Doña Perfecta, escrita por Galdós en apenas dos meses y de un tirón, es una obra maestra que ahonda en la preocupación del escritor ante el ambiente de hipocresía, intolerancia y fanatismo de la España de finales del siglo XIX.
Ernesto Caballero, director del CDN y de esta obra, ha llevado a cabo de manera más que efectiva esta adaptación de la novela de 1876, que muestra innumerables similitudes con la sociedad actual. Con esta función, Caballero manifiesta la necesidad de diálogo entre las diferentes ideologías.
De esta forma, nos traslada, por medio de una novedosa y atrayente puesta en escena, a una Orbajosa cuyos habitantes llevan una vida monótona cargada de prejuicios. En ella, el director funde asombrosamente tres épocas: la de la realidad, la de los años 50 y la del siglo XIX, unión que el espectador aprecia a través del vestuario, del lenguaje y de la música de Schubert y Peter Gabriel.
Esta gran tragicomedia, de casi dos horas, contagia progresivamente al público el aire asfixiante que rodea a su protagonista, Pepe Rey, encarnado por Israel Elejalde. Debido a su tolerancia e ideas liberales es víctima de ataques y calumnias. Doña Perfecta y Don Inocencio, interpretados por unos correctos Lola Casamayor y Alberto Jiménez, están movidos por su afán de continuar dirigiendo las piezas del engranaje de Orbajosa. La voz narradora está a cargo de las Troyas, que hacen de testigos y coro griego del drama.
Esta innovadora versión, en la que se funden lo social, lo simbólico y lo psicológico, consigue expresar con toda fidelidad el espíritu galdosiano.