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Edward Hopper, la soledad sigue vigente

GAS STATION 1940 EDWARD HOPPER
GAS STATION 1940 EDWARD HOPPER

La soledad retratada por Edward Hopper en su obra le han convertido en el artista de referencia de directores de cine como Hitchcock o Wim Wenders.

Querido lector, le invito a hacer un ejercicio. Diríjase a su buscador web más cercano y escriba  “nenúfares pintor”. Me apuesto la mitad de mi humilde hacienda a que el primer resultado es mi admirado Claude Monet. Ahora, sustituya el sustantivo “nenúfar” por otro miembro del reino vegetal, en este caso “girasoles”. No me hace falta acceder a su ordenador para saber que su pantalla está ocupada por el ilustre nombre de Vincent Van Gogh. Por último, borre todo lo anterior y escriba “pintor soledad”. De los aproximadamente dieciocho millones y medio de resultados, tenga por seguro que el 99% son de Edward Hopper.

Hay artistas que, una vez iniciada su carrera, quedan irremediablemente atados a una serie de conceptos. Es el caso de Edward Hopper (Nueva York, 1882-1967), uno de los principales exponentes del realismo en el siglo XX. Su obra pictórica, ligada a la intimidad y la melancolía, retrató el sentir de la sociedad norteamericana del siglo pasado, uniéndole para siempre al sobrenombre de “pintor de la soledad”. A través de un estilo caracterizado por la representación simplificada de la realidad, nadie retrató como él los paisajes urbanos y la desolación del hombre contemporáneo a la Gran Depresión. 

Ese sentimiento de añoranza y nostalgia por los tiempos pasados le han convertido en uno de los artistas más populares tanto en la pequeña como en la gran pantalla. Desde los inicios, el lenguaje cinematográfico y el pictórico han intercambiado sinergias y formas de expresión. Al fin y al cabo, la composición de una escena cinematográfica se asemeja a la de ciertos cuadros, entre ellos los de Hopper, a quien siempre se le ha atribuido un tratamiento cinematográfico de las escenas y de  la luz. Si a ello le unimos su capacidad para captar instantes y su poderoso cromatismo, era inevitable que los amantes y creadores del séptimo arte se interesaran por el artista neoyorquino.

Incomprendido en el presente, adorado en el futuro

Edward Hopper nació en Nyack, Nueva York, en 1882, y desde su juventud se interesó por la pintura, acudiendo a París a muy pronta edad. En la capital francesa, foco principal del mundo artístico en aquellos años, Hopper se interesó por el tratamiento de la luz que aplicaban los pintores impresionistas. Además, a pesar de que no le subyugaron las diferentes vanguardias artísticas, profundizó en la obra de diversos paisajistas europeos como Turner o Constable.

A pesar de su interés por el impresionismo, Hopper siempre desarrolló su talento dentro de la pintura figurativa, permaneciendo ajeno a las diferentes vanguardias artísticas del momento. Es más, como fundador de la revista Reality, atacó de forma vehemente a sus contemporáneos abstractos como Jackson Pollock o Mark Rothko. 

Por todo ello, no fue un pintor especialmente valorado en su momento. Es más, a partir de 1914 compaginó su trabajo como artista con su labor como ilustrador y grafista publicitario. En ese trabajo realizó, entre otros numerosos encargos, varios carteles para películas de Hollywood. Sin embargo, aunque no llegó a crear escuela, sí tuvo una notable influencia en artistas, fotógrafos y cineastas posteriores, como Luc Tuymans, Neo Rauch y Peter Doig.

La importancia de Edward Hopper no radica tanto en la ruptura de normas estéticas o la exploración de otro tipo de técnicas pictóricas. Su interés se encuentra más en la temática de sus obras y en el tratamiento de la luz. Sus cuadros suelen mostrar paisajes urbanos como bares, habitaciones de hotel, trenes o gasolineras. En ellos puede atisbarse la idea de Hopper del hombre moderno, un individuo solitario y melancólico. Sus imágenes exudan nostalgia y dan un protagonismo casi integral al espacio, que normalmente se muestra vacío y parece fagocitar a las figuras humanas. Se retrata así la convivencia impersonal propia de las grandes urbes.

