Chauen – Viaje por el norte de Marruecos

Gato durmiendo en Chaoen
Gato durmiendo en Chaoen
Gato durmiendo en Chauen
Gato durmiendo en Chauen

El primer canto del almuecín comenzó a sonar a canon a través de los altavoces de las mezquitas que rodeaban la casa donde nos alojábamos. Primero una voz comenzó con el rezo,  tan solo un par de segundos después comenzó otra, y así, hasta fundirse en un canto suave, monótono y ligero.

Eran aproximadamente las 6 de la mañana y su sonido me despertó como un rumor, como si quisiera recordarme dónde me encontraba. El primero de los cinco rezos diarios se considera la Salat del alba (faŷr) sigue un proceso casi poético, antes de la llamada a la oración del alba aparece en el oriente una blancura que se va elevando y que se denomina primer alba. Cuando la misma se extiende se denomina segundo alba y ese es el instante exacto en que comienza el horario de esta oración. Este horario culmina momentos antes de la salida del sol.

No tardamos demasiado en emprender el camino a Chauen, pero no sin antes haber comido un delicioso desayuno que consistía en una torta parecida a un crep francés que se llama Rghifa y que no existen palabras para traducir ni definir su textura y su sabor. Se rellena de muchas cosas como queso o mermelada, también miel o chocolate. Probé, además, unos dulces parecidos a los buñuelos, pero aún más dulces, unos pasteles típicos de la zona y café. Marruecos es un país famoso por sus dulces y yo quería probarlos todos.

Al salir del edificio pudimos callejear un poco entre las partes del nuevo Tetuán, atravesando callejones que unían patios de edificios con negocios comunes como peluquerías, gimnasios y tiendas de ropa. Tan solo unos metros más allá nos recogió el chófer de Houda (mi segunda compañera de viaje) dispuesto a llevarnos a Chauen, la ciudad azul.

El chófer se llamaba Adnan, un hombre regordete y risueño que no dejaba de sonreír y participar de la conversación mientras conducía ágil y veloz por las calles de Tetuán. Hacía apuntes en árabe que mis compañeras me traducían siempre pacientemente.

El viaje entre Tetuán y Chauen es de aproximadamente una hora. En él pude ver a través de la ventanilla otra cara de Marruecos en la que mucha gente hacía autoestop. Personas vendían fruta al borde de la calzada, varios niños jugaban a fútbol, y lo que más me sorprendió fue una mujer marroquí con su hiyab y un montón de libros en sus manos como si fuera camino a la escuela, no pude evitar pensar en si esperaría a alguien que la recogiera, haría autoestop o caminaría ella misma hacia su destino.

Al llegar a Chauen nos dedicamos a pasear y perdernos entre sus calles azules llenas de negocios artesanales y casas. Las paredes de los edificios estaban cubiertas de bolsos de cuero, calzado típico marroquí, bisutería, cerámica, ropa y adornos. Un hombre, que trabajaba en un negocio de lo más variado, nos explicó que el color de la ciudad se debe a la necesidad de cubrir el blanco de las paredes porque molestaba a la gente al reflejarse y mantenía así una temperatura más fresca y agradable en la ciudad. Cuando pregunté por qué el color azul, me dijo que se votó un color hace mucho tiempo y ganó el azul y desde entonces se pinta siempre así, por tradición suponía.

Chauen se encuentra rodeada por las montañas de Rif y vive del turismo.

Chauen se encuentra rodeada por las montañas de Rif y vive del turismo. Está completamente inmersa en este ambiente donde la gente de allí convive con los turistas en perfecta armonía. Durante mi viaje, sin embargo, pude observar dos tipos de perversiones que sufren a menudo los turistas cuando viajan a una cultura totalmente diferente:

Uno era una mujer que definiré como la mujer “modelo” que llevaba un precioso vestido y unos tacones de infarto, poco recomendables para el suelo empedrado y lleno de escaleras de la ciudad. Esta mujer se dedicaba a hacer fotos de absolutamente todo, incluidos niños que abiertamente no querían ser fotografiados, esto último lo sé porque mi compañera Yuss me traducía lo que los niños decían, algo así como: “nos está haciendo fotos, que pare, no, no” cosa que la mujer debía encontrar gracioso puesto que no se detuvo en su empeño. Acto seguido, cogió a un gato callejero, numerosos en todos los rincones de Marruecos, y tras fotografiarse con él lo tiró, literalmente, al suelo.

El segundo turista podría definirse como el energúmeno (y su grupo). Un hombre que se dedicaba a gritar tratando de imitar el árabe y haciendo gracias para que se rieran sus acompañantes. Era español, no me he sentido más avergonzado en la vida.

Tras estos incidentes, mis compañeros de viaje y yo seguimos paseando hasta volver al coche. De camino de vuelta a Tetuán, escuchábamos música francesa (muy popular en Marruecos ya que es la segunda lengua oficial), yo no entendía gran cosa, pero me gustaba como mis compañeros cantaban a pleno pulmón y sonreían mientras el sol comenzaba a ponerse y nosotros nos perdíamos entre las serpenteantes curvas de la carretera.

La primera parte del viaje en Tánger.

Hugo García González

Soy Hugo García González, tengo 24 años y nací por cesárea porque ya sabía que el mundo es un lugar muy feo. Así que, me sacaron, básicamente, a la fuerza. Desde entonces intento buscar motivos para pensar que no todo está perdido. A través de la cultura (arte música, literatura y moda) y con el periodismo como herramienta pretendo mostrar la cara buena de la moneda y demostrar que (aunque no se puede comparar a un útero materno) este mundo tampoco está tan mal. Por cierto, soy bilingüe en ironía y los puntos no me gustan

/ IG: @youartfree /

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