Finalmente, Paul Mescal y Andrew Scott, juntos en la misma pantalla, pero a qué precio… Tras recibir siete galardones en los British Independent Film Awards y estar nominada a un sinfín de premios internacionales, Desconocidos (All of us strangers en inglés) llega a los cines españoles.
El británico Andrew Haigh (Weekend, 2011; 45 años, 2017) construye una película poliédrica en torno al amor: el romántico, el familiar y el sexual. Es una cinta que lo tiene todo y, curiosamente, deja un vacío en el espectador. Y es que, Desconocidos transita por los terrenos del dolor y la soledad, pero de una forma tan bella que no invita a despertar de esa pesadilla.
El film es una adaptación de la novela japonesa Strangers (Desconocidos) de Taichi Yamada, de quien Haigh toma el argumento para realizar una versión más inquietante y fantasiosa. Así, nos cuenta la historia de Adam (Andrew Scott, conocido por interpretar el personaje del cura en Fleabag), un escritor que trabaja con desinterés en un guion inspirado en la relación con sus difuntos padres. En un montaje casi enteramente silencioso –salvo por esas canciones ochenteras que escoltan a las imágenes durante toda la cinta–, nos sumergimos en la incipiente depresión del protagonista: lo vemos mirando la televisión durante largos periodos, comiendo galletas, quedándose dormido en el sofá o contemplando antiguas fotografías de su infancia.
De este modo, sobrevive a un día tras otro en la soledad de su apartamento, ubicado en un enorme edificio de nueva construcción en Londres que parece estar desierto. O casi. En la sexta planta vive Harry (Paul Mescal, actor de Aftersun o la reciente Foe), un hombre que, como Adam está solo. Ambos se conocen después de que Harry active la alarma contra incendios del edificio –por nada– y acuda al apartamento de Adam con una botella de whisky en la mano. El silencio en esta película es tan importante como insoportable. Así nos lo hace saber Harry, quien tiene que recurrir a la compañía de un aparato que emite ruido blanco para aguantarlo (cuando no, echar mano al alcohol).
Mientras nace una relación entre ellos, Adam decide visitar la casa donde vivía con sus padres antes de que fallecieran en un fatídico accidente automovilístico. En este momento se produce uno de los detonantes clave que empuja a la cinta en una espiral asfixiante: mamá (una deslumbrante Claire Foy) y papá (Jamie Bell) todavía están vivos y permanecen en su antigua casa, que está decorada exactamente igual a como estaba a mediados de los años ochenta. A pesar del desconcierto que causa esto en el espectador, inunda la cinta de calidez y parece hacerla más acogedora.
La película de Haigh se siente como un viaje onírico que no quieres que termine. Mismo sentimiento que experimentan Harry y Adam tras haber consumido ketamina en los baños de un club, mientras bailan despreocupadamente al son de Death of a Party de Blur, de 1997. Con todo, no os voy a engañar: Desconocidos es una cinta surreal y profundamente triste. Ese es el precio a pagar por la presencia –juntos por primera vez– de los dos actores en la pantalla. Aunque al principio parezca que la película no tiene muy claro qué quiere ser (un drama, un romance o un filme sobre fantasmas), lo cierto es que Andrew Haigh sí lo sabe y da en el clavo. O, mejor dicho, da directo en el corazón del espectador.