Más de dos años después de la primera entrega de la saga, Denis Villeneuve nos regala una segunda parte que sigue las bases cinematográficas de su antecesora, pero que eleva su nivel en todos los aspectos.
En un tiempo en el que los extremismos y los discursos populistas parecen haberse normalizado y ocupado un hueco en la vida diaria de las personas, la conexión de Dune: Parte Dos con la realidad es apabullante. En menos de tres horas el director y guionista canadiense perfila una radiografía del estado actual de las cosas, solo que extrapoladas a un paraje desértico en el año 10191. Detrás de todos esos encuadres impactantes subyace una crítica mordaz al sistema y a los mecanismos de manipulación, tan presentes ahora, tan propios del siglo pasado.
No podemos olvidar que esta historia se inspira en el libro homónimo de Frank Herbert, escrito en 1965; es decir, tras el calado de los alzamientos extremistas, en plena Guerra Fría, el predominio de las revueltas juveniles, el impulso de los movimientos feministas… Y esta película es un cóctel de todos esos elementos.
¿Cómo se construye un líder?
Denis Villeneuve es un director consagrado y así lo demuestra su filmografía, que contiene títulos tan memorables como Prisoners (2013), Enemy (2013), La llegada (2016) o Blade Runner 2049 (2017). En el caso de esta cinta, hay que reconocerle también su papel como guionista, ya que junto a Jon Spaihts (Doctor Strange, 2016; Passengers, 2016), elevan los temas que Herbert había tratado en sus novelas de forma naíf. La más importante de las cuestiones: ¿cómo se construye un líder?
Si la primera entrega servía como carta de presentación de Paul Atreides (Timothée Chalamet), aquí su desarrollo de personaje es bestial. Villeneuve lo sitúa al principio de la cinta como un joven abstraído en su mundo interior, meditabundo, con temores e inseguridades. A pesar de que todo el mundo parece conocer cuál es su destino, él se obstina en negarlo y rehúye esa leyenda que lo reconoce como el Lisan Al-Gaib (el mesías, según la alegoría de los Fremen).
Conforme el film se vuelve más oscuro, también lo hace Atreides. El enaltecimiento y la individualización que se realiza en torno a su figura contrasta con el concepto de masa que empieza a surgir. Es el egoísmo colectivo —una idea que resulta cuanto menos contradictoria, porque en su origen es una actitud muy individual— quien lo coloca en esa posición. El delirio y la creencia del conjunto lo empuja a convertirse en líder.
Un reparto superlativo
Es prácticamente imposible encontrar un cast tan meditado y de tanta calidad como del que dispone este díptico. El reparto de la primera parte ya era impresionante, pero en esta segunda han conseguido superarlo. Han logrado aunar a un grupo de leyendas veteranas de la industria como Josh Brolin, Christopher Walken, Javier Bardem, Stellan Skarsgård o Rebecca Ferguson, junto a los rostros más prometedores de la nueva generación de actores y actrices de Hollywood. Entre ellos se encuentran Timothée Chalamet, Zendaya, Austin Butler, Florence Pugh o Léa Seydoux.
Pronto se dice que el cineasta canadiense pone en pantalla a dos Oscar y siete nominaciones a estos premios. Este conjunto actoral ayuda a la hora de transmitir esa intensidad dramática en la que se mueve constantemente la película, así como favorece la recepción de la cinta a un público mucho más amplio e intergeneracional. Sin embargo, contar con un reparto estelar, también tiene sus problemas. Resulta que hay tanto actor de gran nivel, que ni las casi tres horas de metraje dejan espacio para todos los personajes. De modo que en algunas ocasiones se puede echar en falta algo más de protagonismo por parte de varios de ellos.
Aparte de las actuaciones de Timothée y Zendaya, hay que destacar la de Austin Butler como Feyd-Rautha Harkonnen, el sobrino más joven del Barón Vladimir Harkonnen. El actor de Elvis (2022) consigue que con solo su presencia todo se vuelva extraño e incómodo. Logra un equilibrio entre lo horriblemente espeluznante y lo peligrosamente atrayente. El que también merece una mención especial es Javier Bardem, quien interpreta a Stilgar. Pese a la carga dramática de la película, es él quien alivia las escenas gritando cada dos por tres «¡Lisan Al-Gaib!» (expresión que, por cierto, no ha tardado en convertirse en meme en las redes sociales).
Un paraíso visual y sonoro
El canadiense crea un cuadro en cada plano. Es capaz de enganchar con la grandeza visual de sus imágenes y, al mismo tiempo, dejar reposar cada fotograma sin perder al espectador. Esto hay que agradecérselo a Greig Fraser, director de fotografía e ideólogo de algunos de los encuadres más impactantes del film. La grandeza visual la consigue con planos muy abiertos y con gran profundidad de campo, con encuadres en diagonal, un magistral empleo de la luz y, como novedad, el uso de infrarrojos en algunas escenas.
Fraser utilizó esta técnica, precisamente, durante el duelo de gladiadores que tiene lugar en la arena del planeta Giedi Prime, con Feyd Rautha como protagonista. Mediante una cámara ARRI Alexa LF Mini modificada para captar imágenes infrarrojas, grabó escenas que capturan un espectro de luz que el ojo humano es incapaz de percibir. Solo hay que ver el resultado.
Esto se suma a la extraordinaria banda sonora del compositor Hans Zimmer (Interstellar, 2014; El rey león, 1994), quien consigue crear piezas musicales que acompañan a las imágenes como un pulsómetro. Ello no hace sino generar una intensidad dramática y una tensión en el espectador, que es incapaz de apartar la mirada de la pantalla por esa experiencia envolvente. Dicho espectáculo cinematográfico logra que las casi tres horas de metraje duren lo mismo que un suspiro.
En esto influye también el guion, cargado de acción y pocos diálogos extensos. El director canadiense es capaz de conseguir secuencias de combate tan espectaculares como vistosas, concentrando toda la tensión narrativa hasta culminar en esas batallas. Hay que decir que se luce y cumple con creces lo que promete en cada secuencia. En esto se diferencia de Dune (2021), mucho más pausada y con un desarrollo más profundo, lo que le valió para ganarse varios detractores entre el público. Aquí no, las escenas se suceden unas detrás de otras, con pocos momentos en los que el espectador pueda desconectar de tanta intensidad. Por ese lado, resulta ser también un film muy exigente.
Ciencia ficción marca Villeneuve
Por todo esto, Dune: Parte Dos no es otra película bajo el título de cine comercial de autor, sino un ejercicio de puro cine que retoma la tradición de crear imágenes expresivas tanto en lo formal como en lo discursivo. El género de la ciencia ficción parece que vuelve a ocupar su lugar en el cine, durante un tiempo arrebatado por los repetitivos relatos de superhéroes pertenecientes a enormes franquicias.
Las grandes películas de ciencia ficción son como un fenómeno que se da únicamente cada 20 años aproximadamente: primero fue Star Wars: Episodio V- El imperio contraataca (1980), después vino El señor de los anillos: las dos torres (2002) y ahora llega Dune: Parte Dos (2024). Así que en 20 años más solo pueden ocurrir dos cosas: o bien se cumple lo profetizado en Blade Runner 2049, o bien estaremos ante el estreno de otra de las mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos.
Roberto Ponce López y Nerea Méndez Pérez