Cuando Robert Johnson, pionero del blues a principios del siglo XX, moría prematuramente a los 27 años, no se imaginaba que estaba iniciando una de las mayores leyendas de la cultura popular contemporánea: el club de los 27.
El negro cielo de Clarksdale, Misisipi, se cernía sobre la joven cabeza del chico. Era cerca de la medianoche, y a esas horas todo está tan oscuro que no puedes ver ni tu propia nariz. No veía nada, no veía a nadie. Y tenía miedo, sí. Pero él había acudido, tal y como la vieja le había dicho. ‘El viejo árbol, en el cruce de caminos, a la medianoche’. Y ahí estaba, frente al viejo árbol, en el cruce de caminos. Miró su reloj y vio que las oxidadas agujas se acercaban peligrosamente al doce. Tomó un último suspiro, sacó la guitarra de su funda y se arrodilló, ofreciendo al cielo su guitarra. El resto es historia.
La figura de Robert Johnson es misteriosa y ambigua. Mítico bluesman, guitarrista excelso y vagabundo vocacional, deambuló por el delta del Misisipi durante la década de los 30 dando a conocer sus canciones. A la ausencia de datos oficiales sobre su nacimiento y muerte debemos sumar su cortísima carrera, de la cual solo se conservan 29 grabaciones. Pero hay dos aspectos en los cuales todo el mundo parece estar de acuerdo: su influencia en el blues y en el rock and roll, y su pacto con el diablo.
La leyenda dice que cuando Robert Johnson era tan solo un joven amante del blues, viendo su poca destreza para tocar la guitarra, acudió a un cruce de caminos de la Ruta 61 que tiene fama de demoníaco, y ofreció su guitarra al diablo. Éste le otorgó una destreza y un talento nunca vistos hasta entonces, pero a cambio se quedó con su alma, condenándole a una vida llena de tragedias y desgracias. Por eso, tras haberse convertido en una de las principales figuras musicales de Estados Unidos, moría a la pronta edad de 27 años.
Tras él, han sido numerosos los artistas que, según la leyenda, han hecho el mismo pacto con Belcebú. Jóvenes que, deseando talento, fama y reconocimiento en el ámbito musical, han acudido al mismo cruce y han postrado su rodilla esperando recibirlo. Es el caso de Jim Morrison, Jimi Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain o Amy Winehouse. Todos ellos comparten una existencia paralela: una muerte prematura y un legado universal y eterno.
Pero todos ellos, incluido Robert Johnson, son herederos de una historia más antigua. Su existencia trágica, así como la venta de su alma a cambio de un bien mayor, nos evocan irrevocablemente a uno de los pilares de la cultura contemporánea: el mito de Fausto.
Fausto y Robert: orígenes compartidos
Los mitos son historias que nos explican, emblemas que retratan al ser humano a través de narraciones. Son dinámicos, cambiantes y, sin embargo, perennes. Cada nueva época, cada generación, sustrae de las historias míticas lo que le interesa para explicarse, concediendo a este tipo de historias la práctica inmortalidad. El mito de Fausto no es una excepción, y ha recibido numerosas interpretaciones a lo largo de los años, pero siempre compartiendo una idea: la existencia de un pacto con un poder superior para adquirir una ventaja de naturaleza mística.
La historia más común es la de un hombre sabio y docto que, viéndose incapaz de adquirir todo el conocimiento que quisiera, pide auxilio a un poder superior y demoníaco que le ofrece acceso al mismo. A cambio, dicho poder le pide su alma. En el caso de Robert Johnson, ese poder era la habilidad de tocar la guitarra y el talento para poder componer temas de blues que perdurarán en la memoria de generaciones y generaciones.
Todas las representaciones esconden esa idea global, la concesión de un poder que no está al alcance de los humanos. Es por lo tanto un mito profundamente cristiano, que trata de desincentivar los intentos de los hombres para llegar a esos entidades superiores. Uno de los ejemplos lo encontramos en Historia del doctor Johann Fausto, de Johann Spies, una de las más tempranas representaciones del mito de Fausto. En su prólogo ya advierte que su libro está dirigido al lector cristiano, dejando bien claro que el propósito del mismo es advertir a todos aquellos que osen desafiar los límites impuestos con Dios acudiendo a otro tipo de entidades superiores. Dicho origen cristiano es compartido por la figura que nos ocupa, Robert Johnson.
