Con motivo del centenario de su nacimiento, y en colaboración con la National Gallery, el museo nacional acoge la mayor retrospectiva del artista en España desde 1994
Como si de una intervención quirúrgica se tratase, Paloma Alarcó, comisaria de la exposición en Madrid, y Daniel Hermann, de la de Londres, han tenido que echar mano de las pinzas y el bisturí para poder examinar con cuidado la pintura de Lucian Freud (Berlín, 1922- Londres, 2011). Despojándole de su condición de celebrity, su tortuosa vida y su reprochable actitud hacia sus múltiples parejas sentimentales y sus 14 hijos, la muestra Lucian Freud, Nuevas Perspectivas busca poner en valor la obra del «mejor artista del siglo XX», pero sobre todo el «más vinculado a la Fundación», debido a la estrecha relación que mantenía con el Barón, según afirmó Guillermo Solana, director de la institución, durante la presentación.
Replicando la muestra que la National Gallery acogió en octubre de 2022, la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza recorre de forma cronológica y temática la evolución del pintor desde 1940 hasta principios del siglo XXI, con una sobriedad inglesa inconfundible. Al acercarse a sus primeras obras, se ve ya la decisión que tomaría durante el resto de su carrera de ignorar las corrientes abstractas que imperaban en ese momento y optar por dedicarse al arte figurativo. «Freud fue un pintor independiente, que no se adscribió a ninguna de las corrientes de su tiempo», aseguró Alarcó en la rueda de prensa.
En esta primera etapa, Freud pintaba sentado, manteniendo una distancia prudente hacia sus modelos. Sin embargo, pronto comenzó a hacerlo erguido, en movimiento. Se posicionaba cerca, muy cerca de sus retratados. Tanto, que era capaz de capturar cada línea de expresión de sus rostros con sus gruesos pinceles, encargados de dotar esa peculiar materialidad a las facciones humanas. Estos primeros retratos acercan al británico a los retratistas del Renacimiento como Tiziano, unos de sus grandes referentes, o a su amigo Francis Bacon (a quien también retrataría), pero encontró una forma de hacerse único, entre otras cosas, gracias a sus autorretratos inacabados.
Que la sala más relevante de la muestra se denomine Intimidad no es baladí, ya que la confianza y la familiaridad eran fundamentales para llevar a cabo su trabajo. Freud solía dibujar a su entorno cercano, sus amigos, familia y amantes. Por orden del autor, cada uno de ellos debía permanecer en el estudio lo que tardase en pintarlo, por lo que, debido a la tranquilidad con la que se tomaba con cada cuadro, más de uno pasó la noche allí. Por ello, su estudio acabó convirtiéndose en el escenario principal de sus pinturas. La exposición dedica un apartado a este lugar sagrado para él, con obras como Tarde en el estudio (1993), donde se observa la cuidada escenografía que llevaba a cabo el artista en cada pintura, y cómo el mobiliario de su lugar de trabajo, desde las descorchadas paredes hasta los sillones, se repiten de forma constante en sus obras y acaban siendo un personaje más.
Tímido, esquivo y solitario, el artista, ya desde la niñez, encontraba la calma rodeado de animales, con gran predilección por los perros y los caballos. De hecho, de su abuelo, solo le interesaban las teorías psicoanalíticas relacionadas con el mundo animal. Esta pasión se transportaba a sus cuadros, como Muchacha de perro blanco (1951-1952), donde es posible distinguir las diferentes texturas entre la piel humana y la de estos animales. «A Lucian le interesaba mucho el vínculo emocional que había entre los perros y sus dueños», señaló David Dawson, su asistente, durante la presentación de la muestra.
Quizá este interés sea necesario para comprender la atracción que Freud sentía hacía los cuerpos humanos, con un instinto casi animal. Sus pinturas son explícitas, salvajes, honestas, porque lo que buscaba era representar el paso del tiempo en el cuerpo humano. Esa mirada hacia la carne, tan perturbadora como real, recuerda a la del cineasta David Cronenberg, pero sin el carácter transhumanista de este último. Los «retratos desvestidos» de Freud configuran la penúltima parte de la muestra, aquí se puede ver en su mayoría a mujeres fuera del canon, en posiciones grotescas y teatralizadas, como en Abogada desnuda (2003) o Retrato del lebrel (2011), su último cuadro antes de fallecer.
Tras esa intensidad inquietante que genera su pintura, se exhiben las fotografías que Dawson realizó del estudio durante sus años como ayudante del pintor. En ellas se reconoce a su perra Eli, algunos de sus cuadros, e incluso su pequeña cama de hierros, que en tantas obras aparece. Aunque sobre todo se vislumbra un halo de luz y de ternura en la vida de Freud. Termina así una exposición de 55 obras, que estarán expuestas hasta el próximo 18 de junio, y que invitan al público a verse de forma sosegada, sin prisa, del mismo modo que Lucian Freud observó y pintó el mundo que le rodeaba.