UNA HOSTIA A TIEMPO

En un solo fin de semana me terminé un libro de Mishima titulado El marino que perdió la gracia del mar, donde entre una historia de amor de un marinero y una viuda, había un grupo de niños al estilo de Alfalfa y sus amigos, pero que en vez de hacer gamberradas hablaban de la muerte con una madurez terrorífica; mi hermano, en nuestra peli de los sábados, alquiló ¿Quién puede matar a un niño?, una película española sobre una isla del Mediterráneo en la que los niños matan a la gente mayor; y mi novia me hizo ver El buen hijo, con un pequeño Macaulay Culkin que putea hasta el infinito a un pequeño Frodo Bolson. Todo esto, y algún artículo sobre la violencia en las aulas, me llevó primero a evitar pasar por delante de un colegio, y después a reflexionar sobre ello:

En demasiado poco tiempo, hemos pasado de ver como padres y profesores pegaban a los niños, a ser estos los que maltratan a “sus mayores”. Ahora la alarma suena más alta, y es que del “yo no soy de pegar a los críos, pero una hostia a tiempo quita mucha tontería” hemos pasado al “tú a mí no me dices lo que yo tengo que hacer”,  mientras el profesor agacha la cabeza cuando un alumno le levanta la mano, dando paso a bajas por depresión por parte de los profesores en los mejores de los casos, y denuncias de maltrato en los peores.

El caso vivido en mis carnes fue el de la generación de en medio de estos dos extremos. Corría el año 1999 cuando yo tenía catorce años, por aquel entonces los profesores de los colegios privados eran más de dar, y los de los públicos más de recibir. Echando ahora la vista atrás, me pregunto qué me tenían que decir para que las contadas veces (pero algunas) que me dieron un sopapo, yo me lo callase y no dijese nada en casa, pensando que la culpa era mía y sólo mía. Antena 3 nos intentó reflejar en su reality Curso del 63, una época donde la disciplina y el respeto a los mayores están por encima de todo, con profesores-actores que se creían en los sesenta, y alumnos reales nacidos en los noventa. Raro ha sido que ninguno de cualquier bando no haya soltado dos guantazos. Lo mejor de este programa fue el final, que tan bien representó lo que sucedía: profesores que les han jodido la existencia con maltrato psicológico, les dicen que han sido buenos alumnos, dando su aprobación, y por consecuente, los alumnos rompen  a llorar de felicidad. ¿Por qué la aceptación del capullo es más importante?, ¿qué se nos pasa por la cabeza para darle más valor al consentimiento de los profesores duros y de los padres disciplinados que al de los demás?

Pero las sucesivas reformas escolares han llevado a una situación de mimo hacia el alumno con cincuenta y nueve derechos y sólo nueve deberes, y arrebatando la autoridad que a base de cinturón se habían ganado los profesores, para pasar a ser estos los maltratados. Sólo una cadena más adelante tenemos otros programas como S.O.S. Adolescente o Hermano Mayor, donde vemos jóvenes problemáticos y otros normales pero que hacen la vida imposible  a sus padres. Aquí vemos cómo la juventud de hoy en día vive su vida, y lo que más escalofríos da es que se comporten así incluso con una cámara delante. En mis mismas carnes de aquel 1999 también se podía ver esta parte, saltándose las clases para fumar un porro a las 12 de la mañana o gente que se ponía frente con frente con profesores. ¿Qué se te puede pasar por la cabeza para ponerte así sólo porque te han dicho que llegas tarde?

Hace unas semanas en una carta al director en el diario El País, un profesor de secundaria respondía a una columna de opinión de Juana Vázquez, catedrática de Lengua y Literatura y escritora, quien argumentaba que se debía devolver la autoridad a los profesores para luchar con esta situación a la que hemos llegado. Un tal Joan M. le contestaba “Todo profesor tiene el poder que le confiere su cargo, pero la autoridad frente a sus alumnos debe ganársela día a día con su actuación adulta, imparcial y equilibrada. Imponiendo los límites que sus alumnos necesitan, con la adecuada flexibilidad y mostrándoles su aprecio y confianza. No es un trabajo fácil, es un trabajo necesario si se quiere enseñar educando o educar enseñando, que es el oficio de todo profesor”. Ni autoridades a leches, ni desautoridades, profesores como el desconocido Joan son los que hacen falta.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.