3.482 CURVAS HASTA EL MULHACÉN

Monstruo De Un Sólo Ojo
 
Curvas…. Curvas… curvas… LANJARÓN Curvas… curvas… curvas… Una aspa de molino asomándose por detrás de una montaña… Curva. Escondiéndose… Curva. Asomándose… Curva ÓRGIVA Curvas… curvas… curvas… y… Más curvas… curvas… curvas… PAMPANEIRA Curvas… curvas… curvas… BUBIÓN Un poquito más de curvas… curvas y… curvas… curvas… Una última curva y… ¡CAPILEIRA!

Con razón a este pueblo de Sierra Nevada lo llamaron Capileira, que en latín vendría a decir algo así como “el lugar más elevado”. Y lo cierto es que más arriba de esta población, situada a 1.436 metros de altitud, no hay más que picos como el Mulhacén (3.482m) o el Veleta (3.395m).

Y con razón también este inexpugnable lugar fue una de las últimas aldeas alpujarreñas que, los árabes primero, y después los cristianos, conquistaron. Tras la toma de Granada, su población continuó siendo musulmana, pues ¡cualquiera cogía en aquél entonces la autovía de Sierra Nevada para expulsar a los moriscos de una mancha blanca incrustada en la montaña! No sería hasta el siglo XVI, con la rebelión de las Alpujarras, cuando Felipe II, a sabiendas de que la unión hace la fuerza, decidiera dispersarlos por la Península para evitar una nueva revuelta, antes de, en el año 1609, repatriarlos definitivamente.

¡Qué vacías se quedarían entonces las curvas… curvas… curvas… de sus encabritadas calles! Ya no se reunirían los vecinos en los terraos, esos tejados planos en donde tomates, higos y uvasCapileira se tumban al sol. Adiós a los turistas de fin de semana, que llenan los hostales, los apartamentos y las casas rurales, las fondas, los bares y los restaurantes, las disco-pubs y las tiendas hippies de recuerdos. Negocios, probablemente, herederos de los colonos que, desde otros lares del Reino, en su día vinieron a repoblar las despejadas curvas… curvas… curvas… del monte granadino. Entre ellos, los gallegos. De allí que en tierras andaluzas nos encontremos con nombres como Capileira, Pampaneira o el del Hostal Poqueira, uno de los muchos lugares donde el excursionista se puede alojar para descansar y coger fuerzas antes de salir a caminar.

Hostal Poqueira

Al entrar en el hotel, una guarnición de patas de jamón cuelga del techo sobre la barra del bar. En vida, fueron cerdos criados en otros lares del Reino, que trajeron aquí a curar en unas condiciones de temperatura y humedad sin igual, para repoblar las cartas de los restaurantes, ya sea como entrante, en un bocadillo, en una tortilla o en una sopa como picadillo. “¡Está buenísima! Lleva almendras, ajo y jamón picado”, nos cuenta la posadera del Poqueira cuando nos recomienda la sopa alpujarreña. Los comensales de las otras mesas han seguido su misma versada recomendación; ahora, de segundo, disfrutan de unas migas alpujarreñas y de una carne en salsa, especialidad de la casa, y puede que acaben su gaudeamus montañero con un tocinillo de cielo, un requesón con miel artesana, unos buñuelos o unos soplillos como los que venden en la tienda de productos típicos de enfrente.

Todos ellos parecen forasteros; en concreto, un individuo color panocha que se repeina bigotes y greñas por detrás de las orejas antes de autoretratarse con su cámara de fotografiar. A juzgar por su vitivinícola cara de satisfacción, y por un letrero que anuncia en la entrada: “Intercam School of Languages. English- Spanish – Japanese”, el idioma no tendría que ser un problema a la hora de entenderse con los guiris en Capileira. Sin embargo, algo deben pronunciar mal los lugareños en inglés cuando avisan a los alpinistas extranjeros de que hará mal tiempo –“Bad taim. Tumorrou, bad taim. Estorm. Rein. Cold.” –, porque, año tras año –hable inglés, español o japonés –, muere algún aventurero en la montaña por no ser precavido y no llevar un buen equipo. “Al último lo sacaron hace cuatro días”, cuenta la mesonera, refiriéndose al cuerpo de un excursionista británico que este invierno quedó atrapado por un alud en Sierra Nevada.

Refugio PoqueiraAhora, en pleno mes de junio, con un cielo despejado y unas temperaturas entre los 13 y los 21ºC, todo parece indicar que nadie morirá de hipotermia en un refugio improvisado en medio de la tempestad. Si acaso, deshidratados o de una insolación. Hay unas tres horas a pie de curvas… curvas… curvas… desde la central eléctrica de Capileira hasta el refugio de Poqueira, tocayo del hostal que acabamos de abandonar y del río que hasta el albergue nos acompañará. Ahora bien, duchos en la materia no recomienda saciar la sed con estas aguas a no ser que salgan directamente de las entrañas de Sierra Nevada. Antes que encontrarse como tropezón algún que otro despojo, es preferible acercarse en un plis al bar y comprarle a Rafa –el guarda –pastillas potabilizadoras o unas cuantas latas de Alhambra, ya que, hasta octubre, en el refugio se les han acabado las reservas de agua embotellada.

Otra opción, nada desdeñable, es la de llenar la cantimplora con la mejor de las bebidas isotónicas, reservando con disimulo el vino Costa de la cena y, colorados – ¿por el sol? –, subir dando curvas… curvas… curvas… hasta lo más alto de la Península Ibérica.

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