Por fortuna siempre habrá un artista que supere los límites que la RAE marca en sus definiciones. Sobre un material que, teóricamente, reduce su uso al ámbito escultórico, Rafael Jiménez (1989) va mucho más allá, él pinta con plastilina.
Aunque dicha elección esté ligada, de forma directa, a los diversos procesos de experimentación que desarrolló en la Universidad de Sevilla, donde se licenció en Bellas Artes, la temática de su trabajo viene de antes. En 2009, en una estancia con el equipo arqueológico Cuevas de Nerja, aquel cordobés grafitero tuvo su primera experiencia estética con la naturaleza. A su vez, el contacto y la manipulación de los objetos históricos despertaron en él una sana obsesión por el tiempo.
“Para mí el tiempo es como los cambios de estado. Tengo una capacidad rara para calcularlo. No estoy pendiente, son ciertas tonterías, pequeños detalles, los que me hacen ser consciente de ello”. Así, Rafael Jiménez miró lo más atrás que pudo en la historia. Una visión que conectó con el deseo de no desperdiciar el presente tiempo, con la clara conciencia de que todos podemos aportar algo al actual contexto y desligar la romántica visión que se ofrece del pasado como algo mejor. “Ahora mismo estamos en un proceso de transición de libro, pues, ¡vamos a vivirlo!, ¡vamos a experimentarlo!”
Para Rafael Jiménez la primera relación que obtiene el individuo, con los elementos, generalmente es visual.
En referencia a su alta hipermetropía, el desenfoque y la distorsión de la imagen es algo que siempre le ha llamado la atención, por lo que a veces trabaja sin gafas. Pero la segunda reacción, tras lo visual, es la necesidad del contacto, por ello comenzó a experimentar con la deformación de la imagen, queriendo tratarla de forma directa.
“Ese ansia de tocar algo, cambiar algo, es un impulso. Como cosas automáticas que luego uno puede desarrollar. Surgen entonces preguntas, ¿qué puedo cambiar yo en la pintura o en la imagen fijada de la fotografía? ¿Cómo puedo alterarlo en un sentido táctil?”
Fue entonces cuando, sin una búsqueda de conexión consigo mismo, comenzó a cubrir objetos con plastilina, para así deformar las superficies. “Distorsionar a través de la imagen una idea” ése fue el germen de lo que vino después.
Tras haber probado con diversos materiales, decidió aplicar aquella plastilina sobre imágenes ya producidas. Así, comenzó a distorsionar de forma directa archivos fotográficos en blanco y negro. En relación al material sobre el que trabajaba decidió prescindir del color, además, “las imágenes en blanco y negro activan cosas que no se ven con el color. La imagen en blanco y negro tiene un encanto especial, no deja de ser un sinónimo de veracidad de que la fotografía era en su día una prueba”.
En aquellos primeros momentos, gracias a la beca recibida por la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores, pudo desarrollar proyectos a gran escala. Sin embargo, la falta de espacio físico y medios lo llevaron a trabajar formatos más reducidos, en los que también se encontraba cómodo.
Embaucado en un comentario pictórico sobre calaveras, pues Rafael Jiménez no deja en ningún momento de experimentar, fotografiar, diseñar e incluso comisariar proyectos como Z, el cuerpo le pidió asumir el reto de trabajar el color en la plastilina.
Ante lo que el mismo Rafael considera “unos primeros golpes de color bastante torpes”, comenzaron los primeros trabajos, en vivos colores, sobre bodegones clásicos. Pero, como en todo pintor, la paleta de colores se convirtió en un elemento esencial. De esta forma comenzó una constante indagación en la mezcla y suma de pigmentos. No obstante, su paleta se trata aquí de una enorme mesa con bolas de plastilina que, en ocasiones, lo atrapan en el taller durante días.
Aquellas tablas de madera, con un papel libre de ácidos, donde una fina y elaborada capa de plastilina forma un cuadro, comenzaron a levantar el interés de diferentes espacios artísticos.
En 2013 el primero en apostar por su trabajo fue la madrileña galería Modus Operandi, considerada por el artista como su hogar en la capital, y con la que además de colaborar en JustMad7, expone hasta el 9 de junio, dentro de la exposición colectiva Germen. Sin embargo, su gran vitalidad le lleva a desarrollar, paralelamente, diversas propuestas.
A pesar de desconectar del mundo durante los procesos de creación, para evitar distracciones, después no para de viajar presentando sus obras. “Hay que vivir y que pasen cosas, sean las experiencias que sean y respecto al arte más. Pueden ser cosas muy absurdas, esa es la gracia, que el artista se dé cuenta de un desajuste, una grieta, algo que no cuadra y, a raíz de ahí, surge otra cosa”.
Otro ejemplo de ello es la exposición Pulso Afecto Fractura, en la galería La casarosa de Málaga con la colaboración del MAF-Málaga de Festival.
Aunque la lista de sus actuales proyectos no quede reducida a estos dos espacios, ambos son un ejemplo de cómo, dentro del mismo proceso, las opciones varían. Así, mientras las obras de Modus Operandi son resultado de su constante investigación, las de La casarosa parten del error informático. Prevaleciendo en ambas el gran interés que siente por el retrato.
Abierto a abordar temáticas dispares, Rafael Jiménez deja claro que, en sus trabajos artísticos, hace lo que quiere, además de mantener buenas relaciones personales con aquellos con los que colabora. “No le veo sentido a la relaciones de interés”.
Consciente de los problemas que tiene España, aboga también por la difusión y real conexión del arte contemporáneo con la sociedad. Con obras que parten desde los 100€, afirma que “per se, el arte no tiene por qué ser caro”.
Mandando abrazos desde el sur, Rafael Jiménez es un artista de precisión al que no le faltan las energías. Con una constante sonrisa plasma la satisfacción que le produce dedicar su vida al arte. Además del continuo esfuerzo que supone desarrollar su trayectoria, sin unos precedentes claros.
El trabajo de Rafael Jiménez es un ejemplo de la calidad y frescura del arte contemporáneo español.