La joven escritora Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) se adentra en su primer libro en la ficción autobiográfica, narra en primera persona y decide no trazar una línea entre lo que sucedió de verdad y lo que nunca ocurrió. Las Niñas Prodigio (2017), editado por Fulgencio Pimentel, es un canto a la memoria, a la forma de recordar del ser humano y al descubrimiento de uno mismo y del mundo desde las distintas etapas de la vida de una persona.
Las Niñas Prodigio es un conjunto de historias, de anécdotas íntimas que, a veces, rozan el surrealismo. Cada capítulo es un paseo por la mente de la protagonista, una niña, que está descubriendo el mundo y que lo observa minuciosamente conforme pasa por distintos estadios de su vida. Urraca narra en primera persona y en forma de recuerdo, con sus lapsus, sus contradicciones, recuerdos vagos y otros totalmente exacerbados… y juega con esa inocencia que se presupone a los niños para sorprender al lector a partir de pensamientos profundos y, en ocasiones, oscuros, políticamente incorrectos, o rodeados de un aura densa de incomprensión y de soledad. “Por fuera ves una niña pequeña, por dentro hay lo que se cuenta en el libro: predisposición a la desgracia, necesidad de poseer a las personas, enamoramientos obsesivos, ambición desatada…”, explica Urraca.
La escritora utiliza un lenguaje mordaz, directo y claro, capaz de hacer que los lectores se ruboricen, y de arrastrarlos por unas páginas caóticas y carentes de linealidad temporal. En Las Niñas Prodigio, pasado, presente y futuro se entremezclan y se trufan con pequeñas dosis de fabulación y con referencias al proceso de creación, que Sabina Urraca llevó a cabo en una casa perdida en el campo, alejada del trajín madrileño. Su intención era “recrear la forma de recordar de una persona particularmente obsesiva, que vuelve mentalmente desde el presente al mismo momento, a la misma edad”, reflexiona la escritora. “La obsesión y el flagelo de la protagonista la tienen con la mente en un eterno viaje hacia atrás”, añade.
A través de la protagonista florece también la idea –poco convencional– de la Antilolita, una niña que toma como centro de su amor y cuidados a Henri, un borracho de 45 años que era amigo de sus padres. En algunos capítulos se puede ver cómo va a visitarlo a diario, ordena su casa y le limpia los charcos de vómito en los que suele caer rendido; lo persigue insistentemente pero él, al contrario que Humbert Humbert, huye, atemorizado.
Es una obra que sigue la cadencia y estructura voluble de los recuerdos, vira mágicamente entre la realidad –la autobiografía, incluso– y la ficción. Más que un viaje por el mundo, nos ofrece un viaje por la mente de una mujer desde sus primeros años hasta la edad adulta, donde se la puede ver transformando todas esas vivencias en letras, tal y como cuenta Urraca, “sin ningún tipo de disciplina, guiada por pasiones e impulsos, como una auténtica tarada”.
En realidad, Las Niñas Prodigio quiere honrar a todas las niñas, a las niñas “normales”, a aquellas que tienen sus propias historias y “anormalidades”. De hecho, Sabina Urraca, profundiza en la protagonista, pero también se centra en otros dos personajes femeninos. Uno de ellos es Olivia, que siente una especial fascinación por la muerte y por todo lo que la rodea; es una especie de femme fatale de la que la protagonista de la novela cree enamorarse perdidamente, y la otra es una joven peculiar a la que su tío le regala un teléfono para que hable con él, y ella deja cualquier cosa que esté haciendo en el momento que comienza a sonar el aparato.
En definitiva, en la novela todo flota sobre un mismo espíritu, sobre una misma mirada, pero los temas que se abordan son diversos y hacen que el que se sumerja en ella se sienta cómplice de la ambición que inunda a la protagonista, de su despertar sexual, de la incertidumbre que anega su vida, e incluso de sus sentimientos al presenciar un parto.