A veces regalan unos segundos de felicidad acústica, otras ensucian los oídos y en la mayoría de las ocasiones no se presta atención a su alma sonora. Son los músicos callejeros, los que enriquecen nuestra banda sonora personal cuando vamos al trabajo, la universidad o simplemente paseamos la vida por la metrópoli. Pero, ¿su música tiene realmente un interés más allá de la peculiaridad de su contexto o de su posible calidad artística? En Fanzine Radar nos dejamos guiar por los mapas de la Sociología para descubrir callejones de conocimiento en los que nunca hubiéramos ubicado a los artistas del do-re-mi-fa-sol urbano.
Cultura, sociedad, comunicación y entretenimiento. Este cuarteto de palabras esconde el enigma de por qué las composiciones callejeras son tan enriquecedoras para cada uno de nosotros. Según sociólogos como Jaime Hormigos Ruiz, los sonidos de la ciudad cumplen una función clave en nuestro aprendizaje social y cultural. Tan sólo tenemos que fijar la mirada en los adoquines que pisamos: cientos de músicos extranjeros están allí, pulsando las teclas de un piano o rozando las cuerdas de una guitarra, para que los valores y símbolos de sus tierras natales lleguen a las orejas de las urbes españolas.
Sin embargo, estos “maestros de los conciertos al aire libre” también utilizan las notas como un tirachinas que lanza proclamas, ideas o mensajes con ritmo. Así se mueve el grupo Samba da Rua que, en el documental Las vidas bárbaras, afirma que usa el son brasileño para “cambiar el tono de la protesta”. Otros, como La Brassa Band, dedican los sonidos de sus trompetas y saxofones a una misión mucho más placentera; su espíritu es la fiesta en la calle, arrancar la alegría de las almas transeúntes.
La voz y los movimientos de sus dedos evocan parajes exóticos, sueñan con utopías de libertad o divierten por el mero interés de robar sonrisas de rostros ajenos. La filarmónica más heterogénea y multicultural del mundo arroja sus notas a la sociedad y no se fija en lo que pasa cuando lo hace: la llena de perlas culturales sonoras que, mezcladas con la fauna de ruidos callejeros, permanecen en aceras, badenes y bordillos a la espera de que alguien aprecie su belleza cultural.
Imagen de J. Gutfreund.