Los hijos de la noche

Edgar y Jay, los Zombie Kids

 

Desde hace poco más de tres años, muchos (hoy no tantos) se preguntan quienes son esos Zombie Kids y qué hacen. Los carteles de sus sesiones empapelan el centro de la capital y por las calles caminan jóvenes con un nuevo estilo: barbas frondosas, bicicletas single-speed, modernos cortes de pelo, tatuajes, piercings, skates y ropa vintage. Una amalgama de combinaciones que llena de color el barrio de la agitación nocturna por excelencia: Malasaña.

El eclecticismo les caracteriza. Las dos caras de esta moneda tienen nombre y apellidos: Edgar Candel y Cumhur Jay.

Edgar es un treintañero catalán, que trabajó en tiendas de segunda mano y llegó a girar por Europa como guitarrista de un grupo de música hardcore. En los 90 fue straight edge, es decir, no fumaba, no bebía y no comía carne. Ahora sigue siendo vegetariano, pero fuma y bebe. Además, coquetea con la cocaína.

Jay, de edad similar, es turco de nacimiento y madrileño de adopción. Un buscavidas que con 14 años vivía en Londres y trabajaba pegando publicidad de prostitutas en las cabinas de teléfonos más fotografiadas del mundo. Tras estudiar economía y trabajar para algún banco yankee, comenzó a pinchar en clubs y hacerse un enfermo de los vinilos. Más tarde, se casó con una española y comenzó un nuevo viaje hacia el epicentro hipster.

Los inicios se dieron entre olor a naftalina. Los djs se conocieron en la tienda retro que Edgar abrió por Tribunal. Las noches los hermanaron. Estos dos espíritus creativos se dieron cuenta de que Madrid se quedaba corta, nadie les hacía bailar. Partiendo de referentes totalmente opuestos, se pusieron manos a la obra y el aura que envolvía sus esencias cuadró a la perfección. Meses más tarde lanzaron su primer proyecto, era verde y se cultivaba en los bajos de la Sala Boite (Calle de Tetuán, 27): la sesión Aguacate.

En aquel sótano se fraguó la `zombiemanía´. Era la primavera de 2009 y se comenzó a hablar del fenómeno club, de dos jóvenes que encendían la noche madrileña, de largas colas, de 300 personas que cada día X, entre sudores y empujones, levantaban las manos y jaleaban a estos agitadores nocturnos que movían a la masa con mezclas de éxitos, de grupos como Guns N´Roses o Nirvana, con música electrónica. 

De allí pasaron a Charada (Calle de la Bola, 13), un modesto local que se convirtió en punto de encuentro de la fauna capitolina. Sus puestas en escena ganaban peso y público; entre los asiduos el diseñador Carlos Díez o modelos del panorama nacional. Al mismo tiempo, reclutaban detractores dentro de la comunidad de vecinos. Las fiestas que se montaban `los nuevos viernes´ provocó que la disco fuera clausurada por las reiteradas quejas. Unos zombies huérfanos encontraron poco más tarde un nuevo y cálido hogar, olía a cebada y tenía sabor amargo, la Heineken (Calle de la Princesa, 1), actual Marco Aldany, que renació las noches de los miércoles como Sala Zombie.

La familia crece

A medida que el éxito crecía los miembros de la pandilla aumentaban. Como ellos mismos afirman no son solo un colectivo o un crew, son algo más: una familia. Son Jay y Edgar, pero también Dj Ikki, Aqeel, el hype man Mbaka, Gpboyz, Costa, Chirie Vegas, Romo o Ghetto Nailz.

Tras un año pensando en verde llegó la locura. Era el momento y todo fluía. En septiembre de 2010, para celebrar el aniversario de Zombie Club lanzaron al público 6.000 billetes de un dólar (algo más de 4.000 euros). Un poco más tarde apareció `Face´, su primer single, y abrían el Zombie Bar (Calle del Pez, 7), además de lanzar su propia línea de ropa. Una conjunción de distintas expresiones y sensaciones que provocó una mayor atracción entre los modernos, artistas, poppies, punks y fiesteros de turno.

El colofón a tres años de intenso trabajo lo marcó agosto de 2012. Durante el pasado verano, salió a la venta su álbum debut, un LP titulado The Zombie Kids, con 16 temas y varios estilos como electro, dance o dubstep. Con ellos ha resurgido el culto al gurú de las mesas de mezclas, además, han sido capaces de darle la vuelta a la tortilla en el famélico mercado musical: han creado una marca, generado público y, lo más importante, les han hecho divertirse. Se han inventado a sí mismos como un producto de marketing con una imagen gamberra y rebelde y sí, quizás sólo sea eso, pero son gente que se lo pasa y te lo hacen pasar bien haciendo lo que les da la gana. Así que, con estos horarios de parque temático infantil, en los que cualquier fiesta parece un ‘fiestón’, ¡no seas delicado! ponte tus Converse, Vans, Nike o lo que demonios calces y sal a la pista ¡a quemar zapatilla!  

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