HITA CELEBRA SU FIESTA DEL BUEN AMOR

Damas y caballeros, un año más, en la villa del Arcipreste de Hita, se han dispuesto a librar batalla puerros y anguilas contra tocinos y gallinas; la carne mundana y el vino contra la abstinencia y lo divino. El esperado combate tuvo lugar el pasado sábado día 2, a las 19.00h, en el Festival Medieval de Hita y, hasta empezar la riña, el júbilo de los guadalajareños parecía indicar que esta vez sería el alegre séquito de Don Carnal quien derrotaría al ejército de curas, pescados y verduras de la sobria y distinguida Doña Cuaresma. Los vecinos partidarios del ayuno acudieron al coso hasta una hora antes de tiempo, temerosos de quedarse sin asiento; mientras que los devotos de las viandas y del buen vino aprovecharon para ir a hacer la ruta del chupito.

Bodega del Castillo de la Abuela“Antes, una vez los turistas habían visto ya todas las paradas del mercadillo, no tenían nada que hacer hasta que empezaban los espectáculos a última hora de la tarde –explicaba Felipe Yáñez, el propietario de una de las siete bodegas que, durante las jornadas del Festival Medieval, abrieron sus puertas al público –. Y, con esta calor, se iban antes de que acabara el festejo o no venían hasta muy tarde…” Ahora, en cambio, la hospitalidad hiteña les permite esconderse del sol en alguna de las bodegas que podemos encontrar en los subsuelos de más de un centenar de casas del pueblo. “Durante la Edad Media, el negocio de la vid era muy importante, pero fue decayendo hasta que una plaga de filoxera a principios del siglo XX acabó con todos los viñedos. Hoy en día, lo único que queda de aquel pasado vitivinícola son estas bodegas”, contaba Marisa, que viene cada año desde Madrid para hacer de guía turística en la bodega de su suegro.

Vecinos de Hita disfrazados del Arcipreste de Hita y de Doña EndrinaAntiguamente, estos laberintos de arcilla se usaban para criar y conservar el vino; en la actualidad, con sus escasos 20ºC de temperatura y su elevado nivel de humedad, es el lugar ideal para guardar calabacines, patatas, cebollas, melones y pepinos. O, por qué no, el lugar ideal para montar un bar. “Esto es una excepción –declaraba Javier, de la bodega del Catillo de la Abuela –. Normalmente bajamos con la familia a tomar algo aquí, porque allí arriba… ¡no hay quien aguante de calor! Pero no la solemos utilizar como bar…”, dice mientras nos sirve un chupito de vino de Mondéjar, cortesía de la casa y del Ayuntamiento.

En años anteriores, las comidas medievales a base de “Migas del Arcipreste” y “Ternera de Don Carnal” también habían sido gratuitas. Pero los recortes presupuestarios han llegado también al municipio de Juan Ruiz y, en esta 51º edición, cada cual se tiene que pagar su “Gazpacho de Don Amor” y su “Bonito de Doña Endrina”. O bien comprarse un bocadillo, una empanada o unas almendras garrapiñadas en cualquiera de las paradas. El vino, sin embargo, lo continúan regalando, y Julián nos volvió a invitar después de enseñarnos una de las cuevas-vivienda donde se hacinaron las familias del pueblo cuando casi todas sus casas quedaron arrasadas después de la Guerra Civil. “Están construidos desde hace más de 500 años; pero, desde 1965, ya nadie los usa –explicaba refiriéndose a los bodegos, excavados en la ladera del cerro –. Sólo los enseñamos durante el festival, para que os entretengáis.”

Después de haberse tomado seis o siete chupitos de gorra, era hora ya de que Don Carnal acudiese al palenque, bebido y medio dormido, para enfrentase a su rival. “¡Hay pipaaaas. Refrescos, cervezas y pipaaaas!”, pregonaba un vendedor ambulante mientras los contrincantes forcejeaban en la arena de la plaza. De repente, se escuchó ‘Carmina Burana’ y… ¡Oh! Don Carnal se cayó del barril que cabalgaba y acabó inmovilizado por un pie de Doña Cuaresma. Según el Libro de Buen Amor, en este punto, el derrotado tendría que haber sido encerrado y, ya dentro del calabozo, “muy flaco y congojoso, doliente, malherido y lloroso”, se sometería a una estricta dieta penitenciaria que le absolvería de todos sus pecados y faltas. Sin embargo, en esta versión del Libro de los cantares, los jabalíes, los capones y los conejos acabaron danzando con las sardinas, las langostas y las lubinas. Un año más, damas y caballeros, Don Amor fue proclamado vencedor, y Don Carnal y Doña Cuaresma se fueron a ver, cogidos de la mano, un torneo típico del medievo.

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