Ubicada en el número 24 de la calle General Oraá, la librería Pérgamo supone en sí misma una novela de aventuras. Tras el anuncio en diciembre de 2021 de que cerraría sus puertas y la sentencia del local a convertirse en una pizzería, el escritor mexicano Jorge F. Hernández, apoyado por un mecenas mexicano, es el encargado de regentar este nuevo tomo de la historia de Pérgamo.
La madera de las estanterías que cubren cada pared del establecimiento es de cerezo, por lo que para Hernández más que una librería es un bosque de cerezos. Quizá esa devoción por los olorosos árboles frutales tuvo algo que ver con la inclusión en el proyecto de Pablo, un joven sociólogo que trabaja en la librería.
«Jorge siempre me dice de broma que por lo que realmente me contrató fue porque me apellido Cerezo» comenta entre risas. Ambos debieron enfrentarse a una sala vacía, pues previo a su cierre se liquidaron todos los libros. Excels de 50 páginas abarrotadas de títulos y autores funcionaban como la paleta de colores con la que pintar este lienzo en blanco. «Es emocionante elegir el enfoque que le quieres dar a la librería. Siempre partes de lo que a ti te gusta». Es por esto por lo que encontramos una sección dedicada al urbanismo, área en la que se está especializando Pablo Cerezo.
La historia de Pérgamo desde su fundación ha sido apasionante. Creada por un republicano represaliado por el franquismo, era uno de los pocos establecimientos que seguían vendiendo los libros prohibidos por el régimen. Hoy, sigue fomentado el debate y la creación de comunidad a través de eventos como charlas o cuentacuentos. Y es que la creación de comunidad alrededor de la librería es uno de los fines de esta.
Las estanterías vacías, aunque desafiantes, ofrecen un aspecto positivo: todo es posible. Familiares, amigos y conocidos se convierten en una fuente de inspiración a la hora de elegir títulos. Las recomendaciones son mucho más que eso, son una pista de qué libro puede gustar a quién y una posible nueva incorporación a las baldas.
Además, Cerezo explica que «nosotros no podemos competir con grandes librerías como La Central o La Casa del Libro». Por ello, se centran en competir en otros aspectos como en tener muy buena literatura y en tener una apuesta personal de la librería. «Tener esas cosas que sabes que siempre puedes recomendar».
Una de las secciones que se encuentra en desarrollo es la infantil, entre la que revolotea una niña leyendo todas y cada una de las versiones de Caperucita Roja que puede encontrar. Cada vez que termina una, corre hacia Cerezo con los ojos brillantes y el libro en las manos y le pide más. El librero le da un cuento desplegable de Los Tres Cerditos al mismo tiempo que le pregunta cuál de las versiones del cuento le ha gustado más y por qué. Sin saberlo, la pequeña está ejerciendo un rol esencial en la repoblación de Pérgamo, al mismo tiempo en el que se convierte en «la mejor lectora de la librería».
Sobre esta sección, Cerezo habla sobre un proceso de aprendizaje: «hay que saber qué recomendarle a cada niño y a cada abuelo que viene pensando en su nieto». Añade, además, que es un parte muy gratificante del trabajo y «te das cuenta de que ha habido un boom de la literatura infantil increíble».
En lo que se refiere al hábito de lectura, Cerezo reconoce que, pese a lo que podría parecer, los libreros leen bastante menos: «no he leído nunca menos en mi vida». «Nos pasamos el día rodeados de libros que queremos leer y no tenemos tiempo». Sin embargo, admite que se desarrollan nuevos métodos para poder estar al tanto de las últimas novedades y recomendar títulos con fundamento. «Aprendes a leer diagonalmente y saltándote algunas páginas».
«Esto también es un homenaje a la memoria» comenta el librero, haciendo referencia a la última publicación de Jorge Hernández, Un bosque flotante, y concluye afirmando que «los libros son una conversación con el tiempo».