Me gustan los sombreros

Cartel Lincoln

Una bonita melodía suena en las primeras horas del 1 de julio del 63, huele a pólvora y los soldados de la Unión se preparan para afrontar su destino. Los Confederados se acercan, mirada al frente, es hora de empuñar las bayonetas; comienza la batalla. Dos días más tarde, 52.000 almas buscaban su camino entre el cielo y el infierno. El Norte camina con paso firme. Cuatro meses después de este cruento enfrentamiento, en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de Gettysburg, Lincoln pronunció un discurso cuyas palabras resonaron a través del mundo y de la nación.

La proclamación de emancipación marcó el destino de millones de personas sometidas y de otras tantas que estaban por nacer y, por si fuera poco, el de una nación y su líder. La ofensiva sobre Five Forks supuso el inicio del fin del los Estados Confederados, la última parada de la esclavitud. Un abogado republicano de Hodgenville (Kentucky) había puesto la idea de libertad en la cabeza de los estados del sur.

Primavera de 1865, el general Robert E. Lee ha claudicado y la guerra está a punto de terminar. La Unión ha vencido. Días después de su reelección, el líder de los Estados Unidos, vaga sin rumbo por la Casa Blanca, de habitación en habitación. Reina un silencio sepulcral, interrumpido por un rumor de sollozos sofocados. En el Salón Este, un cuerpo es velado y custodiado por la Guardia Presidencial. Lincoln pregunta quién ha muerto, se escuchan lloros, se despierta. Es 15 de abril de 1865, él y su esposa, Mary Todd, acuden a la representación de Our American Cousin en el teatro Ford. Se escucha un disparo. Comienza la historia

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