‘No te veré morir’: El amor al natural en la nueva novela de Antonio Muñoz Molina

Tras haber explorado la no ficción en Volver a dónde, el autor vuelve a la ficción con su nueva obra.

El amor es un asunto del que todo el mundo habla. Papel, imagen o sonido, ficción o no ficción, una amplia mayoría de la producción cultural orbita en torno a la reina de todas las temáticas, escarbando en el corazón propio o ajeno en busca de alguna explicación a lo inexplicable. Pero, quizás por ser tan indescifrable, se necesita una gran maestría para poder abordarlo con justicia. Y pocos maestros hay en el panorama actual de la lengua española al nivel de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956).

El pasado 30 de agosto el autor miembro de número de la Real Academia Española publicaba su última novela, No te veré morir, editada por Seix Barral, en la que aborda con precisión de cirujano un tema tan transitado y a la vez intransitable como el amor. Pero no ese amor que permanece incandescente bajo la llama de un presente vivo y alcanzable mientras las pavesas todavía bailan. Sino aquel irrecuperable, el de las cenizas acumuladas, el que pudo ser, el que ya no es. Y se nos advierte ya desde el mismo título, que recupera el último verso lapidario del poema Ya no de la uruguaya Idea Vilariño (Montevideo, 1920-Montevideo, 2009).

Idea Vilariño recitando su poema Ya no.

No te veré morir gira en torno a una pasión que ‘ya no’ es, ‘ya no’ arde, que está sepultada por los años, por las expectativas familiares, por el Atlántico. Pero es un amor que aún así necesita existir, y por eso, dado que en la realidad tan tangible como gris ya no tiene lugar, se aloja, casi se enquista, en los sueños, donde perdura durante décadas.

De ahí que la oración que da inicio a la novela sea un torrente irrefrenable de palabras que ocupa las primeras 73 páginas de la obra. «Si estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño», dice Gabriel Aristu a Adriana Zuber, protagonistas de la novela, al comienzo del enorme enunciado. El reencuentro entre estos dos personajes al principio de la trama, después de casi 50 años de separación, da lugar a un estallido emocional y mental, que Muñoz Molina representa con esta oración gracias a la ausencia total de signos de puntuación más allá de las comas.

A partir de entonces, el reconocido autor hilvana de forma magistral esta lograda temática del amor que sobrevive en la oniria con otros temas como la identidad del extranjero, la memoria o el yugo del cumplimiento de las expectativas. En consecuencia, Muñoz Molina logra una obra sólida que consigue permear con éxito absoluto en la conciencia del lector.

Y lo hace porque sabe, porque le sale solo, casi sin querer, como si se le cayeran las palabras. Una enorme carrera dedicada a la escritura le avala. En el año 1986 comenzó su carrera en la literatura con la publicación de su primera novela, Beatus Ille, a la que le seguirían éxitos como El invierno en Lisboa (1987) o El jinete polaco (1991), por los que ganó el Premio Nacional de Narrativa en dos ocasiones. A estos premios se le suman otros de gran calibre como el Príncipe de Asturias de las Letras (2013) o el Premio Planeta (1991). Además, a lo largo de los años ha combinado el oficio literario con el periodístico, en el que destacan artículos de gran calado como En Francoland, publicado en Babelia en 2017.

Una naturalidad conquistada

Esta dilatada trayectoria se traduce en una experiencia que, junto a un incuestionable genio, le permite escribir con un realismo impecable de forma «natural». En esta «naturalidad» incidía el autor hace unos días en el coloquio que mantuvo con el también periodista y escritor Jesús Ruiz Mantilla en el contexto del Festival Eñe, celebrado en Madrid y Málaga durante el mes de octubre. «Es una naturalidad muy cercana a la improvisación musical», afirmaba el escritor. Así mismo, subrayó la importancia del trabajo para alcanzar dicha naturalidad, para lo que se refirió al virtuoso músico catalán Pau Casals, quien también aparece mencionado en su última novela «Casals cada mañana, al levantarse, tocaba una suite de Bach. Era su ejercicio matutino», «La naturalidad se conquista», sentenciaba.

Sea como fuere, natural o artificial, lo que tenemos como resultado es una novela tan brillante como absorbente. Mediante una prosa precisa en su expresión y ritmo, Antonio Muñoz Molina logra transmitir la nostalgia de un amor que se ha mantenido encendido, y a la vez apagado, soñado, y a la vez olvidado, reencontrado, y, a la vez, desconocido.

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