Invisibilizadas por la Historia del Arte

Mujeres en el Arte
Mujer y Arte
De izquierda a derecha, Clara Peeters, Frida Khalo, Sofonisba Anguissola, Camille Claudel, Artemisia Gentileschi, Berthe Morisot, etcétera.

Me cortó el paso una cadena de batas escolares. Uno de sus eslabones –una niña de 5 a 7 años—, alzó la barbilla y apuntó hacia el techo con las mejillas, encendidas y jugosas como dos melocotones maduros. Alzó el dedo más pequeño del mundo y preguntó, con una floreciente curiosidad, propia de su edad: «Mamá, ¿por qué todos los pintores famosos son chico?«. Acostumbrada a ese continuo madre-maestra, pero poco hecha a las preguntas difíciles, la educadora calló y prosiguió con aquella visita infantil por el Museo del Prado. Calló como nos callaron.

A las mujeres se les ha impedido el acceso a universidades, museos y galerías. Quienes, a pesar de todo, consiguieron destacar (Berthe Morisot, Camille Claudel, Sonia Delaunay, Natalia Goncharova, Liubov Popova, Dorothea Tanning, Kahlo…) ocupan espacios ridículamente pequeños en los libros de Historia del Arte (eso, si aparecen). En la actualidad, estas artistas tradicionalmente invisibilizadas han tomado cuerpo y ya no atraviesan las paredes, cuelgan sobre estas. Pero hay que buscarlas.

De las 1.627 obras expuestas en el Museo del Prado, solo seis llevaban firma femenina a 2018, según fuentes oficiales de la pinacoteca. La presencia de mujeres en ARCO 2019 también es muy ‘conceptual’. Del total de artistas representados en la feria, solamente tres de cada diez eran mujeres y tan solo el 6,3% del total mujeres españolas, tal y como desvela el último estudio de la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV).

Hoy día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, desde Cultura Joven hemos decidido repasar la trayectoria de siete artistas injustamente rechazadas e ignoradas por una historia patriarcal; cuyos nombres quizá nos permitan responder a nuestras nietas, hijas o alumnas por qué no todos los pintores famosos «son chico».

Hilma af Klint

Hilma af Klimt
‘Retablo núm. 1’ (1915)

La próxima vez que alguien nombre a Kandinsky y Mondrian como los padres del Arte Abstracto, convendría explicar que, en realidad, la primera persona que hizo una obra abstracta en toda la Historia del Arte fue una mujer. Hace algunos años se descubrió la obra de la artista sueca, Hilma af Klint (1862-1944), quien realizó obras claramente abstractas antes de tiempo. En concreto, antes de 1912, fecha que marca la publicación de Sobre lo espiritual en el arte, el ensayo con el que Kandinsky sentó los principios de este estilo.

Af Klimt representó sobre el lienzo ideas filosóficas complejas, conceptos espirituales y experiencias religiosas que procedían de las sesiones que celebraba en Estocolmo junto a Los Cinco, un grupo teosófico sueco al que pertenecía. Fue allí, durante una sesión en 1904, donde un espíritu que se identificó como «Ananda» profetizó que Klint pintaría imágenes astrales para representar aspectos inmortales de la humanidad. «Las obras se pintaron directamente a través de mí, sin bocetos preliminares y con una gran fuerza. No tenía ni idea de lo que estas imágenes representaban. Sin embargo, trabajaba rápidamente y con seguridad, sin cambiar una sola pincelada», explicó en sus escritos.

Gerda Wegener

Gerda Wegener
‘Retrato de Lili Elbe’ (1928)

En La chica danesa (2015) se dan por sentadas muchas cosas. Por ejemplo, la heterosexualidad de Gerda Wegener (1885–1940), pintora erótica de referencia que dedicó parte de su vida a retratar la sexualidad de parejas lesbianas. Los textos que nos han quedado reflejan un torbellino de personalidad y ambivalencia, muy alejado de la esposa frágil y abnegada que la película de Tom Hopper quiso mostrar. Los legajos de su biografía demuestran que Wegener no fue frágil, abnegada, flemática, secundaria, ni heterosexual. Esto no encaja teniendo en cuenta que representó el primer caso de intersexualidad pública de la historia de Occidente –el de su esposa Lili Elbe– en varios lienzos.

La danesa fue una pintora insigne del art decó que triunfó en el París de los locos años 20. Su presencia despertaba una gran expectación en los círculos intelectuales de la capital francesa, donde se estableció con su marido Einar (que posteriormente se convertiría en su esposa Lili). Wegener dedicó prácticamente toda su obra a crear, experimentar y evolucionar alrededor de la imagen y la apariencia femenina. Su obra, embaucadora, lésbica y provocativa, causó revuelo y cosechó tanto el éxito como su ocaso. Aunque en su país de origen le costó décadas recibir el reconocimiento que su trabajo ocupa hoy en la historia de la pintura contemporánea, el país galo cayó rendido a sus pies. Luego, el resto de Europa. Hoy es considerada como una de las retratistas más importantes del siglo XX.

