La Fundación, obra de Antonio Buero Vallejo (1916-2000), fue estrenada el 15 de enero de 1974, hace ya casi cuarenta años. Sin embargo, esta fábula (término usado por el propio autor) tiene un trasfondo moral y unos dobles sentidos que sobresalen en cada página; sutilmente colocados, eso sí, porque no olvidemos que la obra se estrenó cuando la dictadura franquista daba sus últimos coletazos. Buero Vallejo elaboró un texto que sigue teniendo vigencia, y ahí radica lo extraordinario, su virtud. La metáfora de La Fundación es aplicable a muchas situaciones y estados mentales.
El argumento nos lleva a la historia de Tomás, un joven que cree estar trabajando en un centro de investigación junto con otros compañeros: Asel, Tulio, Max y Lino. La habitación en la que conviven los cinco personajes es el único escenario en el que se desarrolla todo. Poco a poco, y a través de unos cuidados diálogos, Tomás va descubriendo la verdad, va tomando conciencia de la situación real, abandona su fantasía y descubre que ni todo es como parecía, ni siquiera la propia habitación. Tampoco él es quien creía ser.
La metáfora que presenta tiene un significado para cada uno de los lectores o espectadores: una crítica a los sistemas políticos, un alegato contra los valores de la sociedad actual, un ataque contra el mundo globalizado. Que cada uno haga su elección.
La Fundación necesita un escenario sobrio: se basta de esa estancia, escaso atrezo, alguna maquinaria y pericia del tramoyista para desarrollar una obra coral en la que todos los personajes tienen un significado clave en el devenir de la historia y que exige una compenetración trabajadísima de los actores, ya que los diálogos son muy rápidos y espontáneos.
Antonio Buero Vallejo se luce en este drama, donde crea una tensión y una intriga poco comunes en el teatro español. Hace un tiempo que no se representa por aquí. Es necesario que vuelva y nos ayude a abrir los ojos.