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‘Los caciques’, más coetánea que nunca

Tras el éxito cosechado en el María Guerrero, esta adaptación de la obra de Carlos Arniches, realizada por Ángel F. Montesinos y Juanjo Seoane, será representada hasta el 21 de febrero en el Teatro Marquina.

En una ciudad de España, cuyo nombre tanto da, el caciquismo rige la esfera política, orquestado por el alcalde (Juan Calot) y secundado por el interventor (Juan Jesús Valverde) y el teniente de alcalde (Raúl Sanz), con la estrecha subordinación del secretario (Óscar Hernández).

Lejos del pucherazo, el alcalde regenta el cargo desde hace una treintena de años descuidando, principalmente, las áreas educativa y sanitaria, representada esta última por Víctor Anciones, que a su vez encarna al ciudadano de a pie en general.

El enredo que caracteriza esta comedia estriba en la visita inesperada del pretendiente (Alejandro Navamuel) de la sobrina del alcalde (Elena Román), acompañado por su tío (Fernando Conde), confundido con un inspector.

Por último, Marisol Ayuso da vida a una Señora con mayúsculas; su jurisdicción, las tablas.

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Por vez primera en la historia y ciertamente, ningún mandamás sabe nada; en este caso, acerca de la verdadera identidad y propósito del «inspector», no así en relación con las adjudicaciones indebidas del erario público.

En esta puesta en escena, el cargo supremo hojea el Marca ajeno a cuanto acontece, los gobernantes del cabildo se jactan de la ineficacia burocrática, desatienden y desdeñan la cultura, sofocan agresivamente las manifestaciones, edulcoran y recargan el discurso político mediante eufemismos y tecnicismos. Extorsionan, roban, sobornan… trafican con sobres de alta cuantía y destruyen discos duros ante el atisbo de cualquier amenaza legal.

«Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, o no…»

La gran pantalla situada al fondo también supone un elemento contemporáneo que refresca el texto de 1920, y es utilizada para representar coberturas de los medios de comunicación y proyectar diversos símbolos de la época.

Cabe destacar la brillantez de Fernando Conte, quien esgrime sus intervenciones con picardía y, en ocasiones, incultura descaradas, equilibradas con suma maestría y envueltas por un cómico acento castizo.

Él es el encargado de disparar la última frase de Arniches y devolver al espectador a la descarnada realidad, invitándolo a la reflexión:

“Los españoles no seremos felices, hasta que no acabemos de una vez para siempre con los caciques.”

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Raquel Castejón Martínez

"La objetividad del periodista no existe. Más bien éste debe tender a una subjetividad desinteresada. Corresponde al lector establecer la distinción."
(Beuve-Méry)

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