En la década de los años 30, la vida para los estadounidenses afroamericanos radicados en el Delta del Misisipi era muy rutinaria. Después de una dura jornada trabajando en el campo, el tiempo libre era escaso y se dividía en dos principales propuestas. La primera, la iglesia, pilar fundamental de la comunidad afroamericana, donde se reunían las familias frente a un pastor que explicaba las enseñanzas de la Biblia. La segunda eran los clubes y los bares, donde se bebía y se tocaba blues para el deleite de los presentes.
Obviamente, la segunda de las propuestas era mucho más tentadora por divertida y pecaminosa, por lo que era normal que los hombres acudieran a los clubes mientras sus mujeres iban a la iglesia. Los pastores, que dependían de las limosnas de los feligreses para vivir, empezaron a ver en los clubes de blues un rival a batir. Y viendo la feroz competencia que suponían, decidieron difundir la idea de que el blues era la música del demonio, que alejaba a los feligreses del Señor y que condenaba a sus adeptos a una eternidad en el infierno.
Poco a poco esa idea fue introduciéndose en la comunidad, convirtiendo los clubes en un lugar para renegados, lujuriosos, blasfemos e increyentes. El blues era la música del diablo y los músicos eran sus pastores. Por eso, cuando alguien como Robert Johnson mostraba una destreza inusitada tocando esa música, todo el mundo vio claro que había hecho un pacto con ese demonio.
Y la verdad es que el propio Johnson no hizo sino fomentar esa idea, poblando sus letras con referencias a Satán. En la nada críptica Me and the Devil blues dejaba bien claro que “él y el diablo caminaban el uno al lado del otro” («Me and the Devil walkin’ side by side»). A eso hay que sumar las continuas referencias al Hoodoo, una forma primitiva de magia utilizada por la población afroamericana del sur de los EE.UU. Todo ello ayudó a cimentar la leyenda de Robert Johnson y su pacto con el diablo.
La tragedia como denominador común
Esa vocación aleccionadora desde la fe cristiana se completa con otra de las características comunes entre la historia de Robert Johnson y el mito de Fausto: un final trágico. En el mismo libro anteriormente expuesto se recogen una sucesión de castigos y torturas a las que Fausto fue condenado por cometer la osadía de acceder a cierto conocimiento a través de un poder satánico. En el caso de Robert, la grave sucesión de desgracias que colmaron su vida se achacó a dicho pacto y a su interés en la música del diablo.
Una de las más conocidas calamidades que le ocurrieron al músico está relacionada con su primera esposa, Virginia Travis. Ella era una joven quinceañera y él un músico de blues, algo que no gustaba en absoluto a la familia de ella. Por eso, para permitirles casarse, exigieron que Robert dejase su azarosa vida de cantante y trabajase en el campo como un hombre respetable. Así lo hizo y, pasado menos de un año desde la boda, Virginia quedó en cinta.
Un día, próxima al parto, la joven Virginia decidió viajar a casa de su madre para parir bajo su asistencia, dejando a Robert solo en casa. Éste, viendo la oportunidad, cogió su guitarra y se lanzó a la carretera, pensando que cuando volviera Virginia él ya estaría en casa. Tras unos pocos días vagabundeando, regresó a su hogar, para encontrarse con la espantosa realidad. El parto se había adelantado y Virginia había muerto entre terribles dolores, al igual que su hijo recién nacido. La familia de la joven le echó la culpa a él y a la música del diablo que tocaba, exiliándolo lejos de su comunidad y ordenándole que no volviera a ese lugar. Y así, Robert acarició la felicidad y una vida plena cuando se alejó del blues, y tocó fondo en cuanto volvió a acercarse a él.
La historia de Virginia tiene paralelismos muy interesantes con uno de los personajes femeninos de Fausto, Margarita. En la representación más famosa del mito, la realizada por Goethe, Margarita es presentada como una muchacha muy joven e inocente que es el interés amoroso del protagonista. A pesar de que se insiste de forma vehemente en la inocencia y falta de culpa de Margarita, ella se ve arrastrada a la desgracia por culpa del pacto de Fausto. Primero matando a su madre accidentalmente tratando de estar con él, y luego viendo la muerte de su hermano a manos de su amado. Finalmente, cae en la locura, asesina a su propio hijo, y muere en los brazos de Fausto. Pero al morir, del cielo emerge una voz que la exculpa y explica que está salvada.
Tanto Margarita como Virginia son víctimas de las malas actuaciones de sus parejas, pero no tienen ningún tipo de culpa a ojos de la divinidad. Además, ambas pierden un hijo y mueren, causando un dolor irrefrenable en Fausto y en Robert. Podría pensarse que hay una diferencia en la muerte de ese hijo, ya que Margarita lo asesina y Virginia no. Pero el asesinato del hijo de Margarita tiene su origen en la locura que Fausto ha causado en ella, por lo que Fausto es el culpable último de la muerte de su hijo, al igual que Robert.
Otro de los paralelismos claves entre las dos historias es la representación del diablo. En las canciones de Robert son muy comunes las referencias al diablo como un perro que le persigue. Es el caso de la canción Hellhound on my trail, que literalmente significa “Perros infernales siguiéndome el rastro”. Esa obsesión cuadra con numerosos testimonios de conocidos del músico que aseguran que insistía a menudo en que le perseguían unos sabuesos venidos del infierno, que siempre le acompañaban.
En la obra de Goethe, éste aparece frecuentemente en forma de un perro negro que acompaña a Fausto. La imagen que podemos ver a continuación corresponde a una de las ilustraciones del libro de Goethe. En él, podemos ver cómo Fausto es escoltado por un perro, que no es otro que Mefistófeles. Ambos mitos comparten por lo tanto la representación del diablo como un cánido que persigue al hombre que ha realizado el pacto.
La principal y radical diferencia entre el mito de Fausto y la historia de Robert Johnson la encontramos en su final. La muerte del músico de blues no está muy clara, hay teorías que van desde el asesinato por parte de una mujer despechada al envenenamiento de un rival. Pero todas narran el final de Robert como una agonía interminable entre terribles dolores. Esa muerte fomenta la intención fabuladora de su historia, demostrando que pactar con el diablo tiene consecuencias nada agradables.
Sin embargo, debido a las múltiples representaciones del mito de Fausto, encontramos finales de todo tipo. En la obra de Goethe, por ejemplo, es exculpado de sus pecados y, finalmente, asciende al cielo tras morir, ya que se ha arrepentido e incluso ha usado el poder conferido para realizar un bien. El coro de ángeles que lo rescata de las manos de Mefistófoles expone que “A quien siempre aspira y se esfuerza, a ese salvar bien podemos”. La parte final es, por lo tanto, esperanzadora, ya que a pesar de que Fausto comete pecados por los cuales el hombre debería estar condenado, se salva. Se introduce de este modo la idea del perdón cristiano, que no encontramos por ninguna parte en la historia de Robert.
Los herederos de la suerte fáustica
Queda demostrado así el paralelismo entre el mito de Fausto y la leyenda de Robert Johnson. Para empezar, en ambas historias se narra cómo un hombre acude al poder diabólico para adquirir unas habilidades superiores. Pero, además de ese parecido evidente, los personajes secundarios como Virginia y Margarita, la representación del diablo como un cánido y la vocación aleccionadora; evidencian que la leyenda de Robert Johnson se ha visto fuertemente influida por el mito fáustico.
Posteriormente, al igual que el mito de Fausto sirvió de referencia para la creación de la leyenda de Johnson, la historia del músico de blues ha creado el fenómeno cultural del club de los 27, del cual se le considera fundador. La gran cantidad de músicos que han fallecido a los 27 años al igual que él, después de una vida de fama y llena de talento, ha fomentado la idea de que los pactos con el diablo para adquirir ese talento siguen a la orden del día. Por eso podemos afirmar que Kurt Cobain, Jimi Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison, Janis Joplin y Amy Winehouse son todos herederos de Robert Johnson y su leyenda. Y que todos ellos, de forma muy directa, son hijos de Fausto.