Comprar libros por su portada es arriesgado. Muy arriesgado. De vez en cuando es interesante elegir uno de esta manera, con un fugaz repaso a la contraportada, apenas meditando la decisión. Si el resultado es satisfactorio, uno empieza a confiar en su buen ojo. Esta vez acerté. Nieve de primavera, del polifacético Yukio Mishima (1925-1970), jamás habría llegado a mis manos si no hubiera sido por su atípica portada, blanca con unos brotes de césped surgiendo de una helada que remite, como la vida que se abre camino tras un período de frío devastador. Eso es exactamente lo que cuenta esta novela.
Ambientada en el Japón de principios del siglo XX, Nieve de primavera (1969) cuenta la trágica historia de un joven de familia noble que después de cometer graves errores con la mujer a la que ama, decide enmendarlos y romper con lo establecido aunque eso suponga interferir en el futuro matrimonio del nieto del Emperador.
El argumento no es el colmo de la originalidad, pero es que aquí lo importante no es el destino, sino el viaje. La novela, primera parte de una tetralogía llamada El mar de la fertilidad, es un alegato de Mishima contra la decadente sociedad nipona de la época, que perdía poco a poco su milenaria cultura y moral en detrimento de costumbres occidentales.
Con unas descripciones exquisitas y pocos diálogos, el medio millar de páginas pasan demasiado rápido. Lo que al principio puede parecer una novela sesuda es en realidad una crítica preciosista y un ejercicio de paisajismo escrito. El legado de un autor rebelde, tradicional e inconformista, propuesto tres veces para el Nobel sin llegar a ganarlo nunca, comprometido con su causa hasta el punto de hacerse el harakiri tras un fallido intento de provocar un levantamiento militar en un cuartel de Tokio.
Nieve de primavera (editado por Alianza Editorial), demuestra que la vida puede rebrotar, que siempre encuentra un hueco por el que salir a la luz por muchas capas de duro hielo que tenga que atravesar.