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«Dionisio Ridruejo». Alter-ego de una generación

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1975, finales de junio, entre el día 28 y el 29 precisamente. Dentro de cinco meses Franco habría muerto dejando España a la merced de una difícil transición, pero Dionisio Ridruejo, poeta y político, disidente del franquismo  tras la trágica experiencia rusa junto con la División Azul, nunca alcanzará la «tierra prometida», como el autor Ignacio Amestoy define la democracia por venir. El demócrata ex-falangista fallece exactamente aquel día 29, dejando, sin embargo, su reflejo en todos los que hubieran querido, como él, alejarse de las desilusiónes del régimen, pero sin tener el coraje necesario.

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La puesta en escena de Dionisio Ridruejo. Una pasión española, dirigida por Juan Carlos Pérez De la Fuente y representada en el teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el 13 de abril, se desarrolla toda en el gimnasio de un centro de rehabilitación militar donde, al enterarse de la noticia de la muerte de Ridruejo, un coronel del ejercito, que con él ha compartido la chocante experiencia rusa, admite dramáticamente su enorme sentimiento de culpa respecto a su propio destino, respeto al del disidente mismo hasta, por supuesto, respecto al de España toda, incapaz durante años, de mirarse al espejo con valentía. De hecho, Dionisio Ridruejo no es un personaje «tangible» de la representación, sino este reflejo en el espejo de la conciencia nacional y personal de los personajes que pisan el escenario: un joven oficial ya proyectado hacia un futuro democrático y un viejo general aún atado a los ideales fascistas.

Así el teatro documental se mezcla con el rito, como subraya Ignacio Amestoy, en una puesta en escena que resulta, sí, complicada, pero sobre, todo potente en su mensaje: España, hoy en día, está donde está incluso gracias a la pasión de hombres que tuvieron el valor de arrepentirse. De hecho, el Coronel Arenas, protagonista de la representación, cumple finalmente con este sacrificio último que, como ya se ha dicho, conlleva una profunda dimensión ritual, contrapuesta, o mezclada, a momentos de revocación histórica como, por ejemplo, los tres discursos realmente pronunciados por Ridruejo mismo a lo largo de su trayectoria política.

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Como ya ocurrió con la reciente Dalí versus Picasso, Juan Carlos Pérez de la Fuente concibe una escenografía que permita cualquier clase de movimiento a los actores que, de hecho, juegan a baloncesto, corren, escalan cuerdas hasta subirse a los bastidores durante los momentos de máximo pathos escénico. En concreto, toda la puesta en escena la sostiene Ernesto Arias que, en el pellejo del Coronel Arenas, ofrece una actuación magistral, siempre en vilo entre lucidez y alucinación, cinismo y arrepentimiento, vida y muerte, mientras que los demás personajes resultan un mero y obligado contrapunto (aun así hay que subrayar que se trata de óptimas interpretaciones).

En conclusión, Dionisio Ridruejo resulta ser una representación que llena el espectador no solamente de nuevos conocimientos (y ya así hablaríamos de un éxito), sino también le empapa de una inesperada conciencia civil junto a a una renovada dignidad personal, empujándole a una complicada valoración histórica por un lado, y, por otro, a una difícil, sino imposible, reflexión sobre las grandes elecciones de la vida y, en consecuencia, sobre las tremendas dificultades que conlleva arrepentirse.

Francesco Scagliola

Italiano, por suerte o desgraciadamente. Graduado en "Letras" antes y en "Periodismo" luego. Buen mediocampista cuando ocurra. Culturalmente híbrido: de padre helenista y madre springsteeniana.

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