El teatro como luz de la memoria

Dos mujeres separadas por el tiempo, distanciadas gracias a un paradójico capricho de la fortuna. A simple vista, pudiera parecer que Mi niña, niña mía  es una desgarradora historia sobre unas excepcionales supervivientes del Holocausto. Pero es más. Y tanto que sí. La interpretación de Ángela Cremonte, una entomóloga que estudia las luciérnagas y Goizalde Núñez, una actriz judía que enseña teatro a los niños del campo de concentración, es tan sincera, cargada de una verdad tan innegable, que sus palabras manosean el alma, la comprimen hasta que estalla en una mezcla de desasosiego, pero también de esperanza.

Hasta el pasado 7 de abril, el Teatro Español (Madrid), acogía Mi niña, niña mía, obtuvo VII Premio de Textos Teatrales Jesús Domínguez de la Diputación de Huelva en 2016. Hasta ahora ha contado con lecturas dramatizadas en Francia, Alemania, Argentina y Chile. Escrita a cuatro manos por Amaranta Osorio Itziar Pascual, quienes crean con el texto, una tela de araña que atrapa al espectador desde el primer halo de luz que guía a los desafortunados habitantes del campo de concentración Tezerín, un gueto gestionado por la Gestapo que pretendía dar una idílica imagen de colonia judía pero, que entre sus muros, como entre los del resto de campos, se alojaba el espanto.

Un periplo a través de la supervivencia, cuyo resultado será la salvación de una bebe nacida del horror y que, años después, ya convertida en una joven confusa y desgarrada por la muerte de su madre, trata de esclarecer la ausencia del primer capítulo de la historia de su vida y disipar las apremiantes dudas acerca de su propia verdad.

La desoladora narración de las protagonistas, se desprende del vórtice de aquel tiempo maldito que se amarra a la memoria del espectador gracias a la dirección de Natalia Menéndez y a la ayuda de Luis Miguel Cobo (música), Álvaro Luna (videoescena), Elisa Sanz (escenografía y vestuario) y Juanjo Llorens; el creador de los efectos de luz que provocan el late motive; la metáfora de la esperanza al final del negro túnel.

La luminosidad de las luciérnagas, elemento indispensable en la obra, resplandece al igual que aquellas almas condenadas al marchitar de su destino. Mi niña, niña mía es la esperanza en la angustia, es la lucha interna contra la sumisión, la supervivencia cuando ya se ha sentenciado la muerte. Una noble invocación al recuerdo de aquel horror, que hoy replica en el tiempo y que pretende iluminar la conciencia del espectador prendiendo el gas de la memoria.

Silvia Nistal

Siempre he estado ligada al sector de la cultura, ya sea en departamentos de comunicación y mkt o como periodista, pero oye, me interesan mil cosas más.

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