THE JOY FORMIDABLE Y BALTHAZAR DESPIERTAN A LA BESTIA MOBY DICK

Cartel The Joy Formidable y Balthazar

Sorprendente inicio belga, inmejorable final galés: ésta fue la esencia de la sala Moby Dick el pasado martes, que acogió el primer concierto madrileño de los ingleses The Joy Formidable. Como teloneros, Balthazar, venidos de tierras belgas, sorprendieron a un público que aunque bastante impasible, no dejaron de ovacionar al grupo entre canción y canción. Y es que en algunos momentos parecía que el tentempié se podría comer al plato fuerte… pero no fue así. Tanto uno como otro grupo dejaron un regusto salado en la boca del público con la consecuente sensación posterior de sed insaciable, de necesitar un trago más de ambas bandas que dieron lo mejor de sí.

Enfrente de la gran ballena de madera se presentan cuatro personajes en línea escoltados por un batería al fondo. No había jerarquías, ni frontman, ni frontwoman (aunque sí había una presencia femenina) tanto en la disposición como en la actitud. Eso les daba cierta apariencia de coro o de equipo muy bien orquestado. Se arrancan con ‘The Boatman’ y desde el primer momento defienden su álbum debut, Applause, con una limpieza y precisión que engancha. Suenan penetrantes, con un ritmo muy marcado, sin distorsión, pero sí rasgan las cuerdas alargando algunos temas más que en el disco.

Balthazar en la Moby Dick

En el epicentro de la actuación, una joya, ‘Blues For Rosann’. De ligeros toques electrónicos mezclados con el violín de Patricia Vanneste, la voz de Maarten Devoldere sí se comió el escenario destacándose del resto del grupo, con movimientos muy personales que acrecentaron la intensidad del concierto con este atípico blues. Se despidieron con ‘Blood like wine’, haciendo alarde del buen empaste de voces interpretando a capela las últimas líneas, haciéndonos disfrutar de un silencio demoledor sólo roto por las cuerdas vocales desnudas de Balthazar y con «Raise your glass to the night time…», se bajó el telón de la Moby Dick.

Tras más de media hora de espera para el cambio de escenario (es que los Balthazar hasta se llevaron la alfombra de la batería), escuchamos unos sonidos pregrabados que llenaron de misterio la sala y dieron el aviso para la subida del telón: un rebosante público gritó la aparición entre la oscuridad de ese pelo rubio platino y esos dos ojos azules penetrantes de Ritzy Bryan, que empezó desde el segundo uno a tocar la guitarra con una provocación muy poco esperada viniendo de esa cándida presencia.

Ritzy Bryan en Moby Dick

Y es que así fue la actuación de The Joy Formidable: dura, plena, penetrante y mucho más agresiva de lo que esperaríamos fiándonos sólo del sonido producido del disco, The Big Roar. Impresionante la intro que interpretaron para dar paso a ‘Cradle’, al más puro estilo Foo Fighters en ‘The pretender’, tanto, que mi oído estaba esperando escuchar a Dave Grohl cantando «Send in your skeletons, sing as their bones go marching in again…» El lado oscuro del angelito rubio de Gales salió con todo su esplendor en la Moby Dick y, lo mismo entonaba a la perfección los agudos de ‘Greyhounds in the slips’, como dejaba llevar su cuerpo y su recta melena por los ritmos stoner de ‘Buoy’… qué gran honor le hacen al nombre de su disco, porque The Joy Formidable fueron un verdadero rugido atronador esa noche.

The Joy Formidable en Moby Dick

Un diez para Matt Thomas que aporreó la batería erizando los pelos de mi nuca ya desde el primer tema ‘The everchanging spectrum of a lie’, y llevando el directo de The Joy Formidable a una faceta punkrocker que para nada esperaba y que tan bien fue recibida. Rhydian Dafydd supo defender el bajo ayudando a crear la oscuridad que envuelve a la banda galesa y aportando la suciedad adecuada instrumental que les identifica. Así, en ‘9669’ (de su anterior disco A Ballon Called Moaning), un dueto vocal con Ritzi, alargaron la duración original del disco y consiguieron que un corte tan pulcro e inocente adquiriese la misma atmósfera que crearon durante el directo: un sonido maduro, contundente y muy stoner.

Madrid ofreció el martes pasado dos bautizos por el precio de uno. Por un lado, el gran descubrimiento transparente de Balthazar que nos dejó navegando sobre aguas cristalinas, ordenadas… un mar en calma para la gran ballena. Por otro, el redescubrimiento de The Joy Formidable en medio de un gran oleaje; una gran tempestad de sonidos que envolvieron al público atravesados por el azul de los ojos de Rizty Bryan, una auténtica sirena que supo cómo atrapar a todas y cada una de las personas que se adentraron en la boca de Moby Dick.

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Fotografías: Leticia F. Bobadilla

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