Su cuadro Nighthawks (1942), posiblemente una de sus obras más reconocibles, es un perfecto ejemplo de ello. En dicha obra, el pintor neoyorquino es capaz de captar la soledad de la modernidad a través de los elementos anteriormente explicados.

Nighthawks (Edward Hopper, 1942)

Esos paisajes urbanos están tratados con una pretensión de instantaneidad. A través de esa intención, en la imagen quedan representados únicamente los elementos más esenciales de la escena, prescindiendo de todo lo superfluo. Es esa idea la que convierte los cuadros de Hopper en universales e intemporales. En este sentido, la búsqueda de lo esencial es un camino que comenzó con Velázquez muchos años antes, y que culmina en la pintura abstracta, donde la realidad ha quedado reducida a una idea o concepto, siendo Hopper el punto intermedio entre ellos. 

La luz como manifestación expresiva

Otra de las claves de la obra del pintor neoyorquino es el tratamiento de la luz. Al contrario que otros artistas contemporáneos a él, Hopper utiliza una luminiscencia que fácilmente podría darse en la vida real, a menudo utilizando como punto de partida elementos urbanos como farolas o lámparas. Además, también juega frecuentemente con las fuentes y su intensidad, tratando de lograr un contraste entre el exterior y la oscuridad de los interiores domésticos que suele retratar. Llegados a este punto es imposible no mencionar la profunda admiración que suscitaban en Hopper tanto Vermeer como Rembrandt. En concreto, hereda de este último dicho contraste entre el exterior y el interior, además de su amor por la nocturnidad, que suele ser iluminada por fuentes artificiales de luz que inciden de forma diagonal. Donde mejor puede observarse a influencia del maestro de Leiden es en la serie de grabados que realizó a principios de los años veinte. 

Por ejemplo, en East Side Interior (1922), se manifiesta tanto el interés por los interiores cotidianos como el contraste entre luces interiores y exteriores. Por el contrario,  Night Shadows (1921) , otro de los grabados pertenecientes a este período, es un perfecto ejemplo de la incidencia diagonal de la luz, que proviene de fuentes artificiales. Para ello, se vale de una escena nocturna en la que el espacio es tan importante o más que la figura humana.

East Side Interior (Edward Hopper, 1922)

El cine, reivindicando la soledad

La relación de Edward Hopper con el cine no es ni mucho menos unidireccional. Al igual que numerosos cineastas se vieron fuertemente influidos por su obra pictórica en el futuro, el pintor neyorquino también bebió de las fecundas aguas del séptimo arte. Era sabida la afición de Hopper por el cine, especialmente por el ‘film noir’. Su interés por representar la soledad de la gran ciudad, así como su fascinación por la oscuridad, provoca que muchos de sus cuadros dedicados a la representación urbana parezcan instantáneas sacadas de una película de cine negro.

Pero la sinergia más palpable la encontramos en la dirección opuesta. La obra de Hopper ha trascendido al medio cinematográfico a niveles insospechados, abarcando desde la escena del cine clásico americano hasta el medio televisivo del siglo XXI, donde aún sigue vigente.

La referencia más clara de ello la encontramos en uno de los directores más grandes de la historia del cine: Alfred Hitchcock. El realizador británico mostró una respeto reverencial por el trabajo del artista neoyorquino, una admiración entendible si tenemos en cuenta los temas que interesaban a ambos. Tanto el cineasta como el pintor mostraban una fascinación inexplicable por el tratamiento de la luz, el cromatismo expresivo y las partes más íntimas de la condición humana. Por eso, no es de extrañar que en varias de las películas de Hitchcock sea posible identificar conceptos visuales, usos de iluminación y encuadres o atmósferas psicológicas que de forma irremediable evocan a la obra de Hopper. Esas influencias son fácilmente visibles en películas como La ventana indiscreta (1954), Vértigo (1958) o Psicosis (I960). Pero la relación más clara entre la obra de Hopper y la de Hitchcock la encontramos en los irrefutables paralelismos que existen entre la pintura del estadounidense House by the Railroad (1925), y la casa de Norman Bates en la archiconocida película del director Psicosis (I960).

