La escritora canaria Aida González Rossi publica su primera novela, una obra de «poética cochina» sobre el crecimiento y el dolor
En algún momento, Hayao Miyazaki expuso que la transición entre la niñez y la adolescencia es un proceso henchido de ansiedad. «Queremos encontrar ese algo que nos libere de ese sentimiento lo antes posible», sostuvo el cineasta japonés. Aida González Rossi aborda esa sensación en su primera novela, Leche condensada, publicada el pasado febrero por la editorial Caballo de Troya bajo la apuesta de Sabina Urraca.
Narra la historia de Aída (con tilde), una niña de doce años de Tenerife que se enfrenta al divorcio de sus padres, una mudanza indeseada y los abusos de su primo, «la persona a la que más quiere en el mundo», durante una compleja etapa de cambios. Para afrontarlo, la joven arma un caparazón donde guarda todas las cosas que le hacen feliz: sus amigas, sus juegos de game boy y el anime. Seguirá siendo difícil, como es lógico, y tomará por tanto decisiones equívocas para tratar de adelantar, sin quererlo en el fondo, un crecimiento embarazoso.
Leche condensada habla del crecimiento, las inseguridades, el dolor y la dificultad de darse cuenta de las cosas que suceden alrededor. Habla de cómo a veces uno quiere fingir antes de afrontar las realidades. Porque, ¿qué es en realidad la realidad? Para Aída, el mundo es más auténtico y puede comunicarse mejor cuando se esconde detrás de una pantalla y parece que no tiene consecuencias.
El messenger o los videojuegos permiten a este personaje expresarse a su manera y acotarse a unas reglas más sencillas y amables que las que rigen su cotidianidad. La ficción que envuelve esta tecnología le proporciona un entorno más cálido y un refugio donde protegerse. «Un videojuego de sí misma: eso le encantaría», expresa en uno de los capítulos (que además toman el nombre de ataques Pokémon precisamente para continuar la articulación del juego), en el que se detiene a pensar cómo sería si su vida pudiera controlarse con los cuatro botones del mando de la playstation. “Equis: caminar por el cuarto. Círculo: acostarte otra vez. Cuadrado: ir a desayunar. Triángulo: esperar a que la chola de tu madre te avise de que ya”.
González, que cuenta además con dos poemarios publicados [Deseo y la tierra (Cartonera Island, 2018) y Pueblo yo (Liberoamérica, 2020)], ha definido el estilo de esta novela iniciática como la poética de lo jediondo, de lo cochino, en donde las descripciones detalladas de lo escatológico sirven como canal necesario para reflejar las duras vicisitudes que atraviesa la protagonista en su camino hacia la adolescencia. Deja atrás una niñez hendida por sucesos traumáticos que no llega a comprender del todo bien, pero que revuelven su estómago hasta hacerle sentir náuseas. Y es ese sentimiento descarnado al que debe agarrarse para no dejarse caer.
Por este motivo el título del libro es muy acertado. Leche condensada apela a la niñez, el dulzor que atrae tanto a los pequeños. Sin embargo, una vez se sumerge en la lectura, su significado adquiere un matiz agrio e incómodo. Una imagen visual desagradable que causa acidez y provoca angustia. La autora no da tregua al lector, pero pasar por ese desagrado es necesario para entender la situación del personaje. El modo en que usa el lenguaje, apoyándose en la oralidad para construir un universo más cercano y verosímil, es esencial para entender el punto en el que parte Aída. Su acento y dialecto son elementos fundamentales que revisten de una identidad fuerte y marcada a un niña que parece dudar de todo, que tiene miedo y está cansada, pero aún así continúa viviendo y esforzándose.
Es apasionante sumergirse en su viaje, a pesar de toda la crudeza que lo envuelve. La escritora, periodista con estudios en igualdad de género, aborda con delicadeza y mimo y desde una perspectiva muy personal, temáticas complicadas pero que precisan de una imperiosa visibilidad: la dismorfia corporal, los abusos sexuales entre menores o las relaciones parentales y su impacto en el desarrollo de la infancia, entre otros.
Con esta primera obra, Aida González da a conocer una voz única, transgresora y con un expansivo talento que arrasa en un contexto social en que prevalece la estética de la perfección, en el que se quiere hablar de todo y en muchas ocasiones no se habla de nada.