Shakespeare Confidential

Shakespeare

Durante siglos fue una intriga para académicos e intelectuales como Mark Twain, Charles Dickens o Sigmund Freud: «¿Quién fue el verdadero autor de las obras que se adjudican a William Shakespeare?». Ahora, es el director de Indepence Day y El  día de mañana, el alemán Roland Emmerich, quien se pregunta en su recién estrenado largonetraje: «¿fue Shakespeare un fraude?». Su flamante respuesta es: «en un 95%». Hasta el propio Príncipe Carlos, presidente de la Royal Shakespeare Company, se ha sumado a la campaña en contra de esta «teoría de la conspiración».

En estos días, el nombre de Shakespeare está tachado en las señales de tráfico del condado Warwickshire, Inglaterra (donde nació el escritor). El mismo borrón en varios pubs de Stratford, incluido el establecimiento en Welford donde se cree que tomó su último trago. La Fundación responsable del lugar de nacimiento de Shakespeare quiere mostrar así lo terrible que sería vivir en el mundo de la película Anonymous (Roland Emmerich, 2011), la cual defiende que el dramaturgo inglés fue en realidad un actor analfabeto, borracho y oportunista que se apropió de la obra literaria del conde de Oxford aprovechándose del obligado anonimato del barón. No podía ser un aristócrata el azote de los poderosos.

Warwickshire

La sospecha de que Shakespeare no fue Shakespeare es ya histórica: emergió en el Romanticismo, precisamente cuando sus obras lograban superar la crítica dispar, y se convertían en piezas indiscutibles de la literatura. El argumento fundamental de los llamados antistratfordianos se basaba en la improbabilidad de que un individuo que, al parecer, había nacido en el seno de una familia menesterosa, inculta y provinciana hubiera podido alumbrar un asombroso corpus literario en el que se evidencia, además de notable erudición y gusto artístico, un conocimiento de primera mano de cuestiones de historia, derecho, medicina, costumbres cortesanas y vida en países extranjeros.

La ingente bibliografía (unos 5.000 títulos) que plantea o defiende la posibilidad de que el autor de Hamlet o Romeo y Julieta fuera otro, constituye todo un subgénero. El primero de los numerosos sospechosos fue el padre del empirismo Francis Bacon, al que también se le han atribuido la autoría de las obras de Marlowe, e incluso la Anatomía de la melancolía, de Burton. Ha habido otros, incluida una dama (Mary Sidney, condesa de Pembroke), pero hace ya tiempo que el candidato a Shakespeare más persistente y justificado es Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, un libertino conocedor de los clásicos, que viajó por Europa y residió durante un tiempo en Venecia. Todo lo que no habría podido ser ni hacer ninguno de los ocho hijos de los Shakespeare de Stratford. Algún oriundo se preguntará: «¿Qué hacemos con las señales?».

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