En la primera imagen, correspondiente a Vertigo (1958), el realizador británico utiliza algunas de las características más reconocibles de la obra de Hopper, tales como una paleta cromática contrastante, dotada de unos colores muy saturados, en especial el verde. Si a ello le sumamos la fascinación por las escenas interiores, el paisaje urbano y los personajes solitarios, las comparaciones con el pintor norteamericano son inevitables.

Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958)

Otro de los cineastas más interesados por la obra de Hopper es el alemán Wim Wenders. El afamado director independiente ha llegado a verbalizar su amor por el artista norteamircano, exponiendo que buscaba de manera consciente la imagen “hopperiana”. “Hay sitios de los Estados Unidos donde pones la cámara y te sale un cuadro de Hopper”, expuso. 

La verdad es que ese interés por reflejar la verdadera vida norteamericana, así como el gusto por los espacios abiertos que parecen reducir el tamaño de los individuos al mínimo, hace que el cine de Wenders case de forma perfecta con el imaginario de Hopper. 

En la imagen inferior, perteneciente a Don’t come knocking (2005), el director copia tanto la particular manera de componer escenas como las intensificaciones cromáticas. Además, manifiesta su gusto por esos espacios abiertos. El hombre, al igual que en la obra de Hopper, aparece como una figura minúscula en comparación con el medio que le rodea, un paisaje urbano que también hubiera sido del gusto del pintor neoyorquino.

Don’t come knocking (Wim Wenders, 2005)

Por último, es imposible no mencionar como ejemplo de uso de la estética hopperiana en la serie de televisión Mad Men, creada por Matthew Weiner (2007-2015). En este drama de época, se plasma de manera fehaciente tanto la estética como la filosofía del pintor neoyorkino. Debido a que está ambientada en la década de 1960, las evocaciones a la obra de Hopper son todavía más flagrantes, ya que las calles, el vestuario, los comercios y las ciudades, son muy parecidas a las que retrató él en su momento. Pero además, la psicología de los personajes adquiere un matiz irremediablemente hopperiano. La soledad, la nostalgia, la impersonalidad de la convivencia en las grandes urbes, todo ello está plasmado de igual manera tanto en la serie como en la obra de Hopper.

Para retratarlo, ambos utilizan los mismos mecanismos. Tanto en Mad Men como en las imágenes del neoyorkino se utilizan planos muy abiertos que empequeñecen al personaje, poniendo de manifiesto su aislamiento y soledad. 

 Fotograma de Mad Men (Matthew Weiner)

Para más inri, a lo largo de la serie se explicitan las referencias hopperianas, calcando prácticamente cuadros del artista para convertirlos en planos cinematográficos. Las principales ‘víctimas’ de ese tipo de reflejos son, al igual que con Hopper,  las mujeres. Los personajes femeninos de la serie, a menudo aislados e incomprendidos por una época que les es hostil, aparecen en soledad, acompañados de un paisaje urbano desolador, construyendo imágenes que inevitablemente evocan a Edward Hopper. 

Además, desde el punto de vista formal, en todas ellas se sigue manifestando el particular tratamiento de la luz, las fuentes lumínicas artificiales, la incidencia diagonal, la fuerte diferencia entre la iluminación interior y la exterior, las paletas de colores saturadas y contrastadas. Por todo ello, podemos decir sin atisbo de duda que, pasados más de 50 años desde su muerte, Edward Hopper sigue estando de actualidad, y sigue mostrando su presencia en nuestras pantallas. 

Fotograma de Mad Men (Matthew Weiner)
Compartment C, Car 293 (Edward Hopper, 1938 )

Álvaro Ibáñez Pérez-Fajardo

Jurista y aprendiz de periodista cultural. Melómano constante y cinéfilo parpadeante.

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