Ende

La primera mujer artista que firmó con su nombre se llamaba Ende (siglo X). Se trata también de la primera de la ilustradora conocida de la historia de Europa pero es que, además residía en España. Ende es la responsable de las ilustraciones de un códice fechado en 975, en uno de los cenobios más importantes del entonces Reino de Asturias, como cuenta en Las olvidadas Ángeles Caso. Poco más se sabe de ella aparte de que ilustró textos religiosos con imágenes propias y además lo hizo con más colores, más profundidad y un mayor naturalismo comparado con trabajos anteriores de los que tenemos constancia. ¿Quién sería esta mujer, de la que solamente conocemos su apodo? Los estudiosos se debaten entre dos opciones: o una dama de la nobleza que vivía en el monasterio (ya fuese porque estaba soltera o viuda), o una religiosa, ya que las monjas tenían un mayor acceso a los «bienes culturales» en la Edad Media que el resto de mujeres.

Artemisia Gentileschi

Susana y los viejos
‘Susana y los viejos’ (1610)

Artemisia Gentileschi (1593–1656) fue violada con 19 años por el que se suponía que iba a ser su maestro de pintura y decidió vengarse a través del arte. Cambió su obra radicalmente y los claroscuros se tornaron más violentos. En sus lienzos plasmó a mujeres víctimas de acoso verbal (Susana y los viejos) e, incluso, algunas de ellas mostraban a la víctima decapitando a su agresor sexual como en su serie de ‘Judits’ asesinando a Holofernes. «Sentí un fuerte ardor que dolió mucho, pero no pude gritar porque él me tapó la boca con las manos», explicó, en el juicio del que hoy se conserva su acta. «Le rasguñé la cara, le jalé el cabello y, antes de que me volviera a penetrar, agarré su pene con tanta fuerza que le arranqué un pedazo de piel».

Por si esto fuera poco, Gentileschi tuvo que someterse a ciertas torturas propias de la Justicia de la época (entre otras atrocidades sufrió un humillante examen ginecológico) para que los allí presentes comprobaran si estaba siendo insincera al proferir semejantes acusaciones. Hoy día, a multitud de técnicos, historiadores e historiadoras del arte les resulta muy ingrato que se rescate a la artista romana únicamente por haber sido víctima del machismo y no por su impecable estilo barroco, evidentemente caravaggista. Tragedias al margen, la artista imitó el dramatismo propio de su ídolo a través de cuadros muy ambiciosos, de género histórico-secular y religioso (considerados poco adecuados para el ‘espíritu femenino’). Rozó la fama pero, durante siglos, sus cuadros fueron atribuidos a su padre –también pintor– o a otros artistas varones.

Sofonisba Anguissola

De las 1.627 obras expuestas en el Museo del Prado, solo seis había sido realizadas por mujeres, según datos de la pinacoteca a marzo de 2018. Tres son de Sofonisba Anguissola (1530–1626), retratista de éxito durante el Renacimiento y pintora de la Corte española, aunque hasta junio del mismo año una de sus mejores obras, Retrato de Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II, aparecía en la cartela como «atribuida a» y no como propia. No es la primera vez que la pinacoteca repara una injusticia con esta pintora, la primera mujer con obra expuesta en el Prado. Del retrato de Felipe II, que ahora luce con su nombre, se pensó durante siglos que era obra de Juan Pantoja de la Cruz. Así aparecía inventariado en el Alcázar de Madrid en 1686 y así permaneció hasta principios de los noventa, cuando hubieron de recabarse todas las evidencias necesarias.

Clara Peeters

Clara Peeters
‘Bodegón con quesos, almendras y panecillos’ (1615)

En los más de 200 años que tiene el Museo del Prado solo se ha dedicado una exposición monográfica a una mujer: la artista flamenca Clara Peeters (1588/90–1621), considerada una precursora del bodegón o naturaleza muerta en los Países Bajos. Su dedicación a este género fue resultado de las limitaciones impuestas por la cultura de entonces a las mujeres artistas, que solo podían desarrollarse en un género acorde con sus ‘limitaciones’.

Sin embargo, Peeters fue una renovadora de la naturaleza muerta y se convirtió en la primera persona en pintar un bodegón con el pescado como protagonista, como en Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas (1611). Además, sabemos que escondió su autorretrato en el reflejo de algunos elementos –vasos o detalles metálicos– en sus pinturas y rubricó su firma en el estuche de los cuchillos que pintaba quizá, con intención de dejar constancia de que aquellas obras las había creado una mujer.

Rosario Zorrilla

La lechera de burdeos
‘La lechera de Burdeos’ (1827)

La indiferencia hace que demos por sentado cosas como que La lechera de Burdeos (1827) es un cuadro de Francisco de Goya cuando, al parecer, podría ser una mujer quien lo pintó. Las evidencias se nos revelan de forma casi abrumadora. Se sabe que el cuadro fue concebido tan solo un año antes de la muerte del pintor aragonés, cuando realizó las pinturas negras, su serie más truculenta, y, sin embargo, la lechera destaca por una vuelta al color y la esponjosidad, con pinceladas más breves e impresionistas.

Este hecho, unido a otros detalles técnicos, ha llevado a especialistas (entre los que destacan dos grandes expertas en el pintor a nivel mundial, Juliet Wilson Bareau y Manuela Mena) a aventurarse a expresar que este cuadro no pertenece a Goya, sino a la artista que se crió a su sombra, hija del ama de llaves de la Quinta del Sordo en Madrid. Además, la firma de Rosario Weiss Zorrilla se ha descubierto ya en algunas obras atribuidas al pintor.

Laura C. Liébana

Periodista. No me gusta mi segundo apellido. Mi vida se basa en establecer relaciones entre un Miró, un Chanel, una de Woody Allen y las peores series de Netflix. Twitter e IG: @lauracliebana

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