RÉQUIEM A ENRIQUE MORENTE

ENRIQUE MORENTE

Te has marchado, Enrique, y contigo se ha ido el puro cante jondo, el infinito quiebro de tu voz, la interminable noche que tú me cantaste, y todas las estrellas del firmamento. Te has llevado ese alma tan amplia, tan nuestra; esa boca cristalina, esa infinita lengua tuya que seducía al mundo entero; te has llevado el amor de quién te haya oído, las lágrimas más secretas de cuantos te han tocado, las risas de las noches de verano. Pero nos has dejado, como capturadas por el tiempo para siempre, tu inmensa fuerza y tu emoción, el sublime y sagrado escalofrío que siente el alma humana al escucharte. Nos has regalado a los ateos el inexplicable misterio del credo, el inimaginable embrujo del flamenco, la inconsciente perfección de tus palabras, de tu asombro, de tu sentimiento. Nos has hecho más humanos, y tú te has ido siendo eterno.

No quiero rebajarte, no eres inmortal. En tu lápida, mañana…ay, qué pronto llegó tu mañana silenciosa! En tu lápida no habrá fechas, porque no naces si no mueres nunca, y tú te has escapado del olvido. Pero si he de aceptar tu abandono, lo haré con las palabras del poeta: «Ay, lo que la muerte ha roto, era un hilo entre los dos» (Antonio Machado). Asesinado, como decía tu Federico, por el cielo, celoso de tu luz y tu imponencia.

 Me hiciste tuyo con Omega, un monumento de disco del que no se puede hablar en lenguaje humano, que trasciende lo explicable. Sé que es especial para ti, que lo soñaste y lo pensaste; sé que has llorado sobre él, y que por él luchaste. Sé que nació del dolor, del funeral de tu amigo el poeta; sé que uniste al faranduleo granaíno, casi al completo, y que moviste hilos, mares y montañas…¡Uniste a Lorca con Leonard Cohen, maldito genio del Albaicín! Devolviste el poema a Nueva York, y la trajiste a ella a conocer al flamenco. Quizá no lo sepas, Enrique, pero heredaste los sueños del ’27: renunciaste a lo real y creaste donde solo había una mísera nada. Eres el traductor de lo inmaterial.

PORTADA DISCO OMEGA

 Maestro, tú me has regalado la visión imposible: he llorado con Lorca en las inmensas escaleras, buscando tu Granada entre aristas y albas. Y al volver a casa, encontré tu puerta abierta; como siempre lo ha estado para todos, como lo estuvo para el rock en el Omega. Dejaste entrar a Lagartija Nick, y transformaste el flamenco para siempre. Esculpiste en él, para todos nosotros, los poros que acaricia el nuevo sol, las grietas de ventilación de tu arte ancestral.

¡Y qué bien le sentaba a tu montura ese negro corcel de guitarra honda, ese galopar decidido de timbales, platos y bombos! Cómo entendías el tempo de las baladas, de los valses, de la tristeza que se ahoga en cada verso del poeta, en cada nota del judío errante. Porque, según dicen, te alejaste del dogma, y eso te convirtió en un sabio, en el rabino emigrado del flamenco.

Ahora te has ido y yo no sé qué decir. No sé explicar tu grandeza, tu inmensidad. Apenas sí te conocí, desde aquella noche de invierno en Madrid. Tú nunca fuiste uno de tantos, ni siquiera el mejor: tú estabas a parte. Omega está en otra lista, en otra dimensión. Porque tú no eres real, Enrique, eres el eco del flamenco en mi interior. Cuando cantas, me rompes, me matas. Tu voz lo invade todo, subyugas con ella al mundo entero, desafías al creador: tu voz lo es todo.

Mañana no habrá luto: volarán por tíi dos gorriones rezagados. No habrá despedidas entre tú y yo, solo te diré: «¡Joder, Enrique, has parido el mejor puto disco jamás producido en este mísero país!».

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