada (como fue este caso) emociona al público y le deja con la carne de gallina.

Ya desde el primer momento, Gergiev demostró su fuerte temperamento sobre el podio y no se cortó a la hora de gruñir, suspirar, brincar e incluso bailar durante todas las interpretaciones. Y es que Valery Gergiev vive la música, vive las piezas que le toca dirigir, se apasiona, emociona, suda, aunque también dirige a base de sutiles movimientos de muñecas o dedos.

Tras ese emocionante Preludio del primer acto de Lohnegrin, fue el turno de la pieza menos mainstream de la noche, Poema del éxtasis de Alexander Scriabin. Una sonata de unos veinte minutos de duración cuya partitura bajo la dirección de Valery Gergiev suena de forma voluptuosa, vaporosa, sinuosa… muy acorde con el tema que Scriabin quiso, grosso modo, transmitir.  Una descripción del goce sensual, pero, sobre todo, una alegoría del papel del humano como Dios creador y de los impulsos artísticos del compositor. Y es que fue al terminar esta pieza cuando Gergiev, tras una intensa intepretación, consiguió arrancar los primeros bravos en el Auditorio.

La última de las piezas que se interpretaron fue la mítica Sexta sinfonía de Tchaikovsky, comúnmente conocida como La Patética. Una obra de contrastes, en la que el carácter atormentado del legendario compositor ruso se ve claramente expuesto. Una partitura que va desde la mayor angustia y dolor, pasando por el entusiamo, la pasión y el deseo de vivir y acabando con un cuarto movimiento, un adagio que poco a poco se va apagando, y que concluye con un leve sonido de violonchelos y contrabajos.

Una pieza que hace reflexionar sobre la vida y su final. Sobre cómo el hombre puede llegar a luchar para continuar con vida, pero que inevitablemente se va apagando lentamente como la misma partitura. Una obra emocionante, que estuvo interpretada de forma excelente por la filarmónica y en la que Gergiev se movió como pez en el agua. Una ejecución vehemente y apasionada, muy en su línea, que es conocido por haber sido capaz de explotar al máximo los clásicos rusos como Tchaikovsky, y que en esta ocasión no fue menos.

10 minutos de ovación, de bravos y espectadores en pie, ese fue el resultado de esa magnífica ejecución de la Sexta de Tchaikovsky. Una sinfonía que culminó con un Gergiev emocionado, enfrascado y absorto en la partitura. Un ensimismamiento del que no salió hasta pasados varios segundos (que parecieron una eternidad), gracias a que un espectador comenzó a ovacionarle con un contundente bravo, al que le siguió los vítores de un público totalmente emocionado y extasiado.

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Gergiev y la orquesta del Mariinsky de San Petersburgo en el Auditorio Nacional en 2013 – Julio Serrano

A grandes rasgos, Gergiev dirigió una gran formación que comprendió, o trató de comprender (con muy buen empeño), el espíritu incansable y pasional del director y que, sin lugar a dudas, emocionó al público.Un público que pudo disfrutar de un programa cuya interpretación puede ser tremendamente filosófica, desde la alegría y esperanza de vivir, pasando por el éxtasis y la pulsión sexual hasta llegar a la lucha entre la vida y la muerte, el todo o la nada. Una noche de música de tremenda buena calidad, de esas que cualquiera, aunque no esté interesado en la música clásica, debería disfrutar al menos una vez en la vida.

 

Helena Núñez Guasch

Ibicenca por tierras madrileñas. Apasionada de la danza y amante de la cultura. Creo en el Periodismo como herramienta imprescindible para la divulgación y como apoyo a la educación.
"El sitio de la danza está en las casas, en las calles, en la vida" M. Béjart.

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