Platero, ¿verdad que tú nos ves?

Joaquón Sorolla, Retrato de Juan Ramón Jiménez

 

 

 

 

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

 

 

 

 

 

Así versa uno de los mejores y más famosos inicios de la literatura universal. Hace ya un siglo que Platero corretea por los prados de Moguer (Huelva) comiendo flores y bebiendo estrellas en los arroyos. Desde su primera edición, en diciembre de 1914, hasta hoy se ha convertido en la tercera obra literaria más traducida del mundo, sólo por detrás de La Biblia y El Quijote. Gran paradoja, pues su autor, el poeta Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881 – San Juan, Puerto Rico, 1958) era reacio a las traducciones al considerar que era muy difícil mantener la esencia original de una obra. Por fortuna para cualquiera que no entienda español, el tiempo y el éxito de Platero hicieron que los deseos del autor quedaran supeditados a los de la literatura.

Platero y yo Primera Edición

El argumento es de una sencillez exquisita. Platero y yo relata la amistad entre un poeta, que pronto identificamos como Juan Ramón, y su burro. A partir de esta simple premisa, el autor pone en juego su condición de poeta magistral y va desgranando con una prosa lírica y melodiosa la vida que comparte junto a Platero. Las secuencias y las imágenes se presentan ante nosotros de forma potente, casi física, dotadas de color y movimiento por la sutileza con que se van sucediendo las palabras.

Este remanso, Platero, era mi corazón antes. Así me lo sentía, bellamente envenenado, en su soledad, de prodigiosas exuberancias detenidas… Cuando el amor humano lo hirió, abriéndose su dique, corrió la sangre corrompida, hasta dejarlo puro, limpio y fácil, como el arroyo de los Llanos, Platero, en la más abierta, dorada y caliente hora de abril.

El drama que acompaña a la obra es que, en contra de la creencia común, Platero y yo, no es un libro para niños. No lo es ni por su tono ni por su temática. En el trasfondo de su relación y de su día a día, Juan Ramón encierra temas como la muerte, el dolor o la violencia. Critica las corridas de toros, las peleas de gallos, habla del hambre, de la muerte infantil… de temas que, en definitiva, superan el interés de los más pequeños. En el prólogo de una edición que nunca llegó a ver la luz, él mismo comentaba la complejidad narrativa de la obra, afirmando:

“Yo (como el grande Cervantes a los hombres) creía y creo que a los niños no hay que darles disparates (libros de caballerías) para interesarles y emocionarles, sino historias y trasuntos de seres y cosas reales tratados con sentimiento sencillo, profundo y claro”.

Esto queda patente en los capítulos finales de la obra, donde el autor explora, a través de la nostalgia por el animal, los rincones más profundos del alma humana y expone su feroz miedo a la muerte y el olvido.

Vive tranquilo, Platero. Yo te enterraré al pie del pino grande y redondo del huerto de la Piña, que a ti tanto te gusta. Estarás al lado de la vida alegre y serena. […] Y, todo el año, los jilgueros, los chamarices y los verdones te pondrán, en la salud perenne de la copa, un breve techo de música entre tu sueño tranquilo y el infinito cielo de azul constante de Moguer.

Palabra que cumplió. Pero a la vez también tenía miedo. “A ti Platero, que vivirás para siempre poco te importa irte. Pero, ¿y yo, Platero?” Así se despide el poeta de su amigo, resignándose a distanciarse, sabiendo que nunca volverá a encontrarse con él por las calles y campos de su amado pueblo.

Y así hubo de ocurrir. Tiempo tuvo después el poeta de hacerse inmortal, de buscar la intelectualidad, la belleza, la depuración poética. Esa pureza y esa trascendencia de sus obras más maduras. La sublimación de la poesía pura que a sus ojos le permitiría escapar de la muerte y que le llevó a alcanzar un Premio Nobel. También tuvo tiempo de sufrir, de arruinarse, de vivir una Guerra Civil y un largo exilio, del que sólo volvería para ser enterrado.

Allí esperaba Platero, en su Moguer natal, en su cielo y en su campo, el regreso de su amigo Juan Ramón, para seguir comiendo flores y bebiendo estrellas de los arroyos.

Muerte de Platero

 

Platero, tú nos ves, ¿verdad?

Platero, ¿verdad que tú nos ves?

 

 

 

 

 

 

 

 

Aquí un pequeño vídeo: Platero Y Yo Juan Ramon Jimenez Muerte de Platero

 

Andrés Seoane

Gallego y periodista de nacimiento y vocación. Podría hablar sobre mí y sobre lo que me gusta, pero es mejor que leas mis textos. Ellos se expresan mejor que yo.

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