«Ser o no ser… esa es la cuestión», esa es la frase estelar de Hamlet en la obra homónima. Pero es que la historia de este príncipe danés que se ve envuelto en una serie de traiciones familiares, va más allá. Así, en la primera adaptación de un clásico de Shakespeare por parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y, co-producida con Kamikaze, y dirigida y versionada por Miguel del Arco, vemos a un joven traumatizado y un tanto maquiavélico.
«Me muero… me muero… estoy muerto», un joven Hamlet, interpretado por Israel Elejalde, descamisado, solo en la oscuridad y vacío del escenario, e iluminado solamente por un foco de luz. Con ese brutal flashforward empieza esta producción que se estrenó el pasado 18 de febrero y que estará en el Teatro de la Comedia (donde no queda absolutamente ni una entrada) hasta el 20 de marzo, para luego comenzar una gira a lo largo de toda la geografía española.
Así, durante más de dos horas y media, el público disfruta con estupor de esta adaptación del clásico de la literatura universal. Una historia de traiciones, engaños y muerte, donde el príncipe Hamlet ve cómo su tío mata a su padre para hacerse con el trono del Dinamarca, y con el que su madre, sin ningún tipo de pudor, se vuelve a casar estando todavía «calentito» el cadáver de su esposo.
Y es que Elejalde brilla como Hamlet. Está más que sublime en todos sus monólogos, donde reflexiona sobre el sentido de la vida, sobre cómo todo es un teatro y la falsedad de la gente, que siempre está actuando y mostrando una máscara. Él es un Hamlet atormentado y traumatizado por lo que él considera una traición de su madre a su padre. Y esto es algo que le va reconcomiendo y hundiendo hasta que se le presenta el fantasma de su padre para exigir a su hijo que vengue su muerte. Un asesinato y no un fallecimiento fortuito en el campo y, lo peor, cometido por su tío.
A partir de ahí, Hamlet urde un plan en el que es importante hacer creer que se está volviendo loco. De esta manera, llega un punto de la trama en la que ya no se puede diferenciar al Hamlet cuerdo del loco. Un Hamlet que va sembrando la muerte allá por donde va, acabando incluso (indirectamente, claro está) con la muerte de su amada Ofelia. Una Ofelia más que bien interpretada por Ángela Cremonte. Su Ofelia va desde la alegría desmedida de estar enamorada, hasta la locura bipolar causada por la muerte de su padre y que, finalmente, la lleva a morir ahogada. Ambos están muy bien acompañados por Daniel Freire en el papel del tirano Claudio y Ana Wagener en el de la sufridora y traicionera madre, Gertrudis.
Algo tremendamente destacable de esta producción es su original y deslumbrante puesta en escena. Si bien la escenografía no es más que una cama, que se mueve por todo el escenario y que cambia de posiciones para hacer diferentes localizaciones, y unas cortinas son elementos con los que se juegan a lo largo de toda la velada, sirve perfectamente para situar la narración. Las cortinas se abren, se cierran, se mueven por todo el escenario… Aunque, sobre todo, sirven para desarrollar las transiciones entre las diferentes escenas.
Además, uno de los aspectos más llamativos es el uso de la iluminación, del vídeo y la música ambiental. Mucho contraluz (con su siempre espectacular efecto), mucha oscuridad… y es que ese aspecto fúnebre, sombrío y tétrico rodea toda la obra desde ese primer «me muero, me muero…». Del Arco juega muchísimo con los cuerpos de los actores, ya que incluso en algunos momentos pasan a formar parte de esa escenografía, congelados, sin mover ni un pelo, creando así la atmósfera perfecta para este drama.
Por ello, este Hamlet es un total acierto por parte de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Una producción magnífica, donde la tecnología se pone al servicio del teatro y donde con poquísima escenografía se consiguen unos resultados magníficos y, sobre todo, con un reparto que se deja la piel durante todos y cada uno de los 160 minutos que están sobre las tablas. Una gran apuesta y homenaje a Shakespeare para celebrar el 400 aniversario de su fallecimiento.