KLUBBERS DAY: TRIBALISMO GENÉTICO

Una gogó anima al público durante la actuación de Sven Väth

A un DJ no le hables de la escala menor armónica o de los modos griegos porque lo más probable es que te mande a la mierda. La mayoría de ellos no sabe gran cosa de música a nivel teórico, pero sí a otro nivel, inconsciente y profundo. Tienen una habilidad que muy pocos tienen: conducir el ánimo de la gente y mover sus extremidades a voluntad. Y lo consiguen porque bajo el influjo de un beat que retumba en el esternón, la multitud es un hormiguero que piensa y siente como un solo organismo, y se comunica en un idioma en el que Sven Väth, Alexander Kowalski o Ricardo Villalobos son filólogos.

Ese lenguaje es la expresión de un saber intuitivo, despierta el tribalismo ancestral que llevamos en los genes y que nos conecta con África, con la más tierna infancia de la Humanidad, igual que el tictac de un reloj puede conectar a un cachorro con la madre de la que fue separado al nacer. Por esa razón, quizá, Picasso intentó toda su vida pintar como cuando era pequeño. Pues bien, la música electrónica va de eso. De aparcar por un rato lo complejo, lo intrincado, lo erudito, y quedarnos sólo con lo primario, lo pasional, lo visceral. De seguir los instintos y reconocer que somos niños.

Ricardo Villalobos en el punto álgido de su sesiónA estas alturas el lector se habrá dado cuenta de que esto no es exactamente una crónica del Klubbers Day. Si lo fuera, llegaría con demasiados días de retraso. Es más bien una pequeña reflexión filosófica, psicológica, sociológica. O religiosa, para ser exactos, porque cuando entré en el Madrid Arena tuve la sensación de estar en un templo gigantesco, en una catedral de la era del 3G. Todo estaba envuelto en un halo de ritualidad y misticismo que me impresionó. Las cinco mil personas que bailaban en la sala central eran los feligreses y Sven Väth, el dios-sacerdote que oficiaba la misa desde su púlpito de luces y humo, mientras que una despampanante gogó hacía las veces de monaguillo. Pero esta religión no se distingue de las demás sólo por la estética, también por el mensaje y los preceptos. No te exige nada, si eres humano puedes entrar. Y no te promete la vida eterna, te promete el aquí y el ahora.

Cinco mil personas llenan la sala central durante la sesión de Sven VäthInmerso en estos pensamientos y guiado por los cantos de sirena, por la marea del trance, el tiempo se convierte en un concepto muy relativo. De pronto miras el reloj, son las tres. Te embarga la misma felicidad que cuando despiertas en mitad de la noche y compruebas que aún te quedan horas para seguir durmiendo antes de que suene el despertador. Y prosigues la expedición por todos los espacios: Madrid Arena, Satélite, Basement, Arena Club… quieres verlos y oírlos a todos, a los galácticos y a los canteranos, los consagrados y las jóvenes promesas. Y así, de sala en sala y de cierre en cierre, miras el reloj de nuevo, ves que se acercan las siete y corres a la sala principal para ver el cierre de Villalobos. El volumen disminuye, las luces se van encendiendo, la noche termina. Todos se giran, miran al escenario con las manos en el aire y piensan: «Gracias, maestro, por oficiar nuestro rito». Ite misa est, podemos ir en paz.

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