Lo siento, mamá

Fachada de la Gastro-Croquetería

Escuchad un consejo, hijos del mundo: una madre no quiere un trofeo de plástico sobre la tele en el que ponga “a la mejor madre del mundo” (nadie lo ha comprado nunca, ¿a que no? Ya, claro). No, el trofeo que una madre quiere es que su hijo diga a sus amigos “mi madre hace unas croquetas que te mueres”. Ése es el trofeo materno. Nosotros no lo sabemos, pero existe una liga secreta de madres en pugna por ver quién hace la mejor croqueta, y estoy seguro de que mi madre va en cabeza. Sí, mi madre podía estar orgullosa de mí y de sus croquetas. Yo nunca había probado unas mejores que las de mi progenitora, y  me regodeaba de ello en cuanto tenía ocasión. No imaginan el suplicio al que sometía a mis amigos el día que las comíamos en casa. La croqueta de pollo materna fue mi única religión desde mi nacimiento allá por 1988 hasta noviembre de 2011, fecha en la que aparece la Gastro-Croquetería ante mí, y todo se desmorona.

 

Croquetas líquidas de queso de la Gastro-CroqueteríaEntré a la Gastro-Croquetería con la idea de torturar a mis acompañantes durante toda la velada con proclamas sobre la superioridad de las (imbatibles, hasta la fecha) croquetas de mi madre, y salí al borde del llanto. Chema Soler, chef del local, acababa de vencer a mi madre. “Chema, te desafío a un duelo. Elijo croquetas y al anochecer”, me dije. Y va el chef valenciano y me vapulea. El duelo no fue directo, claro: yo fui en calidad de intermediario de mi señora madre, y María Puyo, que atiende la sala del pequeño restaurante, como representante del chef-duelista. El primer disparo son unas croquetas líquidas de queso sobre fritura de tomate y aceitunas negras. El disparo da en el blanco y hace que mi ánimo se desparrame como se desparrama el queso de las mismas en mi boca. La croqueta es el Gato de Schrödinger de la cocina, hasta que no das el primer bocado no sabes exactamente qué vas a encontrar dentro, y esta croqueta es el claro paradigma. “Aguanta el tipo, que no se note que estás herido” me dije, pero conforme se sucedían los platos la cosa no hacía más que empeorar. No sé si el golpe de gracia lo dieron las de setas sobre tomate caramelizado y parmesano o las de gorgonzola con piña, pero a esas alturas tengo claro que ya me había rendido. Lo confieso, maldita sea, eran las mejores croquetas que había probado. Lo siento, mamá. Tomemos algo dulce, volvamos a casa y olvidémonos de esto. Imposible: resulta que los dulces también son croquetas, y son lo mejor del maldito restaurante.

Interior de la Gastro-Croquetería¿Con qué cara miro yo a mi madre ahora? ¿Pido perdón a mis amigos? ¿Escribo una carta de rectificación? Si la culpa es mía, por meterme donde no me llaman. Mi atrevimiento le ha costado a mi madre el título de las mejores croquetas. Al menos, ya sé cómo resarcirme de mi error: en cuanto venga a visitarme a Madrid, la pienso invitar a cenar al a Gastro-Croquetería.

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