Unas ruinas con mucha vida

libro antiguo

Oler. Tocar. Mirar. Hojear. Una serie de placeres de los que cuesta desprenderse a la hora de comprar un libro. Se guardan con cuidado, los colocas con un orden aleatorio, a veces por orden alfabético de autor, otras por temas, incluso por los colores de las tapas y el lomo. Para algunos son meros objetos de decoración, para otros su mundo. Los que leen por afición encuentran válvulas de escape que les transportan a mundos que ni imaginan. Aparte, están los bibliófilos. Según la Academia son aquellas personas aficionadas a las ediciones originales, más correctas o más raras de los libros, pero hay algo más.

 

Para un coleccionista de libros, éstos son joyas. Un bibliófilo sabe apreciar la maestría de un ejemplar más allá del texto recogido en él. Un profesor de la universidad, uno de esos a los que puedes considerar casi maestros, me dijo un día que, si tuviéramos la posibilidad de desencuadernar gran parte de los libros impresos entre los siglos XV y XVIII (a veces hasta el XIX), analizando los pliegos y pergaminos que se usaban para encuadernar las ramas que componían los libros, cambiaríamos la historia de la literatura universal. Saldrían a la luz manos de poetas desconocidos, canciones y romances perdidos en el recuerdo de los años, quizás algún soneto más atribuido a Lope o la verdad de la vida de Shakespeare. También habría que ampliar la labor a los márgenes, las glosas de aquellos que poseyeron los libros, a los aparentes errores de composición de las líneas de impresión. Así conservamos las reflexiones de Juan Ramón Jiménez cuando leía Sobre los ángeles de Alberti. Un ejemplar de la primera edición del Quijote, impresa en el taller de Juan de la Cuesta en 1605, nos permite saber que varios de los operarios eran andaluces por sus distintos usos de la s, que alguno no supo leer los garabatos que componían las letras de Cervantes, entendió “hépila” en vez de “hacerla” y así lo hizo pasar a la historia.Inauguración Salón del libro antiguo

Toda esta vida, aparentemente anecdótica, forma parte de algo más que meros pecios de memoria. Son ruinas en la línea del pensamiento de María Zambrano, obviando el carácter peyorativo del término. Estas ruinas permiten que un “algo” permanezca vivo en la historia y el Salón Renacentista del hotel Miguel Ángel estará lleno de ruinas durante cuatro días con motivo del XIV Salón del Libro Antiguo.

 

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