Mi gran noche: perverso festival pop

La nueva película de Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965), Mi gran noche, no es ni mucho menos la mejor obra del director vasco, pero sí un buen ejemplo de las líneas maestras de su cine. Como todas sus películas, el envoltorio de la comedia esconde una visión negra de nuestro país. Ya lo vimos en La Comunidad (2000) o en Balada triste de Trompeta (2010). Es lo que enlaza su cine con el de Berlanga.

En el nuevo film, la excusa es la grabación de un programa de Nochevieja en pleno mes de octubre, donde todo el mundo ha de estar alegre por exigencias del guión y, a partir de ahí, comienza un esperpéntico desfile de personajes y situaciones que, bajo la máscara del humor, retratan lo más oscuro de nuestra actualidad: manifestación en la puerta del estudio de grabación a cuenta de un ERE de la cadena de televisión reprimida por la policía, una mujer cuya única obsesión es quedarse embarazada de un famoso, presentadores estrella que se odian y llegan a las manos en directo, un ministro corrupto, un cámara que provoca un accidente mortal por perseguir con la mirada a una bailarina… El juego de espejos deformantes funciona como lo hace en casi todas sus películas. En este caso el aire de artificialidad (no sé hasta que punto voluntario) lo da unas situaciones que bordean sin complejos lo exagerado.

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El otro punto común con el resto de la filmografía del director que se afianza en esta comedia es la cantidad de referencias a la cultura pop. Si en Muertos de risa (1998) y en Balada triste de trompreta (2010) se apuntaban como referentes del cineasta, en la presente película lo vinculado a la cultura trash son constantes y bien manejadas.

Sin duda, esta película no alcanza el nivel de corrosión de La Comunidad (2000) ni tiene un guión tan bien elaborado como Balada triste de trompeta (2010), pero lo mejor es que no lo pretende. Es un ejemplo de espectáculo por el espectáculo. Algo que en el cine español ha sido durante las últimas décadas casi como un anatema.

ACTORES EN ESTADO DE GRACIA

Es una película coral y los actores desfilan de manera abrumadora. Entran y salen personajes constantemente. Todos están atinados en sus papeles. La mayoría, al ser breves, han optado por la exageración y la parodia como recurso. Tal vez la única desentonada sea Blanca Suárez, que aun moviéndose todos en el terreno de lo paródico, en su caso se riza el rizo.

A pesar de que la estrella es Raphael en su vuelta al cine tras cuatro décadas, la coralidad se mantiene en toda la obra. El propio Raphael parece disfrutar en un papel irreal y que hace de la perversidad su seña de identidad. Precisamente por eso su personaje es, en apariencia, el menos exagerado. Pero solo para hacer contra punto con el resto de personajes. Sin duda, las dos mejores escenas de la película están a cargo del protagonista. En ambas comparte plano con Carlos Areces y con Mario Casas que son los que más brillan dentro de la larga pléyade de nombres que forman el reparto.

Areces, es de esos actores que podrían interpretar la guía telefónica y darle credibilidad. Su capacidad para interpretar con naturalidad los personajes más excéntricos ha hecho de él el perfecto cruce de José Luís López Vázquez con Karl Malden.

Mario Casas en una escena de la película
Mario Casas en una escena de la película

Por su parte, Mario Casas sorprende siguiendo en la línea de su anterior encuentro con de la Iglesia en Las brujas de Zugarramurdi (2013), haciendo una autoparodia de su imagen de icono sexual para jovencitas. En su encarnación de una estrella del electrolatino muestra su fibrado cuerpo con una intención humorística y lo mejor es que lo consigue. El cómico gana al sex-symbol en este caso. De seguir por ahí, puede tener una carrera más allá de la portadas de Super Pop.

Si quieren diversión por diversión pero con un punto de acidez sin llegar a amargar, esta película es una buena opción. Por acierto, al final Raphael no canta Mi gran noche. Supongo que no era necesario.

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David González Álvarez

Nací en León el mismo año que Sarah Ferguson se convirtió en duquesa de York y me gradué en Historia cuando Juan Carlos I abdicaba. Mis profesores me profetizaron un nefasto futuro lo que me convenció de que el periodismo era la salida perfecta. He trabajado en la Cadena COPE y Punto Radio y publicado artículos en revistas underground con seudónimos no reproducibles. Publiqué en 2010 el libro Esa bella mentira donde descubrí que la disección puede ser un género literaria perfecto. Escribo con la tele encendida, descubrí el intimismo el mismo día que aprendí a manejar una olla exprés y para mi futuro solo espero no acabar como un Kennedy.

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