Tomaz Pandur, alquimista en ‘Fausto’

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Pocos directores pueden presumir de tener un sello propio. Tomaž Pandur es uno de ellos. El esloveno propone de nuevo, en el Fausto de Goethe, un lenguaje escénico personal con simbologías a veces complejas y ajenas al espectador. El público asistente al Teatro Valle-Inclán de Madrid tiene dos opciones, entrar en su universo o distanciarse de él hasta el punto de bostezar. Vaya por delante que este que escribe ha entrado de lleno. No es difícil, pues todo está hilvanado para que lo sensorial te arrastre. Pandur es un alquimista que transforma los elementos escénicos, para generar una atmósfera hipnótica que no apunta a la cabeza, sino a los sentidos.

Como los propios intérpretes reconocen en el montaje, representar el Fausto de Goethe llevaría veinticuatro horas. Pandur hace un trabajo exhaustivo de selección, sesga con el fin de desgranar la historia de este hombre que vendió su alma al Diablo. El director propone un ascenso de los infiernos al mundo real. Usándose de las proyecciones, con las que los personajes interactúan, el espacio sonoro preciso y la labor casi orquestal que realiza con sus actores, compone una serie de imágenes estéticas donde lo decadente y lo sucio puede llegar a ser bello.

Los conflictos que atormentan al protagonista (Roberto Enríquez), en la cima de su fortaleza intelectual pero a punto de suicidarse, se traducen en un universo en blanco y negro cercano al del cine expresionista alemán de principios del siglo XX. La versión cinematográfica de Fausto, dirigida por Murnau, es un referente para Pandur, algo que evidencia cuando, durante la representación, proyecta los primeros minutos del metraje.

De entre los grises de este universo, destaca, en la primera parte, la presencia del rojo, que colorea muchos de los elementos del atrezzo y vestuario. Este tono permite al director esloveno reflejar la dualidad entre la vida y la muerte, el bien y el mal, lo real y lo imaginario. En la segunda parte, en cambio, apenas hay cabida para él. La atmósfera es todavía más oscura y tétrica, a pesar de que Fausto se haya encontrado por fin con la belleza que lo encandila, entregado a la naturaleza cual personaje de Caspar David Friedrich.

El personaje de Mefistófeles, interpretado por un espléndido Víctor Clavijo, se encuentra, en esta versión, acompañado de su esposa (Ana Wagener) y sus hijos (Pablo Rivero y Marina Salas). Esta diabólica familia teatraliza la realidad de Fausto, quien, gracias al pacto firmado con sangre, alcanzará la realización total.

Roberto Enríquez resuelve bien el ejercicio complejo de representar un mito, Emilio Gavira emociona, Marina Salas se revela como una joven promesa con mucho potencial y Pablo Rivero ofrece una interpretación correcta. Manuel Castillo, Alberto Frías, Aarón Lobato y Rubén Mascato componen un “coro” de empleados de Mefistófeles que aporta a la obra cierta comicidad.

Ana Wagener, sobresaliente, es presentada por Pandur como una gran diva. Una vez más, el director esloveno diviniza a la figura femenina y sexualiza al hombre.

Tomaž Pandur, quien se permite la licencia de hacer guiños a algunos de sus anteriores trabajos, demuestra, una vez más, ser una de las figuras más interesantes del panorama teatral actual. Con este montaje, permite al espectador acercarse a la compleja obra de Goethe desde un punto de vista novedoso y de lo más original.

Fausto, de J. W. Goethe / Versión: Livija Pandur, Tomaž Pandur y Lada Kaštelan / Dirección: Tomaž Pandur

Hasta el 11 de enero de 2015 / De martes a sábados, a las 20.30 h / Domingos, a las 19.30 h

Teatro Valle-Inclán (Plaza de Lavapiés s/n)

Víctor Barahona

Diplomado en arte dramático, licenciado en comunicación audiovisual, máster en periodismo cultural... o un loco soñador.

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