Teledibujo, ¿dígame?

Dibujo a Domicilio

La puerta se abre y, tras ella, bajo un jersey gigante, aparece Amaya, con una sonrisa y las mejillas algo sonrosadas. Está nerviosa, porque durante las siguientes horas su casita de Vallecas acogerá un placer cada vez más insólito, el del dibujo al natural, y ella será la musa. Fanzine Radar ha tenido el honor de asistir a la 43ª sesión de Dibujo a Domicilio, una iniciativa por amor al arte que acaba de cumplir un año y tiene más de 500 seguidores en Facebook. «Gracias al apoyo de los compis», Dani fundó este equipo, que hoy cuenta con seis dibujantes que ya han entrado en las casas de todos aquellos que se lo han permitido, retratando desde un cóctel en una mansión de primera hasta una sesión de espuma en el cuarto de baño una pareja en el que, explican entre risas, a duras penas cabían todos.

 

Es gratis -más bien, es un regalo-, y cualquiera puede ejercer de modelo de Dibujo a Domicilio. Bueno, cualquiera no, el retratado ha de tener algo, dice Ron, uno de los artistas que se han colado en el salón de Amaya, algo que es muy personal y que a él le cuesta definir, de lo cual no se sabe si es belleza, encanto, curiosidad, mecenazgo, cierta vanidad o una mezcla de todas, pero que sin duda empieza por las agallas de atreverse a posar para varios blocs de dibujo en el hábitat más íntimo que existe: el hogar.

A casa de Amaya han asistido tres de los dibujantes a domicilio, Dani, Iván y Ron, que confiesan que casi no se conocían antes de compartir estas sesiones. La de hoy empieza por una pose ya clásica para ellos, la del sofá, “donde todo el mundo acaba siempre”. Amaya se quita el miedo escénico con la ayuda de una laca con la que se pinta las uñas de las manos y los pies durante los diez minutos que dura la postura. “¡Qué bien lo haces!”, la animan sus pintores de cámara.

Y es cierto que lo hace muy bien. Para ella, reconocerá después en el blog del grupo, exponerse así constituía todo un reto -”el miedo que quiero superar a los 40 es el miedo a no gustar”- del que salió victoriosa: “Tras seis poses y unas cuantas cervezas habría deseado seguir posando toda mi vida […] Ya no quiero ser princesa. Ahora quiero ser musa”.

Con la ayuda del vino, el delicioso queso de la merienda, la música que ponen Eels, los niños de la plaza y la furgoneta del vecino, la colección de anécdotas que hila Dani mientras dibuja en un cuaderno que es casi más grande que ella y el baile hipnótico de las tortugas en la pecera, la cosa se anima y la inspiración nace en cualquier rincón de la casa.

A la musa se le ocurre que la vieja bicicleta estática que guarda en el patio puede ser un buen lugar para posar, y allá van los lápices, el pastel prensado, y el boli Bic que habrán de inmortalizarla, congelada en una carrera ciclista a ninguna parte, con su enorme suéter y un cigarrillo de liar al que también se apunta Iván entre los dedos. Después vendrá la pequeña escalera de la entrada, la cama, un vestido de lunares, la silla de la cocina, con una de las tortugas en brazos…

Se hace tarde y los artistas ya se marchan. Amaya está encantada con sus retratos, todavía en blanco y negro, que serán coloreados más tarde al calor de los recuerdos y la imaginación por estos dibujantes, que todos los martes que pueden encuentran un rato para detener un mundo a que va a demasiados frames por segundo e inmortalizar en sus libretas el derecho a hacer las cosas despacito y porque sí.

Dibujo a Domicilio

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