Cuarenta años de la publicación de uno de los grandes libros de relatos del siglo XX
Dice Dostoievsky, en sus Memorias del subsuelo, que un hombre decente sólo debe hablar de sí mismo. No creo que la vida de Raymond Carver se ajuste a la definición socialmente aceptada de hombre decente, tampoco creo que lo haga su libro De qué hablamos cuando hablamos de amor. Sin embargo, dudo que haya una obra más auténtica, realista y cruda que hable de esa otra cara del sueño americano que vivió Carver. Una América de clase media sin valores, desgastada, alcohólica y decadente, oculta tras el gran ejercicio de marketing y propaganda conocido como el American way of life.
Este 2021 se cumplen cuarenta años de la publicación de De qué hablamos cuando hablamos de amor, una de esas obras maestras capaces de hurgar y remover sin anestesia en el oscuro lodo de la conciencia. Diecisiete relatos breves, aparentemente inconexos entre sí, pero que, en conjunto, construyen una atmósfera compleja, sutil y real. Lejos del intelectualismo petulante y civilizado de raíces europeas, típico de las élites neoyorquinas del este, Carver habla del país que conoce, la cara salvaje y primitiva del oeste, a ratos tierna, a ratos mezquina.
Raymond Carver nació en 1938 en un pequeño pueblo de Oregón llamado Clatskine, pero creció en la ciudad de Yakima, Washington. Criado en el seno de una familia de clase media, heredó de su padre la afición por la pesca y el alcohol. Con tan solo 19 años se casó con la joven Maryann Burk, de 16. En 1976 publicó su primer libro de relatos, ¿Quieres hacer el favor de callarte?, y en 1977 su vida tocó fondo. Después de varias hospitalizaciones por problemas derivados de su alcoholismo, puso punto final a un matrimonio destrozado por la adicción con su primera esposa. Volvió a nacer el 2 de junio de ese mismo año, día en el que dejó de forma definitiva la bebida, gracias a la ayuda de Alcohólicos Anónimos. Cuatro años después publicó De qué hablamos cuando hablamos de amor, un libro que dedicó a la que sería su segunda mujer, la poeta y editora Tess Gallagher, quien lo acompañó hasta su muerte en 1988.
De qué hablamos… es, probablemente, su libro más célebre y polémico. La controversia viene de la relación autor-editor con Gordon Lish, responsable de la edición de las publicaciones de Carver hasta ese momento. Parece ser que Lish modificó e incluso reescribió partes de los relatos de este libro, reduciendo algunos en un ochenta por ciento de su extensión original, cambiando los finales y afilando la ambigüedad vacía de esperanza y redención. Uno de los casos que más llaman la atención es “El baño”, publicado posteriormente como “Parece una tontería” en Catedral (1983). Un gran debate sobre la autoría sobrevuela este libro y su historia, pero no es mi intención quedarme en la superficialidad de la polémica, ni tampoco juzgar su autenticidad por medio de valoraciones personales, prefiero introducirme en el único material real y palpable, que fue lo que quedó plasmado en sus páginas.
El impacto de la brevedad minimalista
Historias construidas a través de pequeños detalles, sensaciones e impresiones minimalistas reflejan, con una extraordinaria economía del lenguaje, emociones tan complejas como la melancolía, la angustia y la soledad. En “Visor”, por ejemplo, una fotografía sobra para situar la escena, y en el relato que da nombre al libro el paso del tiempo se refleja de forma exquisita y delicada gracias a la variación vespertina de la presencia del sol en la cocina.
Incluso la concepción del amor es trágica, una noción ensuciada por el desgaste del tiempo y la opacidad de la incomunicación. Historias impregnadas por la reiteración constante del debate sobre la finitud y el hastío en las relaciones; relaciones irreparablemente dañadas y envenenadas por el alcohol, aplastadas por el peso de la culpa (“Belvedere” o “Bolsas”). Los diálogos, muchas veces inconexos, van en direcciones distintas, como si los protagonistas no fuesen capaces de escuchar, sordos por una agobiante insatisfacción vital (“Después de los tejanos” o “Una cosa más”). También resulta inquietante la presencia de una violencia tranquila y fatalista provocada por la rabia contenida y el hermetismo sentimental (“Diles a las mujeres que nos vamos” o “El baño”).
Las frases cortas y precisas, los inicios in medias res y los finales abiertos o interrumpidos aumentan la velocidad de la lectura introduciéndote en un universo vertical. Relato tras relato, avanzas hacia un barranco sin final, obligándote a realizar una larga respiración entre uno y otro; una parada para revisar si todo está en su sitio, o para recoger las tripas desgarradas en caso de que se te hayan derramado por el camino.
Una verdadera poética de la resaca
Por momentos, parece que empatizas con sus personajes, pero después toman un camino inesperado, irracional e impredecible que te sumerge en una tensión ambigua, causándote una inexplicable sensación entre la compasión y la repugnancia. Inocente, esperas que algo horrible o liberador ocurra, pero a veces no pasa nada y, otras, ocurre lo último que podrías imaginar.
Da igual que los relatos estén escritos en primera o en tercera, de cualquier forma, Carver te introduce de forma hiperrealista en el cuadro, haciendo que te sientas como un voyeur testigo del momento. El impacto de la brevedad y la superposición de recuerdos crean una especie de écfrasis psicológica y visual, filtrada por los translúcidos matices sepia propios de un vaso de whisky. En sus historias se puede percibir la inseguridad y la nostalgia de un alcohólico en rehabilitación, lamentándose por un pasado irrecuperable y un presente baldío, un túnel en el que los únicos destellos de luz se aprecian si miras hacia atrás. Todo ello, visto a través de los ojos de un artista, un artista que ha logrado constituir en estos relatos una verdadera poética de la resaca.
Stendhal, experto en frases lapidarias, dijo que la belleza no es sino la promesa de la felicidad. La literatura de Carver, sin embargo, oscila hacia el extremo contrario, donde se encuentra la desesperanza de la infelicidad, para, desde ahí, construir una belleza trágica y sucia, sin romanticismo ni idealización, mostrando un reflejo realista de la otra cara del progreso posmoderno a través de su propia experiencia.
Cuatro décadas después de su publicación, estas historias mantienen ese ácido ardor etílico que atraviesa al lector como un puñal, dejando en los labios que se atreven a leerlos un amargo poso de desasosiego e introspección. Mientras que Chejov es conocido como el cronista del fracaso del hombre culto y la civilización; Carver es lo más parecido que encontramos en el siglo XX para hacer lo mismo con el hombre medio occidental. Su prosa minimalista y exacta, aderezada con pequeñas píldoras de la poesía más sutil, consigue que la crudeza desdichada de sus cuentos sea dolorosa, bella, universal y adictiva a partes iguales.
Ficha Técnica
Título: De qué hablamos cuando hablamos de amor
Título de la edición original What We Talk About When We Talk About Love, 1981
Autor: Raymond Carver
Traducción de Jesús Zulaika publicada por primera vez Anagrama en 1993
160 páginas
PVP: 10.9 €