La cintura de avispa y la estética parisina de la actriz, que falleció el 20 de enero de 1993, permanecen intactos como canon de belleza
«La elegancia involuntaria no tiene que ver con la moda, ni con el dinero, ni con lo estético”, así comienza el libro Agua y Jabón: Apuntes sobre elegancia involuntaria, de Marta Riezu. Y aunque Audrey Hepburn (1929-1993) cumple con todos estos requisitos, no solo por ellos ha conseguido posicionarse en el imaginario colectivo de medio mundo como la elegancia personificada.
Un día como hoy, hace ya 30 años, el crítico cinematográfico Ángel Fernández-Santos escribió que Audrey se había ido a causa de un cáncer de colon «con la forma discreta de caminar que fue parte de su incomparable elegancia». Apartada de los focos desde el estreno de su última película en 1983, al final de su vida Hepburn ejerció como Embajadora de Buena Voluntad para Unicef, haciendo gala de su talante bondadoso y solidario, y demostrando el aura angelical que la rodeó siempre.
Pero fue su estilo el que realmente consiguió catapultarla como el icono mundial que sigue siendo hoy en día. Como si de una influencer se tratase, en YouTube, cientos de mujeres enseñan a otras cómo vestirse como Audrey, intentando capturar ese glamour que le acompañaba tanto fuera como dentro de la pantalla. Sus ojos «bambi», su cintura de avispa y su estética parisina, influenciada por su amistad con Hubert de Givenchy, crearon escuela. Y es que, como bien dijo Sean Ferrer, hijo de su primer matrimonio, su madre «representa en la memoria instintiva y en el ADN de la gente el concepto de lo que es la belleza», y muchas veces está asociada a su delgadez.
Una vida marcada por los problemas alimenticios
Sin embargo, tras esa belleza frágil e inocente se escondía el hambre y la desnutrición que marcaron sus años de niñez y adolescencia en plena Segunda Guerra Mundial, muy similar a la que vivió Anna Frank. En 2018, Luca Dotti, hijo del segundo matrimonio de Hepburn, negó los rumores de que su madre hubiese padecido un trastorno alimenticio, aunque sí reveló que sufrió de anemia, como consecuencia de la terrible alimentación que tuvo durante la contienda. Además, en su libro Audrey at Home. Memories of My Mother’s Kitchen, Dotti redactó los hábitos dietéticos de su madre que oscilaban entre su adicción a la pasta y al chocolate a someterse a una «desintoxicación» todos los meses. En este sentido, la biógrafa de la actriz, Diana Maychick contó en su libro Audrey: an intimate portrait que el hambre la llevó a «resentirse» con la comida y a adoptar una posición muy controladora con su apetito.
La actriz belga contó en numerosas ocasiones que su sueño, además de haber sido bailarina, era ser madre. Por lo que los dos abortos espontáneos que experimentó contribuyeron a la depresión por la que fue ingresada. En definitiva, el glamour de los focos no dejaba ver una profunda soledad y tristeza en la vida de la actriz, de la que pudo recuperarse una vez abandonada su trayectoria como intérprete.
La idealización a la que fue sometida por la industria de Hollywood, perpetuada hasta la actualidad, fue similar a la que se cernió sobre Marilyn. Su físico antagónico fue motivo de comparación por una sociedad que catalogaba a las mujeres como Audreys o Marilyns dependiendo de la talla de su pantalón. Marilyn, considerada como una bomba sexual, se aprovechó del estereotipo de rubia tonta para lanzar su carrera, y Audrey, cuyo físico no era lo suficientemente exuberante para acaparar la mirada masculina, hizo lo propio convirtiéndose en la chica buena de la industria.
La seguridad en sí misma durante su madurez
En una entrevista de 1988, la periodista Gloria Hunniford, tras recordarle que no había ganado «ni un gramo» desde sus películas de la década de los 50, le preguntó a Hepburn cómo había conseguido alcanzar el éxito en el momento en el que Marilyn Monroe puso de moda en Hollywood las curvas, y si le hubiese gustado lucir diferente. «No fui bendecida con ellas. No obstante, he conseguido llegar a esta entrevista a pesar de no tener curvas», contestó con educada ironía la actriz, aunque añadió: «Por supuesto que de joven quería tener más forma, quería ser bailarina. Pero ya he aprendido a vivir conmigo misma y he aceptado la forma en la que soy«.
Sin duda, la leyenda de Audrey, como otras tantas, está construida en base a esa tendencia de los mundanos de crear falsos ídolos a los que admirar e imitar, sin importar cuál sea su realidad. Se dice que rechazó parecerse a otras actrices más curvilíneas, pero lo cierto es que lo intentó, hasta que se dio cuenta de que ese físico también era inalcanzable. Fue entonces cuando descubrió que el secreto de la elegancia no estaba tanto en el físico sino en el carácter.