Se cumplen 30 años de su muerte y ella sólo vivió 22. La fotógrafa Francesca Woodman (Denver, 1958 – Nueva York, 1981) acabó con su vida a la misma edad que tienen las manos que ahora tratan de retratarla con palabras. Unas manos ansiosas de acercarse a las 20 instantáneas que se exponen hasta el 21 de enero en la Fábrica Galería de Madrid, para que podamos recorrer el alma de una artista capturada en su arte precoz.
Trece. Son las primaveras a las que Woodman fotografió a su primer personaje: ella misma. El pelo en la cara, un jersey de lana gruesa y su brazo tirando de la cuerda que acciona la cámara forman el inquietante trío de Autorretrato a los 13 (1972), punto de salida de una obra que siempre estaría marcada por un estilo siniestro y una gran fuerza simbólica.
Con dos colores, los atemporales blanco y negro, la joven estadounidense creó un mundo oscuro en el que la soledad, la introspección o la exaltación del yo aparecían encarnados en personajes de enigmáticas auras. La chica de mirada desconcertante apoyada en una pared destartalada, el cuerpo desnudo que yace en la cama o jóvenes que ocultan sus rostros tras fotografías, son algunas de las figuras que plasman su temática recurrente.
Inmersa en el arte incluso en sus nueve meses de pre-existencia (su madre es ceramista y su padre pintor), Woodman estudió en prestigiosas escuelas artísticas gracias a las que pronto se integró en un grupo de creadores con sus mismas inquietudes. A pesar de dedicar su breve estancia terrenal al microfilme, al principio la comunidad fotográfica no reconoció su trabajo: tienen que pasar cinco años de su muerte para que en 1986 se monte una exposición con sus imágenes en el Wellesley College Museum (EE.UU). A partir de ahí las cifras se disparan y la obra de la joven intimista pasa por afamados museos, entre ellos la Fundación Cartier de París (1998), la Photographers Gallery (Londres) o el Museum of Modern Art-MoMA.
El compendio de números de la vida de Woodman acaba con uno que tiñe de romanticismo su final: el 19 de enero la artista se lanza por la ventana de su loft situado en el Lower East Side de Manhattan. Un suicidio que no se sabe si fue por frustración profesional, desamor o las dos cosas, pero que puso fin a una trayectoria de una densidad tan cegadora que ha conseguido trascender hasta nuestros días.
Imágenes cedidas por la Fábrica